Leíste Momo con 10 años, o puede
que menos. Los hombres grises eran unos señores crueles que le arrebataban el
tiempo a la gente y desaparecían sin dejar rastro.
Ahora, hay otros hombres grises
en tu vida. No te encandilan para robarte tu tiempo, pero de una forma u otra,
se creen señores de él. Existe una subespecie entre los estratos de la sociedad
que vive totalmente integrada con ella y que, seguramente, si los conocieras
fuera del mundo laboral, no notarías su verdadera naturaleza, como en V.
Son (con todos los respetos, que
hay gente muy buena por ahí suelta) los comerciales. Son personas humanas, en
efecto, que probablemente tengan vida aparte del alcance de su teléfono móvil.
Trabajan con horarios que nadie
entiende, pliegan el tiempo como si fuera un acordeón y luego lo desdoblan con
un ejercicio de papiroflexia digno de un ilusionista japonés. Nunca tienen
tiempo para nada, siempre están conduciendo rumbo a la línea del horizonte (con
lo que viven fuera de la ley, ya que estamos) pero siempre, siempre, siempre,
harán que cualquier pequeño retraso sea culpa tuya.
Es que te dije blanco…
Ya, pero la semana pasada me dijiste negro.
Bueno, no sé, lo he pensado mejor.
Ah.
Y tu tiempo se te escapa entre
los dedos, como arena seca de playa. Trabajas y trabajas, cuatro veces haciendo
lo mismo, y una quinta si es necesario, porque alguien tiene una buena idea de
última hora.
Luego está, por supuesto, la gran
frase:
Si lo único que tienes que hacer es esto mismo, pero en “bonito”.
A la palabra BONITO le pasa como
a power point, que lo carga el diablo. Todo se puede hacer más bonito, todo el
mundo se lo imaginaba “más bonito” o “es bonito, sí, pero no me gusta”. Rigor
científico, cero. Objetividad, nula. Incompetencia, toda.
Los días en los que se abre la
puerta y entran los hombres grises en la oficina te agarras a la mesa y rezas
para que termine el temporal. Como si fuera una reunión de ex compañeros de
pillerías, se saludan los unos a los otros con familiaridad y confianza. Hasta
ahí todo va bien. Cuando consigues aislar a uno y que te mire durante más de 2
minutos seguidos (ojo, dos minutos sólo son 120 segundos) puedes darte con un
canto en los dientes. La única manera de que te preste toda su atención es
tirarle de la manga y patalear en el suelo: lo arrastras hasta tu mesa, le das
una silla y le dices siéntate, que tenemos que hablar de esto.
Yo creía que estaba todo claro…
¿Claro? ¿Cómo va a estar claro si
llevas 3 semanas sin responder a un solo correo? ¿Cómo va a estar claro si
dijiste “hablamos” y nunca llamaste? ¿Claro significa “ok” como respuesta a un
mensaje de treinta líneas de consulta?
Y después, como si nunca hubieran
estado aquí, reducen su vida a un maletín de ordenador portátil (ahora con
ruedas, por supuesto, y en piel, con acabado retro, a un centenar de euros el
centímetro cuadrado), levantan la mano por encima de su cabeza, sonríen desde
el photocall y se despiden.
¡Hasta pronto! ¡¡Hablamos!!
Tus dudas siguen encima de la mesa; la lista de tareas pendientes, intacta. Pero ellos se han ido y tú has olvidado su existencia. Hasta que vuelvan.
Natalia Pérez Cameo, Zaragoza, Febrero 2012
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