jueves, 30 de mayo de 2013

Los límites del control (III). Wait a minute, Doc (I). Red State


Puede resultar extraño leer una vez más la misma sección que dejé hace tres meses para adentrarnos en otros terrenos. Sin embargo, como se ha podido comprobar explícitamente el mes pasado y de manera algo más subterránea hace dos meses, en ningún momento se ha parado de hablar, de una manera u otra, de nuestra cotidianidad, al mismo tiempo que se erigían puentes entre diversos espacio-tiempos. Lo mismo sucede en las siguientes líneas; la urgencia –siempre perezosa y retrasada, fuera de lugar– de escribir sobre las cuestiones que plantea esta película se mezclan con la apertura hacia una nueva sección: la del documental.

¿Por qué un portal así a través de un film como éste? Lo primero que nos llama la atención de esta película es su estructuración como una serie de movimientos o desplazamientos que difuminan quién es el protagonista, atentando contra las leyes básicas del cine americano –en breve abordaremos más detenidamente esta cuestión crucial–. Esto, junto con la forma de grabación amateur elegida, nos da una impresión de estar ante un (¿falso?) documental[1], facilitándonos una posible ramificación –aunque innecesaria pues el vagar no entiende de raíces– de este proyecto hacia el campo de los documentales. Una vez más, tensiones en la temporalidad que no acaba de decidir si es pasado, como las películas a las que nos conduce, presente, por los problemas que grita, o futuro a través del dedo que dibuja, perfora o atisba.

Buildings reaching to the sky, afro-sheen and apple pie, PTA and FBI

Con Red State (2011) topamos con un film entendido como desplazamientos. No obstante, estos ya no son los movimientos de una esencia con varios cuerpos –Inland Empire (2006)– o de un cuerpo con varias esenciasHoly Motors (2012)– sino que precisamente no tiene tanto que ver con una reformulación del YO, sea la que sea, y sus obsesivas permutaciones, como con una vuelta a lo social. De esta manera, el movimiento se produce entre géneros sin caer en la mezcla posmoderna de carácter sincrónico en la que varios géneros se dan en una secuencia, ahora cada una de éstas se mueve hacia un género en un ritmo que permite el alejamiento suficiente capaz de criticar a todos los participantes –que ya no se pueden aferrar a la impunidad del protagonista– sin caer en el cinismo o en el relativismo más ramplón.




Pero queda por aclarar esta última afirmación insostenible por sí sola. Para empezar, la elección de cierto aspecto documental nos introduce dentro del régimen de lo veraz o, al menos, verosímil. Sin esto nos encontraríamos ante una mera combinación de géneros entre sí que podrían camuflar más fácilmente cierto posicionamiento crítico. Por supuesto, no es que la estética documental sea más real por cierta conexión metafísica con el Ser sino que juega con las expectativas del espectador en un campo epistemológicamente privilegiado.

Por sí misma, esta elección no evita los problemas mencionados, claro. Respecto a la cuestión del cinismo podrían darse varios ejemplos pero basta con remitirse a la anécdota del soliloquio final –véase la nota [2]–. Por otra parte, queda la cuestión del relativismo. Para responder a esto nos adelantamos a los acontecimientos, haciendo un recorrido invisible a lo largo de los temas que se van a tratar en la película. Los desplazamientos no se organizan simplemente por una lógica de la conjunción neutra (un “y” cifrado en A-B-C-…-Z); el movimiento no surge espontáneamente sino por medio de un tirón violento, del ejercicio del poder en el cual una imagen permite usurpar el puesto de la anterior, estableciendo la siguiente jerarquía: A<B<C<…<Z[3]. En esa graduación es donde se inscribe la crítica social; la cual, curiosamente, presenta conexiones con el mecanismo citado en el análisis de Revolutionary Road (2008) en el que en ese “movimiento infinito existe un rasero último que establece una jerarquía capaz de anclarle en una imagen clara […] el Hombre WASP”. Ahora bajo la forma del Big Daddy WASP, esa institución que está más allá del Estado o del Ejército pues toma la forma que sea necesaria –aquí entrará en acción el ATF (Bureau of Alcohol, Tobacco, Firearms and Explosives), una división más del Departamento de Justiciay que, por ello, tampoco es la protagonista, perro guardián invisible de quien detenta el poder duro de nuestras sociedades[4].

