miércoles, 4 de marzo de 2015

ESPACIOS DESTERRADOS. Marzo. Entre Avenida Navarra, N-232 y Avenida Expo 2008


   Una convulsión rítmica, atávica, como de tambores lejanos me despierta, ¿será por eso que me duele tanto la cabeza? El sol me golpea de lleno y me cuesta unos segundos ubicarme.



ESPACIOS DESTERRADOS PRESENTA: 'THE LAST WOMAN ALIVE!'

Nota: Fotografías tomadas con un viejo teléfono roto encontrado por la calle. En ningún momento se busca una imagen ideal y cuidada, esto no es un anuncio.


   Me incorporo. Repaso mentalmente mi agenda intentando explicar la razón por la que después de quitarme las legañas todavía no sé dónde me encuentro. Ayer no fue fin de semana… no, dormí en casa… seguro. Dejo atrás el chamizo metálico en donde yacía, echo a caminar más por automatismo que por encontrar respuestas que quizás no quiero conocer.




Definitivamente no reconozco este lugar, un vacío con algunos vehículos desperdigados como único signo de vida. Alcanzo a vislumbrar un edificio que imagino reconocer, creo que era un banco. Me desvío hacia el lateral, hacia una fuente destrozada que para mi boca pastosa representa un manantial.



   De repente una imagen golpea a mi memoria.



   Todo empezó con una crecida del río, algo natural, nada tan preocupante como la depresión con la que cargaba desde semanas atrás… de no ser porque hacía meses que ya no llovía en ningún punto del planeta, bufff.

   No puedo soportar este calor. Corro a refugiarme bajo el edificio. 
¡NO!


   Conforme entro el techo desaparece por arte de magia. Observo cómo poco a poco todo va desvaneciéndose a mi alrededor. Aterrada ante el previsible destino que me acecha, bajo las escaleras mecánicas con un ojo puesto a mi espalda. 

   Pero detrás ya no hay nada… ni tampoco delante.


   La realidad está mutando, degradándose rápidamente hasta devenir páramo. Noto la presión sobre mis hombros, es como si el cielo se estuviera tragando todo, incluso los colores.



   Lo curioso es que en su desnudez comienzo a identificar los viejos lugares por los que transitaba los días junto a mis amistades.

   ‘¿Tú crees que será como los demás?’, me preguntaba una amiga justo aquí, en la universidad donde tantos ratos muertos pasé.




   ‘Esa de ahí es mala gente’, ‘pues anda que esa, menuda arpía, ¿sabes lo de…?’, reíamos sentadas en esta terracita en la que miles de chismes fueron comentados.

   Cómo me apetecería un refresco… o al menos disfrutar de su aire acondicionado.


   El gimnasio, mecenas de estas nalgas tersas, de acero, ‘tengo que adelgazar que llega el verano’, solía pensar.


   Y otro largo etcétera. 

   Qué más da, ya no soporto la caminata, ya no me aguanto más a mí misma. Aun envuelta en una soledad que no deja paso ni siquiera al sonido de los animales o al ruido de las piedras, me sigo sintiendo a merced de la carretera. Como si la ausencia de ciudad dejará desnuda su estructura, una gigante y raída autopista donde no hay lugar para mis pies.


   Le grito al cielo y persigo mi sombra, buscando sentirme acompañada.


   Cada vez que la acorralo se escapa un poco más lejos hasta que me doy cuenta de que no soy yo si no la silueta de un hombre, obligándome eternamente a estar un paso por detrás. Entonces, dándose cuenta de la farsa, de mi desinterés, le hago desaparecer. 

   Aturdida, levanto la mirada y contemplo el skyline de la ciudad. 


   No hay vuelta atrás. Curiosamente respiro aliviada, por primera vez no siento ningún tipo de presión, obligación o cliché. Hasta soy capaz de captar y entender los delirios urbanísticos, tan unidos a mi piel que condicionaban mi pensamiento sin que lo apreciara lo más mínimo.


   

   Camino con la falta de preocupación de quien ha sido desterrada y por ello ya no puede perder nada. No necesito un hogar feliz, no deseo estar continuamente comunicada con mi alrededor.



   Disfruto del tiempo que me queda. Como cuando luchas por recordar los nombres de quienes serán tus nuevos compañeros, capto la especificidad de cada piedra y rastrojo. 

   Finalmente, llego a lo que antes fueron las vías de tren; en lugar de ser sinónimo de un camino dirigido y sin espacio para la sorpresa, su trazado se ha transformado en un trabalenguas donde me aguardan mis últimas aventuras y, quizás, alguna recompensa.


Sandra, Zaragoza, 2015

jueves, 19 de febrero de 2015

ESPACIOS DESTERRADOS. Febrero. Calle Emilio Alfaro Lapuerta / Julián Sanz Ibáñez / Nicanor Villalta



   En las películas fantásticas nos maravillamos de aquellos pasadizos a los que únicamente podemos acceder bajo unas condiciones específicas, convirtiendo el espacio en un lugar cambiante, lleno de secretos y sorpresas. Y muchas veces no nos damos cuenta de que estos terrenos no quedan relegados a la infancia o a los fines de semana sin nada más que hacer, también los tenemos delante de nuestros ojos: 

ESPACIOS DESTERRADOS PRESENTA:'PASADIZOS HACIA OTRA DIMENSIÓN'

Nota: Salvo que se indique lo contrario, fotografías tomadas con un viejo teléfono roto encontrado por la calle. En ningún momento se busca una imagen ideal y cuidada, esto no es un anuncio.

   Como en todas las aventuras que nos introducen en otro reino, los primeros pasos sugieren una normalidad absoluta, incluso deprimente. Rodeando al pasadizo, por un lado queda una plaza destartalada, de esas en las que sólo nos esperamos realismo social, bancos, perros, litronas, cigarros, algún mural, el paso del tiempo sin que nada suceda. Por el otro, un espacio de tránsito mientras pensamos en nuestras obligaciones, las compras, sexo, poco más. 





   Y esto seguiría así para siempre si los astros lo decidieran conveniente. Pero son caprichosos y, tarde o temprano, acaban por señalarte el camino. Yo lo descubrí debido a las malas artes de un sol cegador que me hizo mirarle para inmediatamente apartar la vista de él, generando un rápido movimiento, un reflejo que me paralizó y me obligó a volver sobre mis pasos. 






   Entonces me di cuenta. El amenazante hermetismo de la plaza se abre lentamente, una gran hendidura deja entrar un edificio que no le pertenece, cuya parte superior se dobla a modo de un acordeón que sonará bien sólo si sabes presionar las teclas y los botones correctos. Cuando la melodía continúe tocándose por sí sola lo habrás conseguido.









   

   



   Sin embargo, una vez logremos descifrar los acertijos del pasaje todavía nos queda otro desafío. ¿Qué podría ser sino un laberinto que ponga a prueba nuestras habilidades de orientación, supervivencia e inventiva? Cuidado con no perderse para siempre al quedar atrapado en una de las trampas camufladas que siembran el camino.










   Si somos lo suficientemente ingeniosas es posible que accedamos a los secretos de alguna de las torres fortificadas, no sin antes superar una retorcida escalera de caracol de la que tendremos que bajar a toda prisa. Para ganar algo del escaso tiempo del que dispondremos la podríamos transformar en una barra como si de una estación de bomberos se tratase y así escapar de las garras de… 


Pero esa ya es otra historia.





Sandra, Zaragoza, 2015