(*) Segunda parte relacionada
con el álbum del anterior mes: Kyuss – Blues
for a Red Sun
– ¿Holaholahola?
Los ecos defectuosos de las gotas de agua sólo detienen su rebote ante la
parálisis, gestos de la garganta ahogada. Lo inmóvil muda la piel en cortezas
de cristales quebrados que embaldosan un suelo por el que debo comenzar a
correr. ¿Quién ha dicho eso? Espirales cambiando de sentido para despistar mis
recortes y zigzags sin orientación o pistas que me indiquen cuántas veces llevo
atravesando la misma puerta blanca de fondo negro absoluto. Sin sombreros o
conejos que perseguir, él se mentía a sí mismo con nanas cantadas por gente ya
muerta. Evitando prestar atención a las sombras que aguardaban en los rincones
de su visión. Presencias que sabían demasiado. ¡Largaros! Puedo sentir la
viscosidad de las paredes cuando golpeo al aire, el calambre en los músculos
fofos, la descarga del rayo atormentando a la jaqueca. Y lo peor, el silencio.
¿Quién está hablando por mí? Rodando dentro de una caja por una cuesta
cultivada con clavos, no se podía despegar, ni siquiera controlar con fallos y
vacíos a un narrador con el que compartía la palabra “yo” pero al mismo tiempo
ajeno y cruel. Mientras describa el ambiente de manera insana estaba condenado
a sufrir eternamente, pudiendo ver el final del techo alargándose como una
sonrisa con pintalabios excesivamente rojo y falta de dientes. Debo encontrar
la manera de retornar del viaje. Se equivocaba, habían pasado años desde su
último acid trip; ahora se encontraba
en otro lugar. ¡Mientes! Estás intentando volverme loco, esto no es real. Su
voz se desgarraba al no encontrar un oído cualquiera que mantuviera compacto el
mensaje. Finalmente, tras agotar sus uñas rasgando una salida que siempre
acababa topando con su propia piel, se dio cuenta de que su situación poco
tenía que ver con revelaciones astrales en escenarios que nunca visitó. Todo
era demasiado… familiar; incluso el salto temporal. Una sombra retorciéndose sinuosamente
se acercó hasta mí.
– ¡Por
fin! Bienbi nbien ya tenía ganas de hablar contigo tío. Me ha costado
encontrarte, pero sabía ¡lo sabía! que terminaría por hallar un portal hasta
ti… o mí. Paró de hablar justo cu ndo sus labios sugerían palabras inscritas
más allá de todo lo que pudiera verbalizar. En su impaciencia se esc ndía un
cierto orden o, al menos, premeditación.
– ¿Quién eres? Resultaba difícil
atrapar con la mirada su cuerpo con ritmo de jazz lascivo, como si fuera un ser
amamantado por un lagarto
– ¡No te pases! Que rás decir: Se movía con la elegancia
de la música de sofá mientras daba tiempo a su interlocutor a que intentara
adiv nar su identidad. Ignoró el comentario.
– Sería
inexacto decir que pasó tiempo hasta
que dije algo. Ya me acuerdo de ti. De repente, el tipo que tenía enfrente
comenzó a patalear, negando la cabeza con desesperación.
– Una cámara con tembleque aproximando y alejando el zo m
caprichosamente expresaba la personalidad de su interlocutor. Vamos a ver, sí,
yo te conozco, no sé si tan bien c mo presumo, pero es totalmente imposible que
me recuerdes. A menos que se pueda
viajar al futuro y se demu stre más o menos la falta de libertad. Continuó dando
vueltas a ese problema, inútil. Su voz se mantenía firme mientras salt ba por
las palabras, manteniendo una cierta suavidad, como un sexo d ro y húmedo.
– Sus
frases cortantes faltas de armonía modificaron un espacio que hasta entonces
había pasado desapercibido, inexistente. Una vez más, lo miedos, los soplidos
fríos, los susurros que te conocen, el tirón en la ropa junto a los chillidos.
Lloró sin poder salir. La sangre azul que colgaba de sus iris aclaró la imagen
del misterioso personaje. Te pareces a mí… salvo que más joven. No exactamente
mi hijo. Alguien más mayor que yo. Con algún retoque quizás o mejor vida no sé.
