Escribes con sentimiento.
Las cosas hay que hacerlas con
sentimiento.
Sin palabrería, sin florituras,
sinceridad cruda, brutal, visceral, salida de dentro. Una autopsia de la
realidad para trabajar tus sueños. Ahí donde buscas el sentimiento, entre
noches sin sueño ni descanso.
Revisas los papeles. Dentro y
fuera de ti.
No hay deber donde abunda el sentimiento.
Lo haces porque quieres, te lo pide el cuerpo. Algo que entretiene hasta el
dolor. Escuchas palabras sobre levantarte por las mañanas, sin excesos, sin
jaquecas, te lo enseñan en la escuela: “está bien”. Aquello lo desechas para
elegir lo que te mantiene en vela, en los límites de una salud que no es para
ti buscas algo olvidado y a otros les cuesta recordar.
Luchas por un sueño, algo que no
existe para los demás.
Atascado en algo que llevas tanto
tiempo haciendo que te cuesta una eternidad volverlo hacer. Lo dejas todos los
días y no hay noche que no lo cojas otra vez. Vuelta a empezar, desde el cero
absoluto. Nada de lo anterior te satisface.
Tachones.
Ideas. Palabras. Abstracciones.
Buscas un lugar donde nada y
siempre son lo mismo. Imposibles, lo escuchas en todas partes. Deberías ser
realista, estudiar más, buscar un buen trabajo, lavarte los dientes, llevar pijama,
fundar una familia. Te invitan a que lo dejes todo, seas más como ellos,
sonrías más “que ya te están saliendo arrugas de tanto fruncir el ceño”.
Amalgamas de consejos que suenan en los telediarios y lees en los periódicos.
Tonterías.
Borrones.
Te escribes a cada palabra que
describes.
No lo puedes evitar, es tu forma
de ser.
Es curioso lo mucho que cambia
uno a lo largo del tiempo, la sinceridad contestada y encontrada. Perderse para
acabar siempre en los mismos lugares. Miradas con perspectiva a una vida llena
de sueños e ilusiones que desemboca por arte de magia en ti. Tiempos que son
aquello que haces mal para unos estándares que no son los tuyos. Llenando de
sonrisas las mañanas, al despertar, no al dormir.
Te da igual lo que digan, es
inútil su charla.
Por más frases que escribas
suenas a ti mismo.
No puedes llevar esos zapatos. Aprietan.
Sientes la necesidad de andar descalzo. La vida te va enseñando que no hay que
encajar para ser feliz. Te intentan seducir con un dinero que has aprendido a
no necesitar, pues nunca lo tuviste. Fuiste pobre en sus términos, rico en los
tuyos.
El dolor desaparece dejando solo
lugar a la satisfacción.
Algunos somos soñadores adictos a
la naturalidad del dolor al despertar. No somos los que llevan “business”
pijamas, se lavan los dientes, madrugan para ir al trabajo… Nadie debería estar
privado de ese dolor que ayuda a que las cosas se queden dentro de ti.
Sirviendo de veneno que no mata pero infecta de una curiosidad por llegar.
Sentimiento que muchos aún
quieren conocer.
Para volver a no dormir.
Para volver a soñar.
Gabriel Jiménez Andreu, Zaragoza, Marzo 2012
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