Mamá yo quiero. Mamáááá mamamámamá yo quieeeeroooo…. Que en una carpa con tres tragos suena genial pero que ahora ya no te hace tanta gracia. Has decidido que el momento estelar del mes es cuando llega el mail de recursos humanos con la nómina.
Orgía y desenfreno, piensas, soy asquerosamente rica, si muero hoy… moriré feliz. El IRPF te mira de reojo desde la última casilla de la tabla. Que con la primera nómina, estás convencida, debería venir un diccionario élfico-humano, que explicara qué significan todos estos numéricos. ¿Era dinero mío y se lo ha quedado alguien? ¿Nunca fue mio? ¿En algún momento voy a verlo? ¿Acaso no huele? La nómina te responde en silencio. Idiota, le dices. Bonita, para que no se enfade. Después de todo es ella, literalmente, la que te da de comer.
El otro día, además de la nómina, llegó otra cosa. Algo que te recuerda a cuando eras pequeña y tu padre pasaba una semana buceando en papeles y recibos. Chsst, no le molestes, juega en otro sitio, que está con la declaración.
La Declaración. No precisamente la de los Derechos Humanos.
El papel de la declaración de la renta. Oh cielos. Bestia negra. Signo inequívoco de vejez. No las canas, que dan un toque inteligente hasta sugestivo. No las arrugas, que denotan experiencia y sabiduría. No. La declaración de la renta.
Te estás convirtiendo en tu padre. Eres tu padre. Te miras al espejo. El ojo derecho se te ha vuelto vago. Maldición. Tienes manchas oscuras en las manos. Te crujen los nudillos. ¿Esto no debería pasarte cuando fueras MAYOR?
¿Ya eres mayor? ¿Tan pronto?
Te sale a devolver. Ah. Pues mira tú qué bien. ¿Y eso?
No sé. Ahora es muy fácil, no te preocupes.
No, si tú no te preocupas, no dudas de que ahora sea fácil. Con los millones que ha invertido el estado en publicidad, ya puede ser fácil. Aunque al ritmo al que van las cosas en este país, vete tú saber. A lo mejor enchironan al torpe que no es capaz de hacer La Declaración. Seguro que eres la primera.
Hombre, mujer (siempre esa contradicción semántica tuya, “hombre mujer”) que si tu abuelo sabe…
Ya, ése es el punto. Tu abuelo. Ochentayocho primaveras, todas seguidas. Como para no saber hacerla. Teniendo en cuenta que se te olvidó montar en bicicleta (cosa que no deberías confesar en voz alta), seguro seguro que acabas en la cárcel.
¿Y cuánto me van a devolver?
Pues… según esto, mira qué fácil que es ahora, treinta euros.
Mamá yo quiero.
Natalia Pérez Cameo, Zaragoza, Mayo 2012
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