Como vemos, en sus variaciones y diferencias claras, tropezamos sin embargo con un cierto tipo de lógica particular, o peculiar, que parecen señalar un poso compartido. Las nuevas luchas –minoritarias, difusas– deben complementarse con las antiguas –jerárquicas–. Ninguna sin la otra, en la medida en que están entrelazadas, y el poder duro marca los límites del líquido; ya sea aquí mediante una chain of command que organiza y encierra la diversidad o, como en Revolutionary Road, consiguiendo eclipsar el gran problema, sólo susurrado, de nuestras masculinidades. Desde esta perspectiva cabe señalar cómo las críticas que se le hacen a Red State como película fallida, que no funciona en su mezcla, se realizan o bien desde un género, desde una posición dura, o desde el pastiche sincrónico posmoliquiderno, sin atender ninguna a su signo híbrido.




Dicho esto, a continuación se va a mostrar el funcionamiento de esta máquina abstracta mediante un recorrido rápido, mera descripción, de algunos de los temas tratados en la película. Así, esta velocidad de avión permite observar diversas obsesiones USA que generalmente necesitarían más de una película para desarrollarse. Aquí, la interconexión entre géneros permite una muy peculiar articulación bajo las bisagras o en el roce de los empujones entre las secuencias –por seguir con la metáfora anterior–[5] a través de la combinación entre el terror y la comedia, como si sólo el vaivén de ambos extremos pudiera producir la sensación de paso de un punto a otro. Por ejemplo, el primer tramo que muestra la cotidianidad de ese punto medio entre el freak y el white trash bajo clave de comedia universitaria torna slasher de tipo American Gothic conforme nos acercamos al segundo tramo, el de la comunidad sectaria, que progresivamente deviene película de acción de policías pardillos para acabar en el thriller político en los despachos del FBI. Individuos, comunidad de hermanos y la Gran Sociedad: Tres grandes mitos americanos[6].

Lo interesante, como se ha comentado, es la relación entre ellos. Así, por ejemplo, el primer bloque se va percibiendo progresivamente de una manera tan corrupta –chavales con armas, padres pasotas pegados al televisión, coches y alcohol, uso de las nuevas tecnologías para sexo, hipocresía con la homosexualidad, etc.– que casi parece justificar el golpe de estado del siguiente modelo. Pero al darnos cuenta de los excesos de este nuevo marco, se legitima el golpe de estado del siguiente al mismo tiempo que nos damos cuenta de que el anterior modo de vida no era tan nefasto. Así, ese pasotismo de los valores, la cultura basura y la adolescencia perdida son preferibles a una comunidad preocupada por sus hijos pero que torna en fanatismo y barbarie. Como incluso esta familia sectaria parece mejor que el nuevo régimen mundial post 11-S, gran hermano mucho más brutal y terrorífico.





La crítica política pasa, entonces, por dos momentos: El cuestionamiento de todos los modelos políticos a la vez que, siguiendo la fórmula aristotélica en su Política, se invierte la jerarquía de los valores al cambiar lo ideal por lo real. Es decir, si cada nueva opción es idealmente mejor que la anterior, en la práctica es mucho peor; llegando al citado esquema de Aristóteles según el cual en un mundo perfecto la mejor forma de gobierno sería la “monarquía” y la peor la “democracia”; justo lo contrario que sucede en nuestro mundo.

Como vemos, ni cinismo ni relativismo… ni conformismo. Estamos ante un mecanismo cinematográfico de denuncia que no idealiza ni privilegia a ningún sujeto, que no necesita de (super)héroes. Permitiendo sin embargo mantener la toma de decisión bajo presión que define a los actos heroicos puntuales,  aun mostrándonos que acaban con la fragilidad y rapidez de un casquillo de bala. Ya está, se acabó. Sin que por ello se caiga en un “bueno, así es todo y hay que aceptarlo”. Interpretación plausible si no fuera precisamente porque la última escena rompe radicalmente con el desplazamiento entrelazado mediante un corte brusco que implica un salto, sugiere una trascendencia, un más allá inasible incompatible con los principios democráticos americanos en tanto esta ruptura imposibilita las diferentes éticas en conflicto que, a pesar de sus posiciones irreconciliables, podrían coexitir[7]. Irónicamente, el régimen post 11-S es ese apocalipsis que los mismos fanáticos religiosos predicaban errando su objetivo, haciendo que acaben en su propio infierno terrenal que pasa por una cárcel eterna con un gran pollón en sus culos[8]. El poder sin restricciones permite tachar de terrorismo, encarcelar para siempre y evitar cualquier tipo de juicio o noticia a cualquiera que lleve un arma y hable de Dios. Trampa 22 en el país de las armas que a partir de la Segunda Guerra Mundial sufrió un proceso de revitalización de la religión, cuyo hito principal pasó por la inclusión oficial en 1954 de las palabras “under God” al Juramento de Lealtad –the Pledge of Allegiance. ¿Y los ateos? Simplemente acaban muertos, márgenes sin voz, ni siquiera cuentan como un problema del Gobierno.