Su frente sudaba al ritmo del tic tac que producía la imagen reflejada en sus
retinas, muy nervioso. Qué más da he terminado con los puzles no pienso
desenmascarar un hipotético significado oculto que me lleve al sentido
trascendente final no existe lo sé lo sé he acabado con mi empecinamiento y mis
excesos en busca dedde solamente problemas. Hasta llegar a semejante conclusión
debieron pasar siglos, superar la misma barrera que separa el interior y el
exterior del tiempo. El otro golpeaba las palmas siguiendo algo inalcanzable.
– Aplaudí; no t nto celebrando como dando por zanjado el
asunto. He tenido unos días muy malos, con un m lestar agudo carcomiéndome sin
saber de dónde venía a p sar de su exactitud… hasta que me di cu nta que eras
tú. Por algún asunto sin res lver que desconocía. Intenté acc der a ti mediante
golp s de voluntad, de memoria, pero no funcionó así que decidí escuchar ese
disc de Kyuss que tanto te gustaba, me gust ba, por aquel entonces. Esc cha, me
tengo que ir porque he quedado y llego tarde, p ro no me fio de d jarte aquí
sólo otra vez, puede que r caigas y produzcas un efecto d minó. Si te inv de de
nuevo el m edo o las ganas de av ntura no busques, crea. Cr a un signif cado
oculto tras el que se h lle la verd d. Emparan iate, obsesiónate con enc ntrar
lo que hay d trás, desc bre conspiraciones d trás de cada esquina. Es lo que t
do el m ndo hace. Mira, p r allí. Si t enes pr bl mas sol ción los c n tu pasad
, p r p r f vo o
– Se
perdió entre interferencias. Ante él, un pasillo deformado con luces demasiado
blancas como para ser un color, intermitentes, según intuía, a pesar de que
fueran acompasadas con sus parpadeos. Lo intentó traspasar mientras la
superficie se curvaba, inalcanzable. Sonidos de móviles y escaleras mecánicas.
– Hola.
– Dijo
una voz imberbe tímida, o eso pensé. Le sonreí al reconocerle, esperando que
estuviera orgulloso de mi aspecto. El niño echó a correr, furioso, hasta que lo
arrinconé en un armario lleno de disfraces.
– ¡Te odio! ¡Me mataste!
– Pero…
eras un tipo solitario, siempre encerrado en tus propios mundos sin necesidad
de comunicarte con nadie, sin empatía alguna. ¡Eras un psicópata en potencia!
¡Te salvé!
– Pero yo
estoy bien así. Puedo mirar alrededor sin que le importe a nadie. Sin la
presión ni la inseguridad de ser siempre perfecto, caer bien a todo el mundo y
estar pendiente sobre qué pensarán los demás de mí. No le importo a nadie, no
rindo cuentas a nadie, no le importo a nadie, soy libre. Y mira ahora, mira… tu
nerviosismo mezquino, incapaz de sentirte a gusto contigo mismo.
– Los
ojos de aquella criatura se aproximaron hasta mí, acelerando la velocidad de
sus quejidos. No es justo, porque yo sea el último cuchillo en clavársete no
implica que yo sea la causa de la muerte… La cicatriz de su garganta se abrió expulsando
algo demasiado pegajoso como para no evitar su contacto y correr hasta que una
pierna sin dueño me hizo la zancadilla y caí. Caí hasta que unos suaves brazos
me retuvieron y me condujeron hacia su calmado seno.
–
Chssttt… Tranquilo, yo te comprendo. ¿Cómo
te encuentras? No tengas
miedo, articula los modos discursivos de tu decepción ¿Tienes miedo? ¿Qué te aflige? Ábrete Llorar es gratificante ¿Por qué no me dices
nada? ¿Te pasa algo conmigo? ¿Te he hecho algo? ¿Es por eso por lo que me
abandonaste? Es normal
sentirte culpable tras fallar en tus intentos de ser una mejor persona ¿No te importa nada
de lo que te estoy diciendo verdad?
