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domingo, 31 de marzo de 2013
TERCER NÚMERO DE LA REVISTA
Aquí os dejamos el tercer número impreso de la revista. Desde este enlace podréis descargarla cuantas veces queráis.
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Una Nueva Escoria
viernes, 22 de marzo de 2013
Álbumes. Chet Baker - Let's Get Lost (1929-1988)
“Quiero creer que con estos futuros
gestos pueda cambiar el pasado manchado por el murmullo del ruido de motores”
Vuelvo
a inventarme aquel bar chic, allí
donde nos gustaría haber tenido esa última conversación frente a los cristales
que dejaban pasar, o imaginaban, unas vistas al río iluminado artificialmente, premeditadamente y sin
importar el precio. Nada de estatuas de yonkis reunidos alrededor de hogueras,
frío e historias tatuadas en sus ropas, manchadas y agujereadas con una
profundidad en las antípodas de la que practica dentro del establecimiento un
gentío aparentemente cosmopolita, el cual, sólo por hoy, tiene tantas experiencias
importantes que compartir sin secretos que, debiendo aprovechar cada instante
súbito, no el siguiente, luchan por hacer prevalecer su grito y así conservar
sus cruciales historias. Pero a nosotros nunca nos importó el jaleo, absortos
tras los tragos de unos vasos jugando con el líquido y las luces de tal manera
que la estancia desprendía entre sus taburetes y grifos el aroma de barco…
“Barco… No debí decir esa palabra.
La he vuelto a cagar; ahora volverás a escaparte o, mejor dicho, no he podido
evitar que te escaparas”
Ruido
de motores, bocinas y pitos bramando sin lengua. Cantos de sirenas ocultando el
ritmo de los pasos disciplinados, utilizando al humo para borrar las huellas de
nuestro rincón; desecho con tal tiento que éste no se evaporó simplemente o se
rompió en pedazos, sino que fue pelándose por capas, eliminando todo resto de
glamour y moda, devolviéndonos como resultado al mobiliario del hostal de mala
muerte en el que ni siquiera el gris era un color.
“Dejarnos un momento, por favor.
Unas imágenes más, sin cadencias, sin tumbos de mareas al zarpar”
No
he podido evitar que ese pasado sea el pasado, haciéndose realidad y marcando
el presente, repitiendo la repetición. Por mucho que rebusque en mi memoria no
te voy a poder encontrar. Otro país sin idioma, allá donde no vale el vudú que
me hacías, consciente o no del daño. He fracasado otra vez en frenarte antes de
que echaras a correr sin importar que yo fuera el que quería escapar de toda
una lista de acepciones de “el Mal”. Huyendo rumbo a un olvido forzosamente
encontrado en la clase social
fantasma de occidente: Aquel marinero o polizonte disfrazado, con la libertad
de escorarse hacia el lado que le convenga para evitar esas responsabilidades
que siempre nos provocaron risa franca. Algún día, si lo consigo, debiste
explicarme por qué perderás todos esos años en el sonido del navío al partir.
Ahora que sé que sólo podía ser un barco; la carretera era demasiado fácil, el
aire algo frágil. Poco importa que te fugaras andando y sin bruma.
– Lo sé, lo sé. No había fuerzas en
tu voz y todo hasta ahora ha tenido que ver con los sonidos. Pero, ¿y si te
digo que nunca jamás dejaré que estemos solos?
– ¿Cuánto valen las promesas cuando
la música se encuentra cubierta por una malla que hace rebotar al sonido hacia
su origen?
Entonces me veo a mí alejándome de
él y preguntándole,
– ¿Por qué partí en ese barco?
– ¿Por qué partiste sin avisar?
– ¿Qué significa despedirse sin
adiós?
– ¿Qué hicimos cuando dijimos adiós
sin despedirnos?
No me malinterpretes y te aceleres, hermano. Ahora que he conseguido
que volvamos a conversar… Detenerte no significa retener la huida, ser la saeta
del reloj que obliga a trazar un círculo al tiempo. Eso no es justo. Estando
lejos quizás tengamos el oxígeno suficiente para habitar lo anterior y los
abrazos, pasos sin recuerdo, no nos asfixien.
Como ves, no quiero hacer memoria,
es el único trato que respetamos de cuando nuestra hermandad se saltaba el
pivote del padre para trazar directamente el vínculo entre un abuelo y una
abuela; dando respuestas diferentes entre sí a preguntas que nada tenían que
ver.
Pacto trazado en este presente constituido por un pasado que ha evitado
la ruina del recuerdo para forjar otras posibilidades de futuro sin agotarse en
un rostro, pues se ha alcanzado uno de esos momentos místicos –o misterio todavía no organizado alrededor de ninguna
trama; caso irresoluble dejado junto a la marea y sus motivos– en los que dos voces distintas
coinciden sin llegar a un orden. Zigzagueos por el mismísimo ritmo, sin
respetar un mobiliario con cierta melancolía en su delicada posición especial.
Sin puntos comunes más allá de líneas neutras como éstas, sin poder
decir nada, solamente seguir de lejos las muecas, dos océanos, que se salpican
sin tocarse justo cuando estos dos hermanos… no se acordaron a la vez uno del
otro, sino que decidieron retomar lo abandonado sabiendo que nunca más se
verían.
Úrsula, Barcelona.
miércoles, 20 de marzo de 2013
La ramera y el hielo
“-Cómprame
de este hielo, que es el mejor-el esquimal miró al mercader con recelo y volvió
la mirada a su iglú.
-Pero si
ya tengo mucho-replicó. Todo era hielo a su alrededor- ¿Para qué quiero más?
