“Quiero creer que con estos futuros
gestos pueda cambiar el pasado manchado por el murmullo del ruido de motores”
Vuelvo
a inventarme aquel bar chic, allí
donde nos gustaría haber tenido esa última conversación frente a los cristales
que dejaban pasar, o imaginaban, unas vistas al río iluminado artificialmente, premeditadamente y sin
importar el precio. Nada de estatuas de yonkis reunidos alrededor de hogueras,
frío e historias tatuadas en sus ropas, manchadas y agujereadas con una
profundidad en las antípodas de la que practica dentro del establecimiento un
gentío aparentemente cosmopolita, el cual, sólo por hoy, tiene tantas experiencias
importantes que compartir sin secretos que, debiendo aprovechar cada instante
súbito, no el siguiente, luchan por hacer prevalecer su grito y así conservar
sus cruciales historias. Pero a nosotros nunca nos importó el jaleo, absortos
tras los tragos de unos vasos jugando con el líquido y las luces de tal manera
que la estancia desprendía entre sus taburetes y grifos el aroma de barco…
“Barco… No debí decir esa palabra.
La he vuelto a cagar; ahora volverás a escaparte o, mejor dicho, no he podido
evitar que te escaparas”
Ruido
de motores, bocinas y pitos bramando sin lengua. Cantos de sirenas ocultando el
ritmo de los pasos disciplinados, utilizando al humo para borrar las huellas de
nuestro rincón; desecho con tal tiento que éste no se evaporó simplemente o se
rompió en pedazos, sino que fue pelándose por capas, eliminando todo resto de
glamour y moda, devolviéndonos como resultado al mobiliario del hostal de mala
muerte en el que ni siquiera el gris era un color.
“Dejarnos un momento, por favor.
Unas imágenes más, sin cadencias, sin tumbos de mareas al zarpar”
No
he podido evitar que ese pasado sea el pasado, haciéndose realidad y marcando
el presente, repitiendo la repetición. Por mucho que rebusque en mi memoria no
te voy a poder encontrar. Otro país sin idioma, allá donde no vale el vudú que
me hacías, consciente o no del daño. He fracasado otra vez en frenarte antes de
que echaras a correr sin importar que yo fuera el que quería escapar de toda
una lista de acepciones de “el Mal”. Huyendo rumbo a un olvido forzosamente
encontrado en la clase social
fantasma de occidente: Aquel marinero o polizonte disfrazado, con la libertad
de escorarse hacia el lado que le convenga para evitar esas responsabilidades
que siempre nos provocaron risa franca. Algún día, si lo consigo, debiste
explicarme por qué perderás todos esos años en el sonido del navío al partir.
Ahora que sé que sólo podía ser un barco; la carretera era demasiado fácil, el
aire algo frágil. Poco importa que te fugaras andando y sin bruma.
– Lo sé, lo sé. No había fuerzas en
tu voz y todo hasta ahora ha tenido que ver con los sonidos. Pero, ¿y si te
digo que nunca jamás dejaré que estemos solos?
– ¿Cuánto valen las promesas cuando
la música se encuentra cubierta por una malla que hace rebotar al sonido hacia
su origen?
Entonces me veo a mí alejándome de
él y preguntándole,
– ¿Por qué partí en ese barco?
– ¿Por qué partiste sin avisar?
– ¿Qué significa despedirse sin
adiós?
– ¿Qué hicimos cuando dijimos adiós
sin despedirnos?
No me malinterpretes y te aceleres, hermano. Ahora que he conseguido
que volvamos a conversar… Detenerte no significa retener la huida, ser la saeta
del reloj que obliga a trazar un círculo al tiempo. Eso no es justo. Estando
lejos quizás tengamos el oxígeno suficiente para habitar lo anterior y los
abrazos, pasos sin recuerdo, no nos asfixien.
Como ves, no quiero hacer memoria,
es el único trato que respetamos de cuando nuestra hermandad se saltaba el
pivote del padre para trazar directamente el vínculo entre un abuelo y una
abuela; dando respuestas diferentes entre sí a preguntas que nada tenían que
ver.
Pacto trazado en este presente constituido por un pasado que ha evitado
la ruina del recuerdo para forjar otras posibilidades de futuro sin agotarse en
un rostro, pues se ha alcanzado uno de esos momentos místicos –o misterio todavía no organizado alrededor de ninguna
trama; caso irresoluble dejado junto a la marea y sus motivos– en los que dos voces distintas
coinciden sin llegar a un orden. Zigzagueos por el mismísimo ritmo, sin
respetar un mobiliario con cierta melancolía en su delicada posición especial.
Sin puntos comunes más allá de líneas neutras como éstas, sin poder
decir nada, solamente seguir de lejos las muecas, dos océanos, que se salpican
sin tocarse justo cuando estos dos hermanos… no se acordaron a la vez uno del
otro, sino que decidieron retomar lo abandonado sabiendo que nunca más se
verían.
Úrsula, Barcelona.
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