Por
favor, no dejes de tomarlo
Sus efectos colaterales nos ayudan
No te
convenzas a ti mismo que eres como eres debido a tu naturaleza Que siempre has sido así y todo cuadra Trucos de la
imaginación
Queremos
dejar de odiar ¡Crees que no sé que
me estás echando en cara todos los sacrificios que tengo que realizar en contra
de tus ambiciones, de tu testosterona, para respetar a los otros de la manera
que se merecen! ¡No! No hables de injusticia. Deja el tema
del cuerpo, déjalo, sólo son… ¡calla! ¡calla! ¡CALLA!
– Los
brazos me dejaron caer de nuevo, libre de su asfixia, hasta que me di cuenta de
que podía mover las piernas. Probé a levantarme y lo conseguí. Mire alrededor.
Me encontraba en una habitación empapelada por posters demasiado borrosos.
Enseguida reconocí la nuca que sobresalía de la silla. Me alegré. Por fin.
– ¡Tú!
– Fui a
chocarle mientras se giraba lentamente. Su cara me aterrorizó, algo
indescriptible recorrió mi cuerpo a pesar de que no lograra ver nada fuera de
lo común más allá de que su rostro se asimilaba a un tablero de ajedrez
despojado del romanticismo de la foto en blanco y negro. Su oponente lo sabía,
hizo la mueca del que va a soltar una reprimenda porque se da por ganador. De
repente comencé a balbucear intentando justificarme.
– Mírate
gilipollas. Eres un puto traidor, un usurpador. Y lo sabes. ¿Qué ropa llevas?
¿Otra vez? ¿En serio? No has aprendido nada.
– Te lo
puedo explicar tío. He sufrido mucho, vi la salida gracias a esto. Me salvó la
vida.
–
¡Vuelves a ser un pringado! Un puto friki
que lleva mi nombre sin ningún derecho. ¿Dónde está el ansia, la
potencia, la depredación? Me has suplantado macho. Eres un jodido usurpador.
– Me apuntó con el dedo de la
amenaza de muerte. Escúchame por favor. Si lo piensas ese volver a mis orígenes
hace que yo sea más real que tú, ¿no? En esa época salvo por las pintas creo
que tampoco cambié tanto con ese salto…
– Blablabla. Eres un mierda. Es una
regresión cobarde.
– Dijo
tajantemente. Pero ha sido la única forma de cambiar, de superar todo. El otro
aproximó todavía más su dedo a mi cuerpo. Perdona perdona perdona. Me encogí
buscando algo que no llegaba. Hasta que lo encontré. No tienes derecho a
reprocharme nada, eres un niñato consumista. Su contrincante apretó los puños
unos segundos y se relajó. Calmado, se giró y abrió la puerta recién pintada que
ahora se encontraba enfrente de mí, dejando pasar a un cuerpo desenfocado. No
podía más. La tortura iba a ser interminable. Recordaba cientos de ilusiones,
experiencias, estados de ánimos, proyectos… Me eché en cara no haber tenido una
personalidad más definida. Volví a repasar todas las anécdotas que pude hasta
que me di cuenta de que precisamente estaba haciendo lo que mi “yo” del futuro
o, dicho de otra forma, del presente, me había obligado a aceptar: Caminar por
la paranoia. Y, lo peor de todo, es que lo hacía porque lo deseaba,
seleccionando aquellas aristas especialmente agónicas para que se clavaran al
traspasarlas. Las verdades que le echaban en cara nunca eran sinceras del todo,
ni existía una verdad inamovible sin el factor tiempo. Comenzó a perderse en
sus pensamientos.
– El terreno desértico presuponía la existencia de una
antigua ciudad que hace tiempo que dejó de ser una ciudad desértica. Una risa
infinita alargándose entre las partículas de viento se agarraba al brillo
desigual de la luz del ¿sol? Sus pies sin piernas, sus brazos abiertos como si
llevara una capa forzaban a su cuerpo a adquirir la forma de una V invertida.
Toda esa velocidad ignorante de los agujeros de la calzada dejando tras de sí a
una cabeza a la que le habían robado la mirada. A punto de cometer un error
imprevisible, fatal.
Úrsula, Barcelona.
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