Bien
es sabido por todos que este año se celebra el bicentenario de la Constitución de Cádiz de
1812. Sin embargo, pocos saben que tan solo quince días antes de la
proclamación de “La Pepa”, tuvo lugar en la misma ciudad el primer sorteo de la
Lotería Nacional tal y como la conocemos hoy en día.
En sus doscientos años de vida, el décimo de
lotería ha evolucionado paulatinamente manteniendo esa esencia que le ha llevado
a convertirse en un objeto de deseo para muchos coleccionista. Tal es así, que
si el lector desconfía de mis palabras, le invito a que se deje caer una mañana
de domingo por las cercanías del Campus Universitario de la ciudad de Zaragoza
para comprobarlo.
Si hoy en día usted fuera a comprar un décimo de
Lotería Nacional a cualquier administración, y lo comparase con el primer
décimo que salió a la venta en 1812, se percataría de sus notables diferencias
tanto en la apariencia visual como en su precio.
Diez
reales fue el precio que tuvieron que pagar los ciudadanos de aquella época por
adquirir un décimo por el que hoy en día muchos pagarían cantidades
inimaginables. El coste que el cliente debe abonar para poseer uno de los miles
de números que entran en el bombo, ha evolucionado a lo largo del tiempo. Sin
embargo, bien podríamos decir que el precio actual no es propio de los tiempos
en los que vivimos. La ilusión se paga cara.
No
obstante, para muchos el décimo comienza a cobrar importancia una vez pasado el
sorteo. Es más, su valor es proporcional al tiempo que ha pasado desde el
sorteo en el que tenía validez alguna.
Su
apariencia visual, su diseño, su tacto e incluso su tamaño, son algunas de las
características que le dotan a este pequeño “trozo de papel” de un valor económico
y sobre todo emocional.
Las
técnicas de impresión propias de cada época, son las principales responsables de
la apariencia de estos objetos. El
décimo más antiguo está impreso en un papel amarillento sobre el que solo se
plasmaron elementos decorativos típicos, y los caracteres necesarios a modo
descriptivo informando del sorteo y del
número correspondiente que su poseedor jugaría. Por supuesto, todo ello en
tinta negra. Aunque no siempre ha sido así, actualmente, se emplea el mismo
color de tinta que se utilizaba en su inicio, para indicar la información
verdaderamente “importante” para el jugador.
No
será antes de 1950 cuando se empiece a incluir imágenes con distintos motivos a
los décimos de lotería. Dichas imágenes, varían de un sorteo a otro y siempre
tienen un significado especial (deportes, esculturas, fechas significativas…).
Ese fue el momento en el que muchos de los coleccionistas hicieron hueco en sus
cajones para los décimos de lotería nacional.
Los
clientes con una cierta edad, los de siempre, los de toda la vida, tendrán la
sensación de que el décimo se ha estancado. Su apariencia apenas ha
evolucionado en las dos últimas décadas (desde 1991). Esto podría llevarnos a
pensar que existe una clara despreocupación por el aspecto de los billetes. O
que hace veinte años se interesaban más por lo visual. Pues no. La verdadera
razón no es más que la falsificación. Antes de que se incorporasen los códigos
de barras, había auténticos especialistas capaces de falsificar los números del
décimo. Por ello, existía una continua preocupación por conseguir diseñar una
tipografía incapaz de falsear. Una preocupación que a los ojos de un amante de
lo gráfico resultaba excitante. Una preocupación que se ha perdido, y con ella
la creatividad en el mundo de las loterías.
Llevan
veinte años con el mismo décimo, veinte años chafando la emoción y la ilusión
de gran parte de los coleccionistas en los que me incluyo. El cambio es lo que
muchas veces da valor a las cosas. Si su tipografía, composición, color o tacto
cambiasen, nos alegraría la vista a muchos. Y probablemente, empezaríamos a
mirar con ojos de deseo, admiración y melancolía, a los horrorosos décimos que
hoy están colgados en la ventanilla de la lotería del barrio.
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