Un Gobierno, claro, que toma el nombre de Red State –no necesita muchos más comentarios– transitando la paradoja de la ironía que se despliega entre el terror y el humor. Aquella que provoca que la última escena no pueda ser la de los dueños sino las del predicador enloquecido encerrado en una celda que podría pasar por su hogar de retiro espiritual si no fuera por los matones de alrededor. Espacios, cerrados, que se asemejan al hogar pero en los que claramente algo no encaja.




Toque de atención para todos los habitantes. Perplejidad tanto de los presuntos protagonistas que no logran serlo como del/a espectador/a que no alcanza a comprender cómo se ha llegado hasta ese punto –pervirtiendo la propuesta de la vitalista The Limits of Control (2009)–. Incertidumbre debido a que la máquina de poder dura se asemeja mucho más al asesino imparable sin rostro ni justificación racional de Duel (1971) que a la cara amable que se pretende desde la apropiación (extra)gubernamental de Hollywood –Argo (2012), Zero Dark Thirty (2012), Lincoln (2012), etc.–. La izquierda, o lo que sea, no se sitúa allí.

Parece claro que estamos en el mismo territorio de lo que se ha tratado anteriormente, con cruces entre problemas, preocupaciones y obsesiones; provocando que al estirarse la goma mientras nos dirigimos hacia otros tiempos, otras regiones, acabe por lanzarnos con más fuerza hasta nuestro presente.

Pero eso no tiene por qué ser necesariamente así en el próximo mes, aunque quizás sea lo más probable.

Sergio, United States Minor Outlying Islands, Mayo 2013









[1] Siempre que relacione Red State con documental, esta denominación debe entenderse de manera muy entrecomillada. En ningún caso nos pretende presentar un falso documental; no obstante, el descuido en la puesta en escena de los planos cotidianos podría aproximarse a películas como Catfish (2010).
[2] “Mi abuela materna tenía dos perros, dos sabuesos purasangre de la misma camada. Se los quedó, y regaló el resto a los vecinos. Los dos se conocían desde que nacieron. Ninguno de los dos fue tratado mejor que el otro. Y eran los perros más manos del mundo. En fin. A mis 9 años, en Acción de Gracias, los dos perros me seguían porque sabían que soy un amante de los animales que no se acaba su cena. Entonces, antes de levantarme de la mesa les lancé una pata de pavo a los dos perros viejos pegada a un trozo de cartílago. Fue como si no se conocieran. Se pelearon con tal ferocidad con dientes, garras, a la yugular. Olvidaron todo lo que habían tenido en común y se pelearon como si ese desecho fuera cosa de vida o muerte. La gente hace cosas muy raras cuando cree que tiene derecho. Pero hace cosas aún más raras basándose solo en una creencia”.
Este sería un discurso claramente cínico –siempre en su acepción contemporánea– si no fuera por el giro final. Doble potencia del mensaje en tanto que subvierte la idea que parecía expresar, haciendo que incluso hasta en un discurso tan aparentemente claro y cerrado como éste sea posible otra interpretación lúcida.
No estamos frente a una aceptación de la condición “humana” –así hemos sido, así somos, así seremos–, sino ante la denuncia de aquellas estructuras que potencian la aparición de la barbarie/animalidad/… llámese como se quiera. Aunque lo más curioso pasa por que éstas no se inscriben meramente en el marco jurídico sino en el mismo creer. La creencia deja de ser un acto de apertura al mundo, y mucho menos de conexión divina, constituyéndose como una mera creación de hábitos. Cuando los hábitos se reducen a una simple línea llegan a endurecerse surgiendo los monstruos, parece decirse (en la misma línea se ubica el comentario hacia la pregunta de porqué mandarlos matar a la secta pudiendo encerrarles cuando quisieran –“Fuck people like this”, “They’re animals”–; no tanto la creencia de un derecho sino meramente la creencia, sin más justificaciones).
Es en este sentido donde ondea la sombra sobre una recuperación positiva de ciertas voces de principios de los 90 –generalmente cifradas bajo el grunge– que yacen más acá del nihilismo pop; en la creencia de la no creencia –tal como se ha entendido– sin caer en una posición crítica elitista, superior y exterior. Convendría realizar todo un estudio de este tema, así como atender a sus filiaciones con ciertos movimientos centrífugos en los USA post-45, pero eso ya es otro tema.
[3] Por supuesto, estos desplazamientos no aparecen de la nada, sino que se encuentran elementos en las secuencias anteriores que permiten adueñarse de la imagen. Algo así como un AbE < Bda <… Asimismo, todo lo que a continuación se exponga será de una manera simplificada que obvia mucho de la contaminación entre tonos, temas y fragmentos, explicitando las líneas generales que marcan una película más compleja de como aquí se aborda.
[4] Única cuestión que comparte con la muy poco crítica Killing Them Softly (2012). A pesar de que esta última se haya vendido en los medios de comunicación como una película política, es un film que sí cae en el cinismo que se ha intentado evitar en estas líneas; volviéndose demostrar cómo el factor estético cumple un papel fundamental: En Killing… hay una clara glorificación estética de la violencia, con planos a cámara lenta, escenas que buscan un tono épico, etc. desdiciendo o, más bien aceptando, el estado final de las cosas con cierto placer con olor a dólar. Su discurso final es entonces un discurso de afirmación placentera, casi performativa se podría decir, y no de denuncia.
[5] Dejando ahora de lado los temas transversales tratados de manera más convencional –es decir, a través de un personaje a lo largo de los minutos–, como el de la homosexualidad del sheriff tragicómico.
[6] Una vez más conviene señalar que estos son sólo trazos a grandes rasgos para exponer de manera sencilla el argumento. Entre medio de estos tres marcos se mezclan más géneros y problemáticas –como los de acción gamberra con disparos, primeros planos adrenalínicos; el mockumentary al aparecer el nombre de la verdadera secta de los Phelps y desmarcarse de ella para evitar la demanda pero al mismo tiempo para decir que sí, que realmente se está hablando de ellos; de investigación; etc.–. Entonces, la selección de estos tres puntos tiene mucho que ver con el interés de este texto de pacer con los anteriores artículos más que de una observación desinteresada.
[7] Entonces, uno de los problemas pasa porque no existe una circularidad en la que A<B<…Z<A… Donde todos ellos podrían ser criticados en pos de un mejoramiento de la democracia. Por supuesto, en este esquema ya no estamos en el ámbito de la organización política sino en el de las formas de vida –la suburbial, la comunitaria, la corporativa…–, dentro del capitalismo de la competencia y el crecimiento (< y no – o >).
[8] – I mean, don’t get me wrong. Jesus saves.
– He ain’t gonna save Abin Cooper from a fuck-load of prison rape.
– Daily shtuppings by Coke-can cocks. Savor that irony, Joe.

