El aislamiento en la
ciudad seca, de grietas y refugios; ventosa, con aceleraciones y pérdidas;
necesita de un contacto continuo con un agua contenida y distribuida por los circuitos racionales de los
grifos y tuberías, el embotellado, los canalones… acaso también la baba de la almohada tenga algo que ver con el monstruoso intento de expandir los flujos del cuerpo a cambio de ceder la soberanía
al ciborg que no somos ni tú ni yo aunque lo seamos,
caminando sin mirar del
todo,
la acera y
sus prohibiciones y su limpio absoluto
y la
verticalidad del anuncio /
las multas,
las manchas,
terrorismo
en el que TODO puede devenir; también el tránsito
de las sombras volátiles que se escapan en un goteo insensible de formas
aberrantes y sucias, rompiendo la fortaleza de lo sólido sin respetar
compartimentos o leyes en su afrenta a las políticas de austeridad, de la misma
manera que la risa desacomplejada, infantil –más acá de la edad–, vulnera las
libertades opacas, mustias en sus requisitos, descomponiendo el granito y otras
propiedades mitológicas inaccesibles
– atrévete a
atravesarlo
deformando los rostros para luego desaparecer
toda huella
del único espejo en el que todavía es posible contemplarse
desde una perspectiva esquiva ante la obligatoria perfección
agarrado al ruido de la rueda o a la facilidad de
una prenda
reguero de aceite pis o lágrimas acumuladas
al cruzar un punto,
las de un solitario ojo enfermísimo
“evítalo si
no estás preparado”, gritan, como la advertencia sobre la alegría
y sus
desgarros
y ya no puedo transitar más por el camino que soy,
aun intuyendo que volveré
sin saber
admirar estos nuevos colores
–de alguna manera–
–Ei, esto no va sobre el hombre del tiempo
–¿Y del Tiempo del Hombre?
–Menos
Sandra Martínez, Zaragoza, Octubre 2013
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