miércoles, 21 de noviembre de 2012

CONCURSANDO


Rojo, verde, amarillo. Todo colores chillones formando pedazos de una tarta que está a punto de empezar a girar. El concursante tira de una de las piezas dispuestas para eso. La ruleta da varias vueltas. Traquetea entre las mismas piezas, todas ellas metálicas, de manera que brillan con los focos al enfocarlas con la cámara. Mientras se ralentiza el rito el concursante obtiene: premiado, perdido, dobla las ganancias, rojo, negro, triple, perrito caliente, una lavadora.

El mass media nos tiene bastante acostumbrados a esa cosa que llama concursos. Otros muchos lo llamaríamos de otras maneras no tan positivas, pero ahí están. A todas horas y casi cualquier lado. Televisión, internet, periódicos, loterías, aplicaciones móviles y un largo etcétera. Existe esa multitud de engañabobos y entretenimientos que encontramos por ahí, desde el spam que promete iphones gratis hasta la ruleta nocturna que ahora se ha puesto de moda en las televisiones [hey, no me juzguen el insomnio te lleva a ver mucho eso y teletiendas, amén de películas extrañas], pasando por los ya típicos concursos de sms en los que puedes dejarte un pastón a cambio de recibir incesantes comunicados de que vas a ser el próximo afortunado. A veces también tienes la oportunidad de recibir otro iPhone, curiosamente siempre tiende a haber algo de Apple envuelto [La palabra conspiración resuena de fondo]. Frente a todos esos tenemos una cierta aversión, y es curioso cómo los percibimos, como un tipo de estafa en la cual vamos a perder dinero y tiempo.
Y ahí en frente tenemos por otro lado a los concursos de diseño.

Un tema que está más que manido y ya huele hasta a revulsivo pero en el que la gente sigue involucrándose aunque pase el tiempo. La interminable cantera de estudiantes, esos profesionales que lo hacen para matar el tiempo.

Toda esa gente que jamás invertiría un céntimo en intentar conseguir un iPhone gratuitamente [conspiración] en cambio invertirá horas de su tiempo profesional bajo la promesa de conseguir algo vano como son 3000€. Es decir invertirá más de un fin de semana de trabajo intenso, pongamos algo más de 9 horas durante tres días bajo la promesa de que “a lo mejor” consigue llevarse parte de ese pastel. Si tiene suerte y llega a la fase final puede que le den un premio de consolación [yo como nunca he ganado mucho suelo sentirme muy contento con estos últimos]. La misma persona que jamás haría el ridículo en un plató de televisión percibe como una oportunidad trabajar gratis bajo una falsa promesa.

Los mismos que nos venden los concursos bajo la oferta vana de ser plataformas para apoyar al novato, o a la persona que no tiene medios, luego tienen unas bases legales que leídas detenidamente llevan a uno a alzar las manos y proclamar algún grito sonoro de “NOOOOOO” en un plano contrapicado mientras te arrodillas. Ya sin entrar en el otro manido debate de las plataformas como Atriboo y similares de subasta de trabajo, que es otro de esos temas cantado hasta la saciedad y que ya yace inmanente en el subconsciente de mucha gente.

Todo con la excusa del buen rollo de la oportunidad de nuevo. Siempre está ese marco de fondo, parece que cuando eres diseñador tienes la palabra primo escrito en la frente y en lugar de autoemplearte o hacer cosas que te gusten a bajo presupuesto para alguien con la idea de presentarlo a premios y muestras [Esto hablado hace poco con un compañero en el contexto de que aquí por lo menos sabes que las reglas son simples, pagas presentas y te sales; son similares pero con un mayor margen de “profesionalidad”], en lugar de esas cosas los diseñadores decidimos concursar.

Tirar de la ruleta, probar suerte. Cuando muchos de nuestros trabajos valen más que todo eso.

Gabriel Jiménez Andreu, En algún lugar indeterminado lejos de allí, Noviembre 2012





domingo, 18 de noviembre de 2012

NOVIEMBRE. ¿POR QUÉ DISEÑO?

