Un sentimiento insoportable, incapaz de convivir con la domada coti-
dianidad y sus silenciamientos, clava contra la pared los poros de
una segunda, centésima piel, planteando peligrosas e indecentes
respuestas sólo capaces de soportarse amplificando exponencial-
mente ese
sentimiento mortal, aupando lo permisible más le-
jos del más allá del
límite, allí donde apreciar lo antes
insufrible como punto estadístico,
mera anécdota habita-
ble dentro de un régimen actual mayúsculo, mantenido
a base de repeticiones compulsivas que no necesitan
ya ampliarse sino
mantener la intensidad dentro
de un circuito de flexiones sin
resistencia sus-
pendidas por el viento en el ojo del huracán,
sugiriendo
al sediento ante una fuente en la
que el agua brota impúdicamente hasta
perder-
se por una rejilla, que cave un pozo más
profundo, todavía más
profundo, la tierra
no está seca y el quemado necesita sol;
y la herida
un filo; otro cuerpo vivo
para quien no puede con el suyo, hecho
de un
material ajeno pero que torna
más de lo mismo, uniforme para
parar el
aire y poder portar
su desmesura a pesar
del peligro
de
¡cra
Agujero relleno en el todo Único punto en la nada
ack!
la
estabilización
o normalización en
esa superficie del espejo
en la cual no hay imagen, ya
sustraída y excedida, sino vómito
amargo
en el que la nostalgia se en-
cuentra en otro lugar, puede que deglu-
tida, no lo sé; roto el eterno retorno de
la digestión permanece la pesadez
del hartazgo
no confundida con el parón de la pereza, pues no
redimensiona el tiempo sino un espacio con puentes
quemados, aquellos
que fueron hogar y el hogar aque-
llos, redireccionanando los pasos,
evitando así los
espacios-cuerpo y sus anatomías ante la generación de
cárceles encerradas entre sí, previniéndose unas de otras,
“si vuelves
te atraparán”, “si me evitas vivirás en la cuerda floja
de los
malabarismos, cada vez con menos opciones, más preso”;
aunque esta
última afirmación
sepa que todavía queda mucho territorio para
huir y,
al menos de momento, tiene la batalla perdida
de la misma manera que
estas líneas estertoras de un segundo tramo
que deja de ser el suyo al
cuestionarse si únicamente
explica lo presente o pertenece a este mundo;
miedo a reventar al situarse en ese borde
donde el agua se empuja a sí
misma al
intentar escapar de la caída.
Sandra Martinez, Zaragoza, Junio 2013
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