Un mes más
volvemos al retrato de la familia americana,
de momento más cercano a la photo finish de The
Texas Chainsaw Massacre (1974) que
a la de Modern Family (2009 – ). Si
con Take Shelter se agota, o se
autodestruye, la tradicional familia del simple
man; Martha Marcy May Marlene nos
lleva, por medio de un cuerpo de mujer, a la violenta relación aparentemente dialéctica
entre la acomodada clase media capitalista y la comunidad natural, animal –que
no rural–, que tiende hacia la imagen del buen salvaje. Como vemos, tradiciones
edénicas bien inscritas en el imaginario mítico de la utopía USA.
Two tickets to paradise
El punto
de inflexión respecto a la inercia del mes pasado tiene dos vértices. El
primero pasa por que el protagonista –¿o los protagonistas?– sea una mujer;
alteridad dentro de las fronteras WASP. El segundo abre una nueva topografía,
la de la alternativa nómada; la senda del viaje –“¿Cuánto tiempo se quedará
esta vez?”– alejada del buenismo o del rito iniciático de la ya lejana Into the Wild (2007), pues no queda
rastro de piedad en un campo de tenis en el que los jugadores que marcan
dirección, velocidad y filigranas llevan mucho tiempo jugando. Estos dos
extremos son el capitalismo y la comunidad salvaje.
Este
último, el paraíso natural rencontrado a través del renacimiento que supone el
bautizo de Marcy May, implica un viaje temporal al color de los 70 y la apuesta por una vida teóricamente
autosuficiente, autónoma, construida a través de trabajos manuales democráticos
–“Intercambiamos el trabajo todos los días, así todos sabemos hacer de todo”– en
medio de una gran extensión campestre protegida del ruido por los bosques. Un
buen hogar para un perro apaleado, aquél que no ha podido soportar el dolor del
capitalismo en su formulación económica y, sobre todo, en la familiar; siempre
la familia. “Por una vez en la vida se merece que le traten bien”, dice
afablemente Patrick, el organizador de la comunidad, asegurándole con su tono
de voz una libertad contraria a la esclavitud capitalista.
Así, esta
colectividad de almas perdidas se reúne en torno a un vínculo perdido entre sus
fugas: La confianza. Motor que permite alcanzar la armonía entre el triángulo
formado por los demonios internos, el trabajo no remunerado y la dificultad de
convivir en grupo fuera del individualismo. Sin embargo, y ya se nos sugiere
desde los primeros fotogramas, la estampa no es tan idílica como se acaba de
describir. Este goteo hacia la corrupción del ideal se produce a partir de la
transformación de la confianza en promesa, en el paso de un intercambio mutuo a
uno unidireccional. Acto ejercido con violencia a través de la violación
sistemática –o purificación liberadora– a las nuevas compañeras por parte de Patrick,
previo drogamiento de las víctimas. La liberación no se da, entonces, de manera
inmediata y transparente sino que se desplaza hacia el/la recién llegado/a.
Ésta depende de cómo se comporte, de su sumisión o promesa de actitud,
confianza (ahora) ciega[i], en una
estructura de poder radicalmente diferente a la imaginada: Se erige la figura
del gurú, el líder de la difunta utopía realizada que ha dejado paso a la secta
–cult–; gran familia despótica,
salida del capitalismo por el lado del medievo, en la que el Padre, o macho
alfa con derecho de pernada, posee a las mujeres y domina a los hombres[ii].