Allá donde el término “objeto” puede ser intercambiado por “servicio”, “persona” o “sujeto” porque no interesan ninguno, hablando mudos, luchando por entrar en el útero fértil bajo la bala que quiere hacerse carne habitando en la muerte sus diferencias, sin comprender la misma relación que no polariza las paradojas; ahí aparece la terrorífica sensación común, unísona, que sospecha que algo erróneo sucede si estamos solos en un universo inconmensurable provocador del miedo ante una corriente de aire intentando paliarse al agarrar una navaja; esto es, situado/as en los espacios heterogéneos, cualitativos sin mayor medición que los lenguajes, arte mínimo, diseñar –relacionar– no pasa por capturar una hipotética visión global, cinismo-pesimismo-paranoia, sino por puentear esos saltos impredecibles emulando el juego entre democracia y corrupción, mucho más continuo e imperceptible que el de tiranía y castigo, pero con el objetivo de mantener aquello que nos puede definir como humanos una vez ya no hay esencias, la capacidad de indiferencia ante los deseos, diseñando sin proyectarlos sino más bien utilizándolos para ir a otro punto a través de ellos, movimiento no causal con la estructura del eco y su repetición diferente –lejos de la creación: novedad y genio– que permanece apagándose hasta el infinito a base de discontinuidades sólo sostenidas por una pasión que se ha vuelto impersonal, viva, inmortal y fugaz, en tanto se solapa y desmiente a la misma muerte recalcitrante que se cree reina sin interrogar al tiempo que está en juego, aquel que conspirando recupera un cierto afán utópico; presente como hogar sin necesidad de suelo en el que el futuro ya no funciona como cuello de botella, sino que se desdobla en dos espacios; aquel que recoge los egos, lejos, sabiendo que mañana ya no estará, y aquel que sólo puede experimentarse desde la misma ausencia, esperanza ahora sin nombre o, en otras palabras, recuperación de una fe en la que la repetición presente no puede decirnos nada acerca del mañana y las continuas rozaduras no implican más callos en miradas necesitadas de agua y no de objetos que, bajo la fórmula de lo nuevo, nos encierran en esa vejez prematura que no entiende de edades

Sandra Martínez, Zaragoza, Noviembre 2012


domingo, 11 de noviembre de 2012

INNECESARIEDADES


El tuyo debe de ser superficial e inútil y por eso mucha gente lo considera prescindible. Sin embargo, debe de haber cosas peores.

El otro día, cultivando tu intelecto para que alguien considere (cuando al sistema le parezca oportuno) que vales más que los demás, se planteó algo que no se te había pasado antes por la cabeza. Al parecer hay quien piensa que hay cosas que no deberían estudiarse porque no tienen ningún interés:

Y tú, ¿porqué enseñas geología en la universidad, si eso no tiene ningún interés? 

El revuelo que se sucedió a semejante duda fue bastante notable. El contexto, una clase de alemán. Que ya me dirás que tendrá que ver el tocino con la velocidad. Supones que la misma persona que dice que “estudiar geología no sirve para nada”, no tendrá muy buena opinión sobre discutir durante varias horas sobre la conveniencia o no de usar un rojo al 100% o rebajarlo al 90%. Eso sí que debe de ser inútil, pensará. Así que te callas.

Una cosa es la crisis y otra, lo innecesario. ¿Qué pasa, que ahora sólo puedes dedicarte a algo imprescindible? ¿Qué se considera imprescindible? Porque en tu humilde opinión, todo el mundo es prescindible. ¿Para qué quieres estudiar idiomas si no tienes dinero para viajar? ¿Para qué quieres saber cómo construir casa si nadie te las va a comprar? ¿Para qué quieres saber cómo curar a la gente, si total todos nos vamos a morir? Vale, ahora te estás convirtiendo en la reina del drama. Es lo que tiene el paro, que empleas las jodidas 24 horas del día en pensar en cosas, redundantemente, innecesarias. Si alguien es feliz enseñando geología, déjale que sea feliz.

Volviendo al tema de la innecesaridad de la intensidad del rojo, lo bueno es que la vida de nadie depende de esa decisión. Como mucho, el humor de tu jefe. Pero, psé, eso tampoco va a quitarte el sueño. Ése ha sido tu concepto del trabajo desde siempre. Que es necesario para ALGUIEN, pero no imprescindible para TU vida ¿Qué mierda es esa de vivir colgado del teléfono, de llamar todos los días para comprobar que todas las piezas del puzle siguen en su sitio? ¿Eres acaso tú el pegamento? ¿Es el puzle de tu vida? Si alguna de las respuestas es no, chaval, respira hondo.

