Álbumes
A través
de esta palabra de sonoridad sensual y grafía extraña se abre una sección cuya
fuerza radica en su carácter anacrónico y desubicado. Anacronía debido a que se
propondrá la escucha de un Álbum (*) en un momento en el que su concepto ha
dejado de tener sentido en favor de la composición personal de canciones
sueltas, sencillos, que no tienen por qué ser escuchados de manera completa
para pasar al siguiente tema. Donde la estructura auditiva se desplaza desde la
voluntad más o menos teleológica de los creadores
hasta el capricho del oyente y sus listas en continuo cambio.
Desubicado
porque si bien nos situamos en lo que plantea un álbum como totalidad, ésta no puede
ser más que abierta; es decir, una propuesta cuyas huellas desaparecen en la
medida en que camina. Así, durante el recorrido sonoro, surge un microrrelato
que establece otro tipo de álbum; aquel compuesto
de retazos que no tienen ninguna relación necesaria ni con éste ni entre sí,
pero que en su movimiento susurran algo así como una posible historia, siempre
breve e inconclusa (con una temporalidad diferente y menor de lo acontecido), a la que ya no se puede volver mediante la
repetición que supone abrir el porfolio de nuevo. Por ello, en estas líneas no
se expone una contextualización o explicación de los pasajes musicales; mucho
menos la búsqueda de su verdad, significado o Ser. Tan sólo duran hebras
escritas como secreción simultánea de un viaje placentero, de una aventura
microscópica.
(*) Con
su correspondiente enlace en streaming
al principio del texto siempre que sea posible.
Un número
desconocido de fantasmas parpadeaban aleatoriamente transformando porciones de
sus halos en carne. Dubitativamente, por temor a caer al vacío tras un impulso
demasiado entusiasta, en aquellos precisos intervalos intentaban confluir con
otros tactos, capaces en el encuentro de producir movimientos acompasados;
salidas.
El último
pedazo de cuerpo, corpúsculo, pudo rodar por un campo de sol sin comprender qué
o quién le cegaba cuando el cielo absorbía todos los colores. Pero éste era
tramposo pues a él no le admitía.
Gritó.
Como si las lágrimas pudieran crear un núcleo con la densidad suficiente.
–No sé si sabría contarte más sobre mi
pasado… –dijo con la sinceridad de una lengua sin necesidad de dientes ahora
que los golpes se los habían arrancado y su vida de espectro disolvió partes
antes inflexibles. Esto es, con aquellas palabras que tras todo el bagaje, por
una u otra razón sólo podían ser francas.
–Nos acabamos de conocer y ya estamos
cansados de todos los fracasos previos. Ni siquiera en la ilusión del inicio
somos capaces de soportar algo de lo que tampoco tenemos mucho más que decir.
–Sí. Es una buena señal, ¿no crees? Nuestra
fatiga nos obliga a alcanzar el fin mucho antes de tomar la velocidad normal.
–Quieres decir… ¿que de alguna manera hemos
liberado al tiempo?
–Exacto. Podemos inventarnos nuestro propio
pasado. Será más real que cualquier recuerdo olvidado.
–Aunque no creyera en el amor, no quiero
perder el momento en el que tu voz perdida y mis ganas de gritar se reunieron
en el karaoke.
–¿500 días juntos?, ¿en
serio? Que cutre. Prefiero un encuentro casual en un mercado neoyorkino. Primer
punto de una espiral de autodestrucción y placer que nos duró nueve semanas y
media…
–¿Y Tokio con nuestras diferencias insalvables? Entre la amistad
surgida a través de encuentros casuales intermitentemente. Debido al intento de
alquilar el mismo apartamento. En un viaje en tren por Europa con una noche
vienesa bien exprimida intelectualmente. Por favor, no me hables de cartas que
viajan en el tiempo.
–Y más allá aún. Hemos reído hasta quedarnos sin oxígeno dentro de
castillos hinchables en fiestas playeras crepusculares; hecho el amor en el
intermedio de una de tus entrevistas de trabajo; atracado la tienda familiar
para gastarnos todo el dinero en el casino disfrazados de personajes de Futurama; viajado a
–Espera, espera; ¿y el drama?, ¿y cuando te
jugaste la vida en una carrera de motos tras nuestra discusión?, ¿y si llegas a
morir? ¿Dónde están las lágrimas? Nada parece irreversible ni inevitable.
–Jajajaj; está bien. Mmm… un momento crítico
fue cuando me rencontré con mi ex e intentamos, durante un instante, volver a
ser amigos, sentir cariño.
–Eso ha sido un golpe bajo. No sé ahora mismo
dónde te encuentras, ni siquiera si esto es necesario. No es justo que filtres
otros relatos envenenando éste. Tus propias historias, no puedo volver a oírte hablar
sobre la importancia de tu ex… Pero yo creía… Casi matas lo único que nos
queda; la imaginación. El único tiempo radicalmente abierto, que nos permite
respirar sin necesidad de que estemos acuerdo, de armonía o coherencia. El
único lugar absolutamente cerrado, al margen de miradas, visitas de ex con sus
historias, planes de futuro y todo eso. Nunca al revés; si se invirtiera el
orden entrarían las disputas y los celos. Podemos hacer lo que queramos el
resto del día, fuera de nuestro relato. Allá donde no nos creemos ningún cuento. Sin reproches.
–Entonces, ¿para qué me necesitas?, ¿por qué
no vuelves a tu soledad y lo haces sin mí?
–Me estaría mintiendo. Toda palabra se
desvanecería salpicando gotas de órganos directamente al alcantarillado, sin
ecos o gruñidos.
–No lo entiendo… Fuera no tenemos problemas…
Sí… Dentro debemos crearlos… Sí… No pueden venir de otro lugar… Claro… Es
nuestra alternativa. Las relaciones con un pasado impuesto son escasas, y las
pocas que restan aguantan su desgaste mediante planes de futuro. No tienen
presente. Pero sin pasado nuestro presente no resistiría a los ataques
cotidianos. Lo abandonaríamos.
–Jajaja, nuestra primera discusión será demasiado retorcida. Ni
siquiera sé de qué película la sacamos.
–¿Europea, Asiática? Me
tranquiliza saber que todavía queda mucho hasta que la suframos, y tras haber
pasado todo lo que hemos pasado es muy probable que la superemos.
Úrsula, Barcelona.
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