Patrick,
brujo, sacerdote, deviene Charles Manson rodeado de un ejército de
acólitos-fanáticos en un culto a la muerte. Incluso la más “vanguardista” de
las comunidades, aquella que no menciona a ningún Dios ni propone una salvación
trascendente, dejándolo todo a una suerte de New Age, es corrompida por el placer de (la) muerte[iii]. Allí,
las referencias a la religión suenan a argumentos inventados sobre la marcha y
recogidos de otros lugares para justificar los placeres perversos del líder: No
hay ninguna trascendencia más allá de éste, las promesas no van hacia otro
mundo, sino que se quedan clavadas en él –“Yo podría haber sido muy egoísta,
podría haber reservado mi don sólo para mí, pero me he sacrificado para ser lo
que tú necesitas que yo sea, ¿por qué no confías en mí? Yo confío en ti ¿Y por
qué tengo que explicártelo todo?”–. No se ha necesitado ningún Dios lejano para
que la vida que convierta en cárcel, la violencia y la muerte son herramientas
suficientes.
Corre.
Marcy May corre hacia Martha, a un pasado posterior, a una organización
inversa; pues frente a lo que se ha revelado familia patriarcal, ahora ella
recae en aquello que se suponía modelo de familia pero no ha logrado cerrarse
sobre sí –su madre murió y su padre abandonó el hogar, quedando únicamente una
hermana mayor recientemente casada; madre sustituta–. Esta familia capitalista
tan criticada permite, sin embargo, la vuelta de un miembro que no ha llamado
en dos años, que ha podido escapar sin ser perseguida, proporcionando un modelo
de libertad contrario al de la comunidad-secta[iv]. Patrick
ya lo había profetizado aunque sin que nosotros supiéramos sus consecuencias.
Por
supuesto, éste no es un lugar en el que nuestra protagonista pueda descansar; de hecho, las mismas
imágenes en movimiento no se esfuerzan mucho por subrayar lo que ya es obvio:
Estamos ante un espacio de infelicidad, falsedad, depredación, etc. En
cualquier caso, tampoco quieren que se quede. Tanto se ha abierto, o deconstruido, esta familia cosmopolita, que
se rechaza a sus miembros; no se les pide promesas pero tampoco confía en ellos
–¿acaso nuestro momento?–. Familia
mínima, de supervivencia y malestar, nada parecida a la de la secta o a la
familia rural unida hasta su destrucción de Take
Shelter, pero que, de todas formas, no deja de mantener el ideal familiar[v].
Llegamos
entonces a la pregunta clave, ¿por qué vuelve? Cuestión que lleva a fijarnos en
otra particularidad impensada hasta el momento: La relación entre los dos
mundos traspasados por la protagonista. Tensión que podría pasar por un conflicto
dialéctico, con la inicial “M” como el puente capaz de resolver el problema en
su viaje en espiral[vi].
Sin embargo, si atendemos a las veces que se verbaliza el nombre “Martha”
frente a las de “Marcy May” –treinta y cuatro frente a cinco– y la estructuración
de un montaje que rompe la linealidad temporal, nos damos cuenta que éste no es
el camino interpretativo más jugoso. El peso de un nombre frente al otro marca
la jerarquía de los mundos; jugada brillante en tanto el film se centra más en
el breve fragmento vital de la comunidad y tan sólo traza a grandes rasgos el
capitalismo burgués. Si estas comunidades son capaces de sobrevivir se debe a
que son meramente un vertedero que ni puede ni busca revelarse contra el
supuesto amo, pues ya fue saqueado por la paranoia panóptica nixoniana y
olvidada por la sonrisa reganiana[vii].
Así, la
pregunta inicial se reformula interrogándonos por qué Martha ha ido a parar a
tal basurero, por qué la película se centra en ese particular instante. La
protagonista actúa como heredera del gesto libre de aquellos hombres que, tras
su victoria en la segunda guerra mundial, entendieron la libertad como
movimiento indomable no sujeto ni a horarios ni a residencias. Sin embargo,
Martha recoge la huida y desecha los otros tipos de acción asociadas[viii]. De
esta manera, la comunidad pasa por constituir una etapa más de la que, cuando
se sienta incómoda, partir y olvidar sus leyes –tan sólo un dejarse caer por
allí–. Pero esta actitud rebelde e intratable le impide al mismo tiempo el, por
ejemplo, luchar por un cambio dentro de la propia comunidad o intentar forjar
otras alternativas[ix].