Hay cosas que se inventaron para angustiarnos, otras (las que más) no se inventaron: están ahí para disfrutar de ellas. Ésas son las que debería de valer, pero como somos tan estúpidos, nos empeñamos en buscarnos algo que nos haga infelices para sentirnos imprescindibles.

No puedo faltar un día más, me necesitan. Eh, tú, que cuando no existían los móviles el sol salía por el Este igual que ahora. Nadie le pegaba un toque desde el otro lado para recordarle que tenía que salir. Cuelga el maldito aparato y céntrate en lo que de verdad importa, en las cosas que sólo vas a tener una vez y que quizá, cuando tu teléfono ya no esté a la moda, hayan desaparecido

¿Y quién llamarás entonces? ¿Al 112? ¿Para qué?

Quizá ya no haya nadie para cogértelo. Y el rojo seguirá siendo rojo.

Natalia Pérez Cameo, Zaragoza, Noviembre 2012




miércoles, 7 de noviembre de 2012

REVISIONES


Miras el título y no está tan mal como recuerdas que estaba. El problema viene al abrir el contenido. Relees dos veces. Resulta casi imposible saltar de esa cháchara existencialista que te rodea. Mientras sorbes otro trago de esa bebida a la que te has aficionado últimamente un tipo se hace el importante en facebook. Vuelves a leer lo que habías escrito. La misma que queda reflejada en todos los papeles que acumulas por ahí, los mismos que paseas por las diferentes ciudades diciendo unas cosas en las que crees pero en las que nadie más suele creer. Piensas en una frase estúpida para intentar contrarrestar al tipo de facebook.

Borras un poco de aquí un poco de allá. Aceptas una frase que tenías escrita en tono existencialista. La dejas en el texto porque puede encajar en aquello de lo que quieres hablar.

“Escribir para huir de un diseño en una sociedad que atrapa.”

Bueno, la poesía tampoco te salvó la vida.

Todos lo saben aunque tú no lo cuentes. Precisamente llevas atrapado en un tipo de escritura y de sociedad que hace mucho que no salva vidas. Una sociedad en la que encuentras que la contradicción se presenta como la única forma de reafirmación personal. Cualquier otra cosa implica someterse a unos estándares que uno no solo no comparte, sino que desdeña y nunca quiso suyos.

Mientras tanto algún actor mediocre se va metiendo en política y de donde antes salían las tonterías que escribían otros ahora ya no sabes si es lo que piensa o siguen siendo las tonterías que escriben otros.

Asco de tipo. Piensas otra frase estúpida para contrarrestarle. Sonríes.

En otra hora ver las noticias se ha transformado en un acto obligado para mantenerte al día. Al igual que la canción que odias y no puedes parar de escuchar ha mutado en un acto tan repetitivo como depresivo. El autor espera que el lector tenga una de esas canciones en la cabeza en este momento para que pueda trazar cierto símil. Pon esa canción, escúchala detenidamente.  Revisas otro texto, de los del primer tono. El último intento de acercarte a una forma de comunicación que intentaba impulsar un avance positivo dentro de este clima que parece que solo invita a lo negativo.

No recomiendo leer noticias ahora con la frase anterior en mente. Tampoco recomiendo pensar en el susodicho actor.

Cuando para romper con algo hay que juntarse, para huir de algo hay que luchar y vencerlo, y toda otra colección de contradicciones que adornan una indefinible definición personal: mediación de un caos ordenado o un orden caótico. Todo aquel que me lee puede pensar que estoy en cualquier otra parte. No se equivoca pero también estoy aquí. 

“Ideas que no se pueden organizar sin que pierdan su sentido.”

Esta frase también pienso que habría que dejarla. Mientras borro el párrafo siguiente y escribo. Retomando aquello que se había tornado una obligación para no hacer aquello que se imponía como una norma del momento.

Transformando la ya típica seriedad y drama en otra forma de contradicción en donde lo absurdo rompe con ese tono de manifiesto que ya tanto huele ha usado y la poesía deja pie a algo que va más allá de la rebeldía. Cansado de esos señores (suelen ser señores casi siempre) que hablan sin decir nada, decides decir algo sin hablar.

Escribir se transforma en esas intentonas de huida. Torpes como tú. Sin destino, vagabundo y errante, conociéndome en el desconocimientos de no saberse. Enredando las palabras para perder el sentido de los temas ensayados.

Cuando no hay mejor frase para terminar que la que estás pensando.



Gabriel Jiménez Andreu, En algún lugar indeterminado cerca de aquí, Noviembre 2012