-Cierto,
ya tienes mucho, pero no tienes de ESTE. ¿No lo ves? Mira bien, huélelo. Es más
blanco y está más frío.
-Pero es
más caro…-insistió el esquimal.
-¡Vamos
hombre! ¡Tienes que mirar más allá! Piensa en el beneficio, piensa en que todos
tus vecinos te admirarán por ello. ¡Qué manía tenéis los esquimales con el
dinero! El que algo quiere, algo le cuesta. Y no es para tanto. Si puede
permitirte un iglú con chimenea, esto también. Hay que marcar la diferencia.
El
esquimal dudó un momento. El mercader había insistido mucho en sus bondades
como comerciante, en la calidad de su nuevo producto, en lo bien que le
sentaría. Era cierto que tenía un iglú con chimenea, pero aquello había sido
una gran inversión y le proporcionaba calidad de vida a su familia. No era un
esquimal derrochador.
Obediente,
le compró el hielo al mercader.
Después
de todo, le había puesto muchos ejemplos de éxito y también quería eso. Éxito”
Después de leer esta historia, no sabes cómo
terminarla. ¿Arderá el hielo cuando ponga la calefacción? ¿Será en efecto
cierto que era mejor que el hielo que ya tenía?
Hay varios tipos de mercaderes, que
básicamente se resumen en dos. El mercader comercial, que en vez de clientes ve
símbolos de dólar, y el mercader artesano, que en vez de hielo ve criaturas
mágicas fruto de su esfuerzo.
Existe un modelo de negocio actual por el que
el segundo tipo de mercader sólo es un obrero (y ya es un piropo) y al primero
se le llama visionario. Éste, a su vez, tiene un arma poderosa guardada bajo el
cinturón, al resguardo de la entrepierna, sudada y sobada: el Elitismo.
Personalmente te desagrada el término, te da
ascazo, náuseas, te sale urticaria, te quita el sueño.
A ver, señores, una cosa es segmentar el
mercado y otra ser elitista. O eso te enseñaron a ti. Ser práctico y tener un
objetivo no es ser elitista.
Encontrar un nicho de mercado no significa que tengas que escudarte en la
élite. La élite no justifica la prostitución del diseño.
O a lo mejor el problema vuelve a ser tuyo y
te equivocaste de profesión. Si quieres que te tomen en serio, tienes que
incluir manzanas en el menú, al parecer.
Si no, es que no es para tanto.
“No se pudo convencer al cliente de que la app
costaba 2,5€ hasta que no supo que aparecería su nombre. Entonces le encantó”.
Guay. Pues vale. Te lo compro, a nadie le amarga un dulce. Pero si quieres
captar al cliente de tu cliente (media de edad, 55 años; conocimientos de app:
nulos), ¿cómo lo haces? Porque primero tienes que convencerle de que tiene que
gastarse unos 600 en poder acceder a tu producto.
“Ahí
está a gracia, en ser elitista”.
Y entonces es cuando se genera una subespecie
humana tan elitista tan elitista, que después de pulsar un botón genérico de
ON, pregunta:
¿Alguien
sabe usar un pecé?
Y no solo tú pensarías, además de puta, pon la cama.
Natalia Pérez Cameo, Zaragoza, Febrero 2013
domingo, 10 de marzo de 2013
ESPACIOS HABITADOS. Marzo. Luces y fotogramas
¿Acaso ese
camino cuyo mapa manchado de direcciones se encuentra desdibujado al tropezar
con una franja temporal, subsumida al espacio, que se atreve a hacer estallar
la luz en una miríada de colores en fuga de dos, de tres, de diez, de tres y un
sexto, ante un cronómetro cruel que enterrará toda aventura a cambio de
habladurías, falsos opuestos, noche y día, señalando el toque de queda –marcado
todavía por extraño que parezca hoy en día, por un reloj incluso más
caprichoso, el afinado por la parrilla televisiva–, aquella conversión drástica
hacia otras reglas, hacia la Otra ciudad con sus refugios y sus peligros; ya se
había pronunciado hace tiempo, ignorándolo por extranjero, sobre esa peculiar secuencia
que enlaza un sentimiento de atracción tan potente que la extensión y la
intensidad se confunden respecto del sentido habitual, provocando el gesto contrario al de, por ejemplo, “el amor”,
esto es, en lugar de ver en todas partes a lo amado, de transformarlo en
extensión, y, en su presencia, disfrutarlo en una intensidad que no necesita
coordenadas, se mezclan los efectos dando lugar a la intensificación de todo
ese espacio ausente, olvidando rellenarlo, y la espacialización de una
aparición vista como puntos y desplazamientos; con otro de repulsión
ferocísimo, cuya voracidad no tiene que ver con la imposibilidad de percibir
sino con la creación de un campo de batalla en el cual extensión e intensidad
son inseparables, allí donde bajo cada baldosa aguarda una mina; intrincados en
un juego ajeno al vaivén de extremos o a dialécticas positivas y negativas, sucediéndose
bajo la lógica de unos fotogramas no sometidos a ningún bucle en tanto,
imparables e independientes, se desligan de las imágenes y la narración,
produciendo un extra que no puede
remitir ni a una superación ni a un origen, impidiendo así todo fin en favor de
misteriosas desapariciones, en las que la muerte no tiene mayor peso que el
aburrimiento o la distracción, revividas cuando el eterno retorno torna desafío
irónico impotente pero obstinado en la
duda de si su trabajo, entendido como repetición, será mera futilidad,
haciéndose asimismo la pregunta de si acaso aquellas otras luces
Sandra Martínez, Zaragoza, Marzo 2013
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