Entonces, la historia de la comunidad natural
que visionamos no tendría mayor importancia si no fuera porque coincide con el
momento en el que se da el agotamiento crítico de nuestra protagonista –de
hecho, es probable que Martha haya tenido más experiencias similares o incluso
peores–, dejándose caer por inercia en una casa de su hermana que no pasa por
constituir un punto de partida o de llegada, sino mera red de seguridad;
temporal en tanto ésta se demuestra incapaz de reformarla/cuidarla o, más bien,
no tiene ni interés ni fuerzas para ello –como mucho utiliza los mecanismos
decimonónicos del encierro; en este caso el manicomio–. Por ello, Martha llama por
teléfono a la comunidad; de la misma manera que lo evita a toda costa desea
que, en su propia falta de energía para continuar vagando, alguien sea capaz al
menos de retenerla. Como hemos visto, el último vertedero existe en la medida
que no tiene ningún tipo de poder exterior, así que a Martha no le queda otra
salida que imaginarlo, desarrollando una paranoia fruto de la convergencia del
agotamiento de la huida –de esa esquizofrenia del nombre– tras su última
aventura y el deseo indeseado de un
lugar lo suficientemente potente como para descansar[x]. Estamos
muy lejos ya de Milestones (1975) pero
también de la aparentemente cercana The
Village (2004).
A la
comunidad rural del buen WASP que
provoca su autodestrucción –exceso de actuación heroica siguiendo las propias
reglas del capitalismo, produciendo paranoia– se le han sumado la comunidad natural dejada a su suerte –la salida
del capitalismo como “medievo” o secta sin resultar ninguna amenaza–, la
familia mínima del capitalismo cosmopolita sin interés o capacidad para
educar/cuidar a nadie y la/el rebelde que se muestra incapaz de responder a los
problemas de su época –su cansancio unido a la falta de actuación provocan su
paranoia[xi]–. En
cualquier caso inquietud, sentimiento de acoso o de exceso de carga habitando
mundos pesadillescos que no necesitan caer en el terror, en lo surreal o en lo
onírico. Como alguien diría, estamos ante un miedo superficial pues descansa en
la más absoluta inmediatez.
Nowhere to run, baby. Al menos por algunas de las más
visibles alternativas de la cultura americana.
Ante este panorama mapeado gruesamente y sincrónico a nuestra actual
crisis-no-sólo-económica, ha llegado el momento de zambullirse por los
recovecos del cine hollywoodiense y explorar de manera más o menos azarosa
varios espacios-tiempos que nos han propuesto una amplia gama de modos de vida,
emociones, rebeliones… sin que partamos con ninguna meta presupuesta.
Sergio, United States Minor Outlying Islands, Febrero 2012
[i] Esta confianza ciega se muestra
en el caminar por la oscuridad de la protagonista provocado por unas escenas
enlazadas no mediante una cadena causal sino por el sonido discordante que se
adelanta a la imagen –frente al rayo–, golpe que llega antes de que pueda
verlo.
[ii] Por supuesto, el primer e inmediato fracaso de toda comunidad utópica
es basarlo en una supuesta naturaleza legitimadora de la división sexual. De la
misma manera, la indispensable violación no es un acto para romper la propiedad
privada. Primero porque no sirve para anular las parejas sino que es tan sólo
un botín del jefe, el cual, posteriormente, empareja a la susodicha a un hombre
de la camada, a un mortal. Segundo porque no se viola a los hombres, no se
produce una ruptura del ano como propiedad privada.
[iii] “Sabes que la muerte… es la parte más hermosa de la vida, ¿verdad? La
muerte es hermosa porque le tenemos miedo. Y el miedo es la emoción más
maravillosa porque crea un estado de conciencia absoluta. Te lleva al ahora, y
eso te hace alcanzar el presente. Y alcanzar el presente es llegar al nirvana, al
amor en estado puro. Así que la muerte es puro amor”, le dice Patrick a Marcy
May tras el intento de robo con asesinato –robo que por otra parte rompe toda
ilusión de autosuficiencia–.
