¿Acaso ese
camino cuyo mapa manchado de direcciones se encuentra desdibujado al tropezar
con una franja temporal, subsumida al espacio, que se atreve a hacer estallar
la luz en una miríada de colores en fuga de dos, de tres, de diez, de tres y un
sexto, ante un cronómetro cruel que enterrará toda aventura a cambio de
habladurías, falsos opuestos, noche y día, señalando el toque de queda –marcado
todavía por extraño que parezca hoy en día, por un reloj incluso más
caprichoso, el afinado por la parrilla televisiva–, aquella conversión drástica
hacia otras reglas, hacia la Otra ciudad con sus refugios y sus peligros; ya se
había pronunciado hace tiempo, ignorándolo por extranjero, sobre esa peculiar secuencia
que enlaza un sentimiento de atracción tan potente que la extensión y la
intensidad se confunden respecto del sentido habitual, provocando el gesto contrario al de, por ejemplo, “el amor”,
esto es, en lugar de ver en todas partes a lo amado, de transformarlo en
extensión, y, en su presencia, disfrutarlo en una intensidad que no necesita
coordenadas, se mezclan los efectos dando lugar a la intensificación de todo
ese espacio ausente, olvidando rellenarlo, y la espacialización de una
aparición vista como puntos y desplazamientos; con otro de repulsión
ferocísimo, cuya voracidad no tiene que ver con la imposibilidad de percibir
sino con la creación de un campo de batalla en el cual extensión e intensidad
son inseparables, allí donde bajo cada baldosa aguarda una mina; intrincados en
un juego ajeno al vaivén de extremos o a dialécticas positivas y negativas, sucediéndose
bajo la lógica de unos fotogramas no sometidos a ningún bucle en tanto,
imparables e independientes, se desligan de las imágenes y la narración,
produciendo un extra que no puede
remitir ni a una superación ni a un origen, impidiendo así todo fin en favor de
misteriosas desapariciones, en las que la muerte no tiene mayor peso que el
aburrimiento o la distracción, revividas cuando el eterno retorno torna desafío
irónico impotente pero obstinado en la
duda de si su trabajo, entendido como repetición, será mera futilidad,
haciéndose asimismo la pregunta de si acaso aquellas otras luces
Sandra Martínez, Zaragoza, Marzo 2013
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