domingo, 12 de mayo de 2013

Álbumes. Marilyn Manson – Mechanical Animals (1998)




            Lo he visto claro. En la cabeza apresado. Pero no sé dibujarlo. Un retrato de un hombre y una mujer que por dentro están absolutamente podridos. Ni siquiera puedo saber que son tales porque me han dicho que allí no vale la visión para nada. En el interior.
Y no hay rastro de ningún alma.
¿Podré expresar algo sobre algo sin perder la referencia, mi pie de apoyo?
Mi obsesión.
            Sueño ignoto de matices en blanco y negro. Y sus rincones, en donde las leyes se esconden. Haciéndome sospechar que nunca se comportan de la misma forma en la que habitualmente las conocemos. Teniendo su propia y compleja vida de la que sólo somos un efecto. Justo en medio de ese proceso en el que el sol dador de vida marchita y desdibuja las fotografías de nuestro pasado cuerpo.
Pero quiero dibujarles. Necesito ir. Debo.

            Su cuerpo estaba cruzado por distintos grados de disparates, por ires y venires de un tiempo cuyo promedio se estabilizaba en torno a los treinta y pico años, produciendo en sus convergencias y divergencias diferentes interacciones con la graduación del alcohol, el rastro tímido del speed, la música que ya no suena, la literatura del móvil o el sexo de los dildos. Semiaperturas esquivas ante los agujeros que expulsan hacia la superficie a la acidez, la mierda, la halitosis… de cualquier ciudadano atiborrado de automedicación estética o comida sintética para velar el cadáver de la televisión. Dibujados por el pulso de Thatcher y Reagan.
            Adulto solitario y niño, siempre se interesó por El chip prodigioso y Pinocho. Hasta que un día, amputado el hilo capaz de soportar el mundo, decidió buscar aquellos resquicios que ya no fueran meramente lagos derramados reptando sobre las rendijas de una más que probable alcantarillan. Que además succionaran.