[iv] Existen, no obstante, puntos de contacto. Por ejemplo, ambos modelos
de libertad están orientados hacia el aislamiento. En este capitalismo, la
libertad más perfecta pasa por un aislamiento individual –Ted, el marido de su
hermana, quiere disfrutar de sus vacaciones, de la libertad del sistema, en
soledad; esto no implica no consumir, sino que quiere hacerlo por todo lo
grande, en una casa al lado del lago, etc.–. En esta comunidad la libertad
tiene que ver con un aislamiento grupal –toda llamada del exterior es
contestada por una Marlene Lewis o un Michael Lewis–.
[v] Así, el mayor miedo de Lucy, la hermana, es ser una mala madre.
[vi] Quizás podría apelarse a una dialéctica historicista en la que la
familia WASP rompe en los 60/70 con
el padre llevando a las comunidades hippies
para retornar a una familia reconstruida con un capitalismo reforzado –una
mejor calidad de vida–. Reducción que
aquí no nos interesa.
[vii] Podríamos alegrarnos de que el capitalismo nos deje a nuestra suerte
debido a alguna especie de carácter pacífico, pero esto sólo pasa –en el caso
de que se dé– cuando no es posible sacar más beneficio y/o no representamos un
peligro ni se nos puede pasar por tal –así, poco importaría que hubiera más
Charles Manson, estos ya cumplieron su función terrorífica; el asesinato en la
casa será útil tanto asesinato en sí, como peligro sin rostro que debe ser
subsanado poniendo rejas y comprando armas–.
[viii] Sería pertinente pensar, y dedicarle toda una sección a ello, sobre la
misma carretera que sugiere este movimiento sin acción: Si en la comunidad se
planteaba una libertad basada en una supuesta naturaleza que se desenmascara
como artificio impuesto por el Líder, en el capitalismo se da también una
libertad natural, la del libre
mercado mezclada con la artificialidad
de la casa de diseño, del bote o de las normas que no permiten el desnudo o
irrumpir en una habitación donde una pareja está teniendo sexo –el capitalismo,
en su absorción sin límites, no parece interesado en soportas estas cuestiones
asociadas al cuerpo en tanto se perdería una gran cantidad de negocio
deseante–. En ambos casos el malestar de nuestra protagonista es como si
descansara en una hipotética separación entre lo natural y lo artificial
bajo el problema de lo normal
–“porque es privado y no normal”, dice en casa de su hermana–. Esto es, su
constante movimiento centrífugo a veces quiere justificarse en la incapacidad
para hallar, o producir, eso que sería normal.
Al menos si lo entendemos en su trayectoria de bajada, en su falta, y no en su
esplendor inmanente.
¿Estamos entonces ante lo que sostiene el tema de la tan cacareada
autenticidad en el simulacro americano?
[ix] No es de extrañar que esto enlace con la crítica a un sector
filosófico del siglo pasado de exaltación a la producción por la producción,
esto es, movimiento, como alternativa al concepto de acción clásico y a su
inversión moderna como sistema de producción. Para una reflexión más lúcida
consultar el ensayo Esto no es música
(2007).
[x] Posición que se incluye dentro de la problemática fundamental que
recoge la pregunta “¿por qué deseamos el fascismo?”.
[xi] La falta de los conocimientos pertinentes en psicología dejan en un standby tentativo el uso de la misma
palabra para señalar, como se ha analizado, dos estados mentales muy diferentes
–véase el final de ambas películas y su relación con el encierro, la familia y
el camino fabricado–. Sin embargo, es cierto que la paranoia como obsesión
parece ser un sentimiento común aunque con direcciones distintas.
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