Calor.
Si. Mucho calor hacia aquella jodida tarde de agosto.
Sentado sobre el retrete sentía como el frescor de las baldosas iba filtrándose a través de sus pies desnudos. El sudor escurría por su frente mientras pensaba en los restos de sus despojos aun pegados a lo largo de kilómetros de tuberías. Kilómetros de tubería firmados con su mierda, su semen y sus vómitos.
Apuró el cigarro y se levanto hacia el salón, teñido de amarillo por la luz que entraba desde el exterior entre las grietas de las persianas. El reflejo de la luz vespertina sobre el letrero del motel creaba aquella atmósfera, que daba, si cabe, aun mas sensación de agobio a la estancia. Una luz que a duras penas se abría paso entre el aire de la habitación, denso y calido, mezcla del humo que salía por su nariz y el polvo en suspensión.
El aire era tan denso que podía sentirlo al respirar, cosquilleándole en la traquea, abriéndole heridas.
Se tumbo en el colchón, sabiendo que no encontraría una sola razón para levantarse de allí en horas. En realidad tampoco la buscaba. La apatía se revolvía entre sus entrañas, riéndose de el. Después de todo, daba igual.
Encendió otro cigarro. Con cada calada sus ojos iban adentrándose cada vez mas en sus cuencas. Ojos de asmático perturbado que perseguían de forma mecánica el girar del ventilador del techo. Nunca le habían gustado aquellos aparatos. Sin embargo su mirada perseguía las aspa del ventilador vuelta tras vuelta, esperando que cada una fuese la ultima (sabia que habría mil detrás).
Si. Hacia mucho calor. Un calor amarillo.
El reloj marco las 6 de la tarde.
Llevaba horas sobre aquel colchón, empapado ya en sudor, viendo como las sombras iban transformándose huyendo de la luz del sol. Nunca asimiló la naturaleza del tiempo. Quizá sea mejor entenderlo como el atrezo en el que transcurre la obra. Nada más.
Todo tenía una densidad extraordinaria. Era como si la gravedad hubiera subido tres puntos. Aún así, la gente en la calle no notaba ese pesar y aparentaba liviandad.
Necesito un trago, pensó, y se levanto a por la última copa de vino. A veces los días pasan insípidos y cada cual los endulza a su manera.
Tras un largo trago se quedo incorporado, oyendo el latir del mundo allá afuera, ajeno a todo lo que a el le apesadumbraba.
Bienaventurados los pobres de espíritu.
Las horas dentro de aquel calor amarillo pasaban demasiado despacio. Todavía más cuando no existe mayor distracción que las aspas de un ventilador de techo. Todavía más cuando no se puede parar de recordar el olor que hace tiempo desapareció de entre las sabanas y el cosquilleo de una melena en la cara.
Encendió el último cigarro. Necesitaba que el humo le llegara hasta el tuetano.
Y después, nada.
Mr. Brown, Zaragoza, Abril 2012
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