El reflejo
del neón en la acera para seguir el camino, en mis pasos, la tonadilla del revival ochentero y los labios que
suspiran por recuperar algo de la guerra que perdimos, el día, o la noche, en
que la hora se escapa de sí misma, exhibiendo a aquellas que no pueden todavía
descansar, su radical mentira, el carácter caprichoso que unas veces nos aleja
y otras nos acerca a las móviles fronteras entre pasado y presente, dirigiendo
mi vuelta a casa por la misma calle de siempre, transformada irreversiblemente al
recordar un sentimiento asociado a ella, desprendido de mi piel como un
presente pasado que se sentía distópico y, por ello, se auto-expulsaba a un
futuro en el que ahora me encuentro y que desea ese pasado con la melancolía de
lo ideal, produciendo una tensión, un horizonte o puente temporal que se debate
entre si se ha ganado o se ha perdido la hora, si en el mismo desfase aparece
ese amor que sólo puede darse caminando en la distancia de lo paralelo, o si
suena un viejo tema nunca oído al que solamente puedo aportar unas lágrimas
incapaces de alcanzar su recompensa, las lágrimas de felicidad de quien imaginó
que lo escucharía en su época y me sugiere que el tiempo, hoy, la distancia
entre dos lágrimas, vuelve por el mismo camino cuando todo ha cambiado.
Sandra Martínez, Zaragoza, Diciembre 2013
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