Empezaría por el final, negándolo todo, rechazando que se trate de algo inasible, fe, esperanza, trascendencia, Sentido; pero de esta manera lo estaría relacionando con la falta o sería criticado como algo innecesario, al menos para una “razón normal”, perdiéndose la sobrecarga inherente a su propia realización con una facilidad que la expulsa inmediatamente de los márgenes utópicos y los halos de aquello extirpado que se extraña a pesar de nunca haberlo tenido, que huyó sin llegar a ser exactamente, cercano a la espectral fisicidad del sordo equilibro que circula por el reproche-resentimiento; debido a su más que posible realización, deseo de corto alcance que algún crítico denominaría capado y, por ello, en cierta medida estéril, y a
el vínculo con un futuro del que su contenido insignificante y sin valor para la sociedad e incluso para otra tercera persona se convierte sin embargo en algo vital capaz de emanar
la impertinencia de su disfrute o no en la medida que su materialización no tiene
puentes excitantes del tránsito presente, involucrándose activamente en él sin que sea necesaria la promesa del progreso o siquiera el cumplimiento posterior de un sueño banal cuya
la mínima importancia, el placer proyectado se difiere hacia algo que está pasando;
labor pasa por ser continuamente desplazado, permitiendo así continuar con un presente que tiende a evadirse, ahora encerrado en su misma difuminación que señala a ese futuro
o dicho de otra manera que sobrepasa este trazo
procastinado; engaño por el cual el ahora se encarna como acumulación de una ausencia artificial detenida en los puntos donde la totalidad, lo uno, impide los excesos: una ciudad sólo peatonal, demasiado lenta al tenerlo todo y no necesitar huecos, presente ralentizado confundido con el pasado; una postmetrópolis sin aceras, llena de vacíos, a una velocidad que impide un presente siempre pospuesto por ese futuro imperialista que pretende llamarse presente e invalida igualmente la experiencia hacia la que se dirigen estas líneas,
un fin de semana para alguien que no trabaja
a ojos de hacienda y que, ahora sí, tras las debidas advertencias, puede afirmar su distanciamiento de los dos anteriores mundos, el exceso de algo dañino que permite tolerar un mal que, a menor nivel, resulta insoportable / el exceso creador de una fantasía de poder alrededor de uno mismo ajeno a cualquier limitación seguro en su refugio sin interferencias.
Sandra Martínez, Zaragoza, Agosto 2013
Sandra Martínez, Zaragoza, Agosto 2013
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