domingo, 30 de septiembre de 2012

EL OTOÑO DEL PP


Chaná chaná chananananáááááá. No. Siguen sin gustarte las gaviotas. Y no, no has decidido meterte donde no te llaman. Estás metida donde no te ha quedado otro remedio.


Mamá, este otoño he pensado que me voy a afiliar al PP. No vamos a entrar en reacciones.



El caso es que, lo mires por donde lo mires, ha sido un mes realmente cojonudo. El PP, a veces, es una pasada. Vale sí, hay otras cosas que han ayudado, pero chsst, que eso no le importa a nadie. Coges un bolígrafo y haces memoria a ver a ver, qué he hecho yo de interesante últimamente. Para empezar, hacer y deshacer maletas, que suele ser un ejercicio que tonifica todos los músculos del cuerpo y alguno del alma; gastas agua, detergente, tiempo, paciencia y  energía. Aprovechas para discutir con alguien y más o menos (pero solo más o menos) mantiene la mente ocupada.



Por lo demás, has maquillado el currículum, el portfolio y has desarrollado la inútil, banal y pútrida actividad de imaginarte ejerciendo el trabajo de tus sueños. O lo que es más inútil, banal y pútrido: te has imaginado haciendo todas esas cosas que el trabajo te permitiría hacer. Lo bueno del PP es que te deja pensar. Alabado sea el pensamiento, que muchas veces no sirve más que para fastidiarla.



Te pasó una cosa que podríamos llamar graciosa. Sonó el teléfono y una voz muy amable al otro lado te dijo que te llamaban de esa empresa X a la que mandaste el currículum, que quieren conocerte. Y allá que vas, como Madonna, touched like the first time. Todo muy correcto y muy ético, el protocolo ya nos lo conocemos. Lo malo es que después de un tiempo cómo decirlo, mm, acomodada, se te había olvidado algo.



¿Sabes qué pasa? Que estamos buscando a alguien un poco más mayor, tú solo tienes veintiséis.



Alto ahí, chaval. A día de hoy (agosto de 2012), sólo son veinticuatro.



Ya, bueno, pero claro, eres muy joven…



Bueno, es que eso sólo se soluciona de una manera. Llámame dentro de cinco años. Tendré cinco más que ahora, pero a lo mejor no estoy dispuesta a dejarlo todo para hacerte caso a ti.



(Silencio) Bueno, supongo que aunque tienes poca experiencia lo que sí que tienes son ganas no, ¿no?



Ahí te callas y cedes. Vale, sí, tienes ganas. Ganas de hacer millones de cosas que “el trabajo de tu vida” (o cualquiera) te permitirán hacer. Detestas esa piedra en el zapato, la piedra de la edad. La has detestado siempre y siempre te acompañará, cada uno con su lastre. Dicen que las cosas están duras, que el que paga se ha vuelto más exigente. ¿Significa eso que tú no tienes que serlo? Llevas unas semanas dándole vueltas a ese tema. Una cosa es que haya poco donde elegir y otra muy diferente que vayas a vender tu trasero al primero que te silbe. Vamos, mujer, que nunca has sido una chica fácil, no te hagas esto ahora.



No tiene nada que ver con haberse afiliado al Puto Paro.



Natalia Pérez Cameo, Zaragoza, Septiembre 2012









jueves, 27 de septiembre de 2012

ESPACIOS HABITADOS. Septiembre. La ruptura de los pasos de cebra entre la desilusión del ruido plano de las pisadas al margen de una calzada que parece continua

Si jurara que no fue mi primera vez la repetición sería imperdonable; allí prefiero la inocencia tonta a la esperanza del cambio, posiciones encontradas, acaso indiferenciables, en un mudar de pieles desdeñable en las próximas líneas obsesionadas con el brillo que produce la noche cerrada, pues el sol ya aparece, desde las farolas que se asoman a contemplar la calle más larga, prometiendo aceras lisas, escaleras mecánicas por pies arrítmicos con cuerpos entrecruzados de la misma manera que sus vahos destilados, irónicamente impuros, se mezclan bajo el humo tóxico de la carretera desierta, sin pasaporte, que no puede entrometerse en la siguiente historia de decepción; narración puente entre el último bar y el paseo hacia su casa, plataforma de mensajes cifrados en los que esperar palabras o roces salvíficos que electrificaran epidermis y justificaran mi existencia más allá de toda expresión con sentido, leyendo a la perfección los quejidos de un rostro suplicando cariño, alud frío y derretido, desahogo, comprensión a pesar de los diferentes lenguajes sin pegamento; rescatando del mero recuerdo al hermano mayor que nunca tuve, perfecto en todo lo imaginable, aquel que escapó corriendo por el campo sin labrar no volviendo a verle nunca más, ni siquiera en los momentos en que sentí su presencia, menos aún cuando el roce de una mirada presuntamente cómplice calla por la violencia de las manos y sus trucos de magia, desinteresadas de todo aquello que escape a su control en el ataque a unas murallas inexistentes segundos antes, que piden a la nada, empapadas sangre y ácido, la existencia de un dios capaz de señalar buenos y malos, permitiendo el decir adiós a aquelloas que me dañan, poder querer sin redes de seguridad, no confundiéndose la huida y el refugio en el mismo cuerpo traidor en sus auxilios, eterno en el tiempo, cobarde en su ausencia… aunque quizás no pasara por nuestra voluntad; todo inscrito en esa calle que tras nuestras sombras desaparecería una vez más para seguir viva.

Sandra Martínez, Zaragoza, Septiembre 2012