Lo he visto claro. En la cabeza apresado. Pero no sé dibujarlo. Un
retrato de un hombre y una mujer que por dentro están absolutamente podridos.
Ni siquiera puedo saber que son tales porque me han dicho que allí no vale la
visión para nada. En el interior.
Y no hay
rastro de ningún alma.
¿Podré expresar
algo sobre algo sin perder la referencia, mi pie de apoyo?
Mi
obsesión.
Sueño ignoto de matices en blanco y negro. Y sus rincones, en donde las
leyes se esconden. Haciéndome sospechar que nunca se comportan de la misma
forma en la que habitualmente las conocemos. Teniendo su propia y compleja vida
de la que sólo somos un efecto. Justo en medio de ese proceso en el que el sol
dador de vida marchita y desdibuja las fotografías de nuestro pasado cuerpo.
Pero quiero dibujarles. Necesito ir.
Debo.
Su cuerpo estaba cruzado por
distintos grados de disparates, por ires y venires de un tiempo cuyo promedio
se estabilizaba en torno a los treinta y pico años, produciendo en sus
convergencias y divergencias diferentes interacciones con la graduación del
alcohol, el rastro tímido del speed, la música que ya no suena, la literatura
del móvil o el sexo de los dildos. Semiaperturas esquivas ante los agujeros que
expulsan hacia la superficie a la acidez, la mierda, la halitosis… de cualquier
ciudadano atiborrado de automedicación estética o comida sintética para velar
el cadáver de la televisión. Dibujados por el pulso de Thatcher y Reagan.
Adulto solitario y niño, siempre se
interesó por El chip prodigioso y Pinocho. Hasta que un día, amputado el
hilo capaz de soportar el mundo, decidió buscar aquellos resquicios que ya no
fueran meramente lagos derramados reptando sobre las rendijas de una más que
probable alcantarillan. Que además succionaran.
Su paso renqueante por el miedo de
dirigirse hacia un poro, uno de los puntos de acceso a lo más profundo de sí.
Aquel silencio que permite la voz al que sólo puede llegar como extranjero.
Pero no. No era ni la duda acerca de la imposibilidad de encontrar esa verdad
fundamental, ni las consecuencias de afrontar sus afirmaciones, lo que de
verdad le asusta. El problema no pasa por perderse sino por no poder dirimir el
punto de salida. De hecho, la misma escafandra que lleva no le hace más
hermético, mejor observador. Forma un nuevo interior, intuyendo que la
dirección elegida es en balde. El mapa ha cambiado y su soledad también.
Camina. Camina. Camina y corre entre
parajes de moco y sangre. Su figura, un alimento más a digerir, se resiste a la
fricción de las laberínticas paredes. A sus cambios de temperatura.
Pero a
pesar de la absoluta diferencia el interior es exactamente igual que el
exterior del que parte. Más cansancio, como mucho. Experiencias salvajes,
quizás, en el caso de no estar en otra cosa. Irritado por la estafa.
Los
fantasmas no me atraparán. Agotado por una búsqueda basada en un error,
acabará por detenerse. Necesito un
descanso. Todavía encerrado en un poro, se construirá una casita en la
oscuridad bañada por intermitentes onzas de luz. No quiero que nadie me moleste nunca más y me recuerde el fracaso. Y, en el zaguán que atardece, se
preguntará incesantemente si llegó o no a su objetivo, repasando de manera
minuciosa sus experiencias, intentando descubrir una en particular, o un cúmulo
de ellas con una lógica interna que proporcione un régimen organizativo, que le
sirvan para explicar al resto. Debo irme
a dormir antes de que anochezca y la brisa arrecie. Intentará, con otras
estrategias, iniciar el viaje de nuevo.
Úrsula, Barcelona.
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