martes, 24 de enero de 2012

La necesidad impuesta


Un grupo de amigos, sentados en una cafetería delante de unos refrescos. No parecen llevarse mal pero no hablan, simplemente miran sus móviles y escriben en sus pantallas, mostrando más interés a lo que hay al otro lado del aparato que a quienes tienen a su alrededor.

Seguro que no soy el único a quien le suena ésta situación, pero en ocasiones siento que soy el único que no la entiende.

Los avances tecnológicos, independientemente de su finalidad (salvo que ésta sea destructiva, incluso a veces también) son muy bien acogidos por la sociedad, y lo son en mayor medida cuando es la propia sociedad, el individuo medio, quien disfruta en primera persona de esos avances. Uno de los que más nos han “llamado la atención” en los últimos tiempos ha sido la llegada de los smartphones, y como sujeto más representativo, el iPhone de Apple, con sus correspondientes y sospechosamente efímeras actualizaciones.

Estoy seguro de que quien pensó en este tipo de teléfonos móviles se imaginaba a un empresario con mucho trabajo acumulado intentando aligerar su carga ayudado de una herramienta tremendamente útil. En ningún momento se le pasó por la cabeza pensar en un adolescente utilizando una pieza tan valiosa de nuestra tecnología para, simplemente, cumplir con un estándar que la propia sociedad ahora intenta exigir. Y no es otro que el de estar a la última. Un producto de ayer es un producto obsoleto, aunque funcione, no sirve.
Nos han intentado convencer, con mucho éxito, por cierto, de que necesitamos tener lo más nuevo, lo mejor, porque de lo contrario no estamos completos como personas y se nos considera unos parias.

No pretendo juzgar a nadie. El capitalismo y la sociedad “libre” en la que vivimos nos dan el derecho a poder gastar nuestro dinero en lo que queramos. No es de dinero de lo que estoy hablando aquí, es una cuestión de contradicción.

¿Cómo puede ser que algo creado para comunicar, para acercar personas, nos aleje tanto? Es puro vicio, hemos convertido el vicio en necesidad, entre todos. Y así, excluyendo a quien realmente lo necesita para llevar a cabo su trabajo, por ofrecer un servicio multitarea, ¿al resto de nosotros qué nos aporta portar una de estas joyitas? ¿Felicidad? Creo que antes de existir ya había gente feliz. ¿Comunicación? La teníamos con un teléfono normal, en todo caso nos privan del placer de tener una conversación decente en persona. ¿Libertad? Mejor no responder a esa pregunta, quien no sea esclavo de su Smartphone y lo mire cada 2 minutos es merecedor de todo mi respeto y admiración.

En resumen. La innovación bien entendida es todo un lujo y hemos de saber aprovecharla, pero no está de más pedir dos dedos de frente para de vez en cuando decir NO a todo lo que nos llega.



Saúl Izquierdo. Zaragoza. Enero 2012.


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