domingo, 5 de mayo de 2013

ESPACIOS HABITADOS. Mayo. Azotea (en el reflejo de la sombra, más allá de los balcones nocturnos). Fe de erratas Abril 2013


Las siguientes líneas vienen a corregir cierta tesis del texto Las grietas del refugio en las grietas al señalar cómo de hecho sí que existe un espacio en la ciudad donde se visibiliza la cuestión del movimiento hacia el refugio: La azotea.
No obstante, no nos responsabilizamos de las opiniones vertidas en el texto, de sus insinuaciones sobre en qué consiste el refugio en una ciudad y su relación con el día a día.

Esa azotea, y la otra, se erigen como puntos críticos y únicos de la ciudad, a menudo prohibidos, en un estado de ingravidez excepcional sólo sostenido por el vértigo de la inmediatez del golpe contra el suelo, el proceso de ceguera de la ciudad (***)


















que conduce a una superioridad frustrada y nos arroja a una cotidianidad semejante al cerebro escachado contra la acera,

(*) dirección constantemente omitida pues va contra las reglas del paisaje urbano, provocando que incluso los superhéroes carezcan de esa función, contentándose con el eterno proceso de ascensión sisifea de unos King Kong, Spiderman u Hombre Mosca curiosamente superiores debido a su animalidad, como si la ciudad guardara su secreto bajo el temor de lo salvaje, camuflando todo descenso bajo el parque de atracciones, A.K.A. naturaleza controlada –torre de caída, puenting…– sin que ello acarree un cambio de perspectiva drástico

(**) frente a la casa unifamiliar de la posmetrópolis angelina en la que el propio terreno obliga a estar por encima del resto y, por eso mismo, a no tener literalmente nunca a nadie debajo, permitiendo identificar al resto de vecinos con el privilegiado ojo del prismático, ese poder de visión es ficticio en una ciudad moderna demasiado mezclada, en la que la misma estructura impide ver al vecino de, literalmente, debajo e incluso al de al lado,

(***) (****) omitiéndose aquello que no había podido comprender en el anterior artículo, tachándolo de fallo arquitectónico de la urbe, incapaz de atisbar ese espacio entre los dos puntos, creyendo a estos separados por el simple paso que realizo cada día con el desgarrador esfuerzo de lo infinitesimal

(****), movimiento que se ejerce automáticamente, sin notar que el propio cuerpo cumpla ningún papel en este proceso, esperando despertar gracias a el Gran Golpe… y la cabeza, sólo sabiéndose viva ella; frenética al desconocer si lucha en contra o facilita el impulso de la inercia, necesitada de golpearse el entumecimiento sin que allí haya nada más que el incierto aire, el mal polvo,


Sandra Martinez, Zaragoza, Mayo 2013







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