Como viene siendo habitual últimamente,
este artículo se sitúa en la frontera de los meses, demasiado tarde para llegar
pero muy pronto para reengancharse; un limbo familiar para aquellos que estamos encerradas en el simulacro entendido en su sentido
peyorativo y no libertario. Una ficción que ya se ha realizado dejándonos, sí,
al otro lado del cristal. Más un escaparate de saldos, restos, que un espejo.
Los consumidores pasan mientras este texto
pone morritos, es decir, se desarrolla tirando de memoria envejecida por el
esfuerzo de perseguirse a sí misma queriendo aparentar ser objetiva, o fiel a
un argumento ya indemostrable. Una breve e imprecisa digresión que no encuentra
su espacio ideal.
You're my funny
valentine, Sweet comic valentine, You make me smile with my heart. Your looks
are laughable, un-photographable, Yet, you're my favorite work of art
Poco se puede o se quiere escribir sobre la cuestión del hermano en un
film como éste, el cual maneja el concepto de amor desde otras dimensiones. El
bloque de las dos series de imágenes con sus propios ritmos contrapone lo ideal
con la realidad, ese juego dialéctico entre el cuento de hadas y lo que sucede
después de que acabe, lo que las películas románticas no relatan. Pero no va
exactamente de esto la película –al menos, no en esta tentativa de
mini-sección–; pues si atendemos al zurcido deshilachado que enlaza y confunde
las series podemos toparnos con otra lógica polizón.
Como se acaba de señalar, si reordenamos el
film y nos preguntamos cuál es la fuerza motriz que permite que la trama se
desarrolle, una de las respuestas más recurrentes sería aquella que apela a un
pasado maravilloso, perfecto, que, a pesar de que en el presente tome la forma
de sueño inalcanzable, sirve como fotografía eterna a la que aspirar. Si lo
perfecto pasó, entonces ambos están obligados a permanecer juntos, aguantando
la respiración por si la utopía retorna, bajo el juramento de ser fieles a un
momento que les supera como individuos –otra cosa es que cada uno/a lo siga a
su manera. Así, el pecado de ser infiel –bajo la forma que sea– no se refiere a
traicionar a la otra persona sino a desafiar a algo mayor que trasciende a los
dos, que está mucho más vivo que ellos, contra el que toda batalla terminará en
derrota segura. Entendemos entonces por qué en las películas románticas no
tiene sentido que haya un después, todo lo que sucederá no tiene interés
alguno, pues la única meta, lo único real, ese ese instante en el que se da ese
amor “platónico” que el matrimonio promociona –o humaniza.
La película está abierta a más
interpretaciones, por supuesto. Otra pasa por señalar que mientras él no deja
de amar nunca, en ella el amor se agota. En uno el amor es una constante y en
una es tan sólo un fogonazo; la línea y la coma. Nos acercamos al tema que nos
impela en tanto el amor ya no es una fuerza unitaria, sino que comprobamos cómo
se empieza a descomponer, dejando de ser una esencia para aparecer como un
proceso perspectivista, el cual se debe analizar caso por caso.
Vayamos un paso más lejos, situándonos
desde el punto de vista de ella y afirmando que nunca le ha amado a él –al
menos, no como pensamos. Por lo que recuerdo, cuando se conocen ella maneja
diversos tipos de relaciones. A pesar de tener un medio noviete que parece
replicar los esquemas del maltratador y la sumisa, enseguida comprobamos cómo
ella le maneja como quiere y tiene una vida sexual muy activa –sexualmente sana
que dirían los nutricionistas. Además, las imágenes la muestran de manera
“natural”, sin dar una imagen negativa de ese comportamiento, de puta dirán los machos; lo único ponzoñoso sería, de nuevo, el ambiente familiar. Dentro
de este horizonte, la irrupción de él no se da como un acontecimiento que
marque un antes y un después sino como una experiencia más en su desarrollo
personal; ella desea probar ese amor que su compañero predica, pero no lo sitúa
en una posición de superioridad jerárquica o de eternidad.
Esta postura nos crea un problema, ¿por qué
entonces acaba subsumida a él? El hijo no es un motivo suficiente en una
persona como ella, capaz de criarlo por sí sola; el amor –como él lo siente–
tampoco puede ser una razón pues para ella es meramente una posibilidad más de
vida, no la única. Sin embargo, debe decidir; y es aquí donde entra el concepto
de hermano y se explica por qué fracasará su relación. Cuando su vida torna en
estado de excepción, crack crítico, observamos que posee una serie de
prejuicios que le llevan a desear una opción que parece inconsistente con su
actuar. Ella corre hacia el literal príncipe azul, sin necesidad de que éste la
engañe. Expliquemos mejor esto, hay dos príncipes azules que se confunden en el
cuerpo del protagonista pero que tienen matices muy distintos: Él y el plano
virtual hacia el que ella se dirige; eligiendo la opción que se encuentra más
allá del erotismo, del amor platónico y del emprendedor forrado…[1] la de un hermano mayor que
le escucha, le consuela, le hace reír y le trata bien sin situarse un nivel por
encima suyo. No es meramente un amigo en tanto existe un salto cualitativo
traducido en un cierto pudor y, sobre todo, debido a que el factor tiempo no
hace mella con la misma intensidad, ya que la
sangre puede soportar un número casi
ilimitado de agravios, bajo la confianza ciega; obligación, en cierta medida[2]. Pero a su vez, como hemos
comprobado con anteriores películas, este tipo de persona que debe llenar todo
ese vacío al que el miedo y las inseguridades nos impiden enfrentarnos, no
subsiste como un continuo, como una Familia. Únicamente se presenta en débiles
y azarosas intermitencias. El desenlace está servido.
Esta confusión entre el amor y la hermandad
suele ser un tópico recurrente en nuestras sociedades; ante los problemas ella
se refugia en una protección que, en lugar de ser temporal, se barniza de
eternidad bajo la falsa palabra “amor”. Es muy probable que esto tenga que ver
con la larga y nefasta tradición desde la que la mujer –identificada con lo
femenino– sólo podía vivir a través del Hombre. De hecho, en anteriores
artículos hemos visto claramente que la masculinidad –no estoy hablando del
hombre, de sexos– no mezcla ambos conceptos o, mejor dicho y con un ojo puesto
en The Master, los combina de manera
diferente. Lo mismo ocurre en este film, pues queda patente que él la ama y eso
no cambia, él lo tiene claro, no busca otra cosa[3].
También ella necesita esa separación
dibujada en otras formas de vivir; en las que la línea que orbita a su
alrededor se doble en una recta que, desde su posición, se aprecie como un
punto.
.final.
Sergio, United States Minor Outlying Islands, Noviembre 2013
[1]
Conviene hacer dos matizaciones. Por un lado la cuestión del príncipe azul no
se refiere a uno con una determinada forma, sino a la creencia en que hay algo
así como tal príncipe azul. Por otro, por supuesto que hay otras películas que
eligen otras opciones, en concreto, en la actual crisis permanente el tema
monetario –en su sentido más sucio–
vuelve con fuerza a primera plana desde todos los ámbitos.
[2]
Debemos comprenderlo desde un punto de vista femenino o híbrido, puesto que
aquí la visión masculina se encona y pone la palabra “amistad” en boca de su
interlocutora.
Para orientarnos podemos volver a lo tratado
en The Indian Runner.
[3]
Asimismo, la película nos abre una posible nueva sección en la que persigamos
todo aquello que se entiende por amor desde la lógica (us)americana desplegada por él, pues nuestro texto ha evitado
cobardemente enfrentarse a este problema.
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