*Recomendación: Empezar el bucle por Dos Gardenias
– Vístete para mí.
Porque eso significará más de lo que
hasta ahora he podido pedir a nadie.
–
Golpéame.
Con esos gestos que nadie más puede
notar.
No me importa que no existas o que
acudas bajo la forma en la que ellos te llaman. Y seas una utopía a la que
renuncié por un cuento de hadas donde nada ha sobrevivido. Me das un mundo con
el que soñar y un lenguaje para hablar a los que ya no tengo nada más que
decir.
–
(murmullos)
El
traspiés de las cuerdas al introducirse precipitadamente en agujeros de
plástico atan el necesario deseo de
que todo acabe, pero aguardándolo de la manera en que se espera algo que no
quiere ser recordado.
La música
llega dócil y suave, sin poder distinguirla del coche ocupado por desconocidos,
el árbol caduco y la gota de mar que ataca al castillo de arena. El ritmo se
multiplica en pequeños duendes a los que perseguir.
– Sin
arrinconarnos.
– Lo siento.
Gracias por que esto empiece y
termine en este lugar lo bastante estrecho y ruinoso como para que nos sintamos
relajados y el olvido forme parte de nuestro juego, como si lo inimaginable no
fuera nada más que tu piel. Un chicle que no agota su sabor es nuestra carne
sin más forma que la que le demos.
Y la luz
no existe, permitiéndonos manejar el punto de unión entre espacio y tiempo, tu
mirada y tus labios, al construir sombras entre nosotros mientras nos
acariciamos y dudamos; cuando tú iluminas los poros en los que se esconden mis
palabras vacías.
– Adiós.
Volviéndome loco sin saber a quién
obedecer, al ritmo del reloj o al de tus contoneos. Cómo escapar del poder que
surge por miedo a que lo amado sufra.
El
paisaje y su pintura. Que haya un rincón para las lágrimas, por favor. Déjame
llorar y reír sin que te importe o susurres si quiera mi nombre.
Úrsula, Barcelona
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