Deambulando un cuerpo en incoherencia entre sus partes a través de ropa por recoger aun sospechando que está demasiado sucia como para seguir un orden, como para convivir en un armario en resaca, extraño, sin espejo, obligado a caminar y a amigarse con el tiempo para que su contenido sea valorado más allá, donde la luz, y sus sombras, son distintas; que suele ser invisible por las prisas que niegan combinaciones imposibles sólo permitidas en la ausencia que se establece bajo dos espacios enlazados por la moda; el más cercano a la soledad acompañado únicamente por el ruido de fondo de desagües cerebrales, donde un “te quiero” es simplemente un “gracias”… a sí mismo y a su attrezzo perfumado, incapaz de sentirse a gusto en un mundo estructurado en torno a su arquitectura que, siempre gritando, ahoga el balbuceo creado por su misma atmósfera asfixiante, asfixiada al ser consciente de la imposibilidad de la desnudez, pues toda capa es piel abierta, imaginada a modo de broma funesta por trajes conocedores de que el roce del sol provoca heridas en el reverso interno, por tacones sangrando ante la ilusión de que la siguiente vez ya no sucederá, reunión por fin de lo estético y lo práctico en su forma impuesta; pero que, por ser fundamental pero olvidado, no agota su presencia física en sus combinaciones, su mismo carácter ilimitado es dado por la distancia, quizás irresoluble, ante el roce de otras manos de su interior ahora, entonces, en un lugar distinto cuya historia empieza, continúa, sin un principio claro desde las excusas sin lengua y las sonrisas horizontales interpuestas sobre lo que hay que ponerse, el ser, mientras se yace de pie, tocando hilos demasiado compactos como para saber separar y tomar distancias de la puerta que parece la entrada a otro armario, esta vez aterrador en su vacío, interlocución que devuelve al punto lejano del presente que recordaba su punto de partida.
Sandra Martinez, Zaragoza, Abril 2012
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