            Su paso renqueante por el miedo de dirigirse hacia un poro, uno de los puntos de acceso a lo más profundo de sí. Aquel silencio que permite la voz al que sólo puede llegar como extranjero. Pero no. No era ni la duda acerca de la imposibilidad de encontrar esa verdad fundamental, ni las consecuencias de afrontar sus afirmaciones, lo que de verdad le asusta. El problema no pasa por perderse sino por no poder dirimir el punto de salida. De hecho, la misma escafandra que lleva no le hace más hermético, mejor observador. Forma un nuevo interior, intuyendo que la dirección elegida es en balde. El mapa ha cambiado y su soledad también.
            Camina. Camina. Camina y corre entre parajes de moco y sangre. Su figura, un alimento más a digerir, se resiste a la fricción de las laberínticas paredes. A sus cambios de temperatura.
Pero a pesar de la absoluta diferencia el interior es exactamente igual que el exterior del que parte. Más cansancio, como mucho. Experiencias salvajes, quizás, en el caso de no estar en otra cosa. Irritado por la estafa.

            Los fantasmas no me atraparán. Agotado por una búsqueda basada en un error, acabará por detenerse. Necesito un descanso. Todavía encerrado en un poro, se construirá una casita en la oscuridad bañada por intermitentes onzas de luz. No quiero que nadie me moleste nunca más y me recuerde el fracaso. Y, en el zaguán que atardece, se preguntará incesantemente si llegó o no a su objetivo, repasando de manera minuciosa sus experiencias, intentando descubrir una en particular, o un cúmulo de ellas con una lógica interna que proporcione un régimen organizativo, que le sirvan para explicar al resto. Debo irme a dormir antes de que anochezca y la brisa arrecie. Intentará, con otras estrategias, iniciar el viaje de nuevo.


Úrsula, Barcelona.

domingo, 5 de mayo de 2013

ESPACIOS HABITADOS. Mayo. Azotea (en el reflejo de la sombra, más allá de los balcones nocturnos). Fe de erratas Abril 2013


Las siguientes líneas vienen a corregir cierta tesis del texto Las grietas del refugio en las grietas al señalar cómo de hecho sí que existe un espacio en la ciudad donde se visibiliza la cuestión del movimiento hacia el refugio: La azotea.
No obstante, no nos responsabilizamos de las opiniones vertidas en el texto, de sus insinuaciones sobre en qué consiste el refugio en una ciudad y su relación con el día a día.

Esa azotea, y la otra, se erigen como puntos críticos y únicos de la ciudad, a menudo prohibidos, en un estado de ingravidez excepcional sólo sostenido por el vértigo de la inmediatez del golpe contra el suelo, el proceso de ceguera de la ciudad (***)


















que conduce a una superioridad frustrada y nos arroja a una cotidianidad semejante al cerebro escachado contra la acera,

(*) dirección constantemente omitida pues va contra las reglas del paisaje urbano, provocando que incluso los superhéroes carezcan de esa función, contentándose con el eterno proceso de ascensión sisifea de unos King Kong, Spiderman u Hombre Mosca curiosamente superiores debido a su animalidad, como si la ciudad guardara su secreto bajo el temor de lo salvaje, camuflando todo descenso bajo el parque de atracciones, A.K.A. naturaleza controlada –torre de caída, puenting…– sin que ello acarree un cambio de perspectiva drástico

(**) frente a la casa unifamiliar de la posmetrópolis angelina en la que el propio terreno obliga a estar por encima del resto y, por eso mismo, a no tener literalmente nunca a nadie debajo, permitiendo identificar al resto de vecinos con el privilegiado ojo del prismático, ese poder de visión es ficticio en una ciudad moderna demasiado mezclada, en la que la misma estructura impide ver al vecino de, literalmente, debajo e incluso al de al lado,

(***) (****) omitiéndose aquello que no había podido comprender en el anterior artículo, tachándolo de fallo arquitectónico de la urbe, incapaz de atisbar ese espacio entre los dos puntos, creyendo a estos separados por el simple paso que realizo cada día con el desgarrador esfuerzo de lo infinitesimal

(****), movimiento que se ejerce automáticamente, sin notar que el propio cuerpo cumpla ningún papel en este proceso, esperando despertar gracias a el Gran Golpe… y la cabeza, sólo sabiéndose viva ella; frenética al desconocer si lucha en contra o facilita el impulso de la inercia, necesitada de golpearse el entumecimiento sin que allí haya nada más que el incierto aire, el mal polvo,


Sandra Martinez, Zaragoza, Mayo 2013