domingo, 24 de febrero de 2013

Los límites del control (II). Take Shelter y Martha Marcy May Marlene (II)


Un mes más volvemos al retrato de la familia americana, de momento más cercano a la photo finish de The Texas Chainsaw Massacre (1974) que a la de Modern Family (2009 – ). Si con Take Shelter se agota, o se autodestruye, la tradicional familia del simple man; Martha Marcy May Marlene nos lleva, por medio de un cuerpo de mujer, a la violenta relación aparentemente dialéctica entre la acomodada clase media capitalista y la comunidad natural, animal –que no rural–, que tiende hacia la imagen del buen salvaje. Como vemos, tradiciones edénicas bien inscritas en el imaginario mítico de la utopía USA.

Two tickets to paradise

El punto de inflexión respecto a la inercia del mes pasado tiene dos vértices. El primero pasa por que el protagonista –¿o los protagonistas?– sea una mujer; alteridad dentro de las fronteras WASP. El segundo abre una nueva topografía, la de la alternativa nómada; la senda del viaje –“¿Cuánto tiempo se quedará esta vez?”– alejada del buenismo o del rito iniciático de la ya lejana Into the Wild (2007), pues no queda rastro de piedad en un campo de tenis en el que los jugadores que marcan dirección, velocidad y filigranas llevan mucho tiempo jugando. Estos dos extremos son el capitalismo y la comunidad salvaje.


Este último, el paraíso natural rencontrado a través del renacimiento que supone el bautizo de Marcy May, implica un viaje temporal al color de los 70 y la apuesta por una vida teóricamente autosuficiente, autónoma, construida a través de trabajos manuales democráticos –“Intercambiamos el trabajo todos los días, así todos sabemos hacer de todo”– en medio de una gran extensión campestre protegida del ruido por los bosques. Un buen hogar para un perro apaleado, aquél que no ha podido soportar el dolor del capitalismo en su formulación económica y, sobre todo, en la familiar; siempre la familia. “Por una vez en la vida se merece que le traten bien”, dice afablemente Patrick, el organizador de la comunidad, asegurándole con su tono de voz una libertad contraria a la esclavitud capitalista.
Así, esta colectividad de almas perdidas se reúne en torno a un vínculo perdido entre sus fugas: La confianza. Motor que permite alcanzar la armonía entre el triángulo formado por los demonios internos, el trabajo no remunerado y la dificultad de convivir en grupo fuera del individualismo. Sin embargo, y ya se nos sugiere desde los primeros fotogramas, la estampa no es tan idílica como se acaba de describir. Este goteo hacia la corrupción del ideal se produce a partir de la transformación de la confianza en promesa, en el paso de un intercambio mutuo a uno unidireccional. Acto ejercido con violencia a través de la violación sistemática –o purificación liberadora– a las nuevas compañeras por parte de Patrick, previo drogamiento de las víctimas. La liberación no se da, entonces, de manera inmediata y transparente sino que se desplaza hacia el/la recién llegado/a. Ésta depende de cómo se comporte, de su sumisión o promesa de actitud, confianza (ahora) ciega[i], en una estructura de poder radicalmente diferente a la imaginada: Se erige la figura del gurú, el líder de la difunta utopía realizada que ha dejado paso a la secta –cult–; gran familia despótica, salida del capitalismo por el lado del medievo, en la que el Padre, o macho alfa con derecho de pernada, posee a las mujeres y domina a los hombres[ii].
Patrick, brujo, sacerdote, deviene Charles Manson rodeado de un ejército de acólitos-fanáticos en un culto a la muerte. Incluso la más “vanguardista” de las comunidades, aquella que no menciona a ningún Dios ni propone una salvación trascendente, dejándolo todo a una suerte de New Age, es corrompida por el placer de (la) muerte[iii]. Allí, las referencias a la religión suenan a argumentos inventados sobre la marcha y recogidos de otros lugares para justificar los placeres perversos del líder: No hay ninguna trascendencia más allá de éste, las promesas no van hacia otro mundo, sino que se quedan clavadas en él –“Yo podría haber sido muy egoísta, podría haber reservado mi don sólo para mí, pero me he sacrificado para ser lo que tú necesitas que yo sea, ¿por qué no confías en mí? Yo confío en ti ¿Y por qué tengo que explicártelo todo?”–. No se ha necesitado ningún Dios lejano para que la vida que convierta en cárcel, la violencia y la muerte son herramientas suficientes.



Corre. Marcy May corre hacia Martha, a un pasado posterior, a una organización inversa; pues frente a lo que se ha revelado familia patriarcal, ahora ella recae en aquello que se suponía modelo de familia pero no ha logrado cerrarse sobre sí –su madre murió y su padre abandonó el hogar, quedando únicamente una hermana mayor recientemente casada; madre sustituta–. Esta familia capitalista tan criticada permite, sin embargo, la vuelta de un miembro que no ha llamado en dos años, que ha podido escapar sin ser perseguida, proporcionando un modelo de libertad contrario al de la comunidad-secta[iv]. Patrick ya lo había profetizado aunque sin que nosotros supiéramos sus consecuencias.
Por supuesto, éste no es un lugar en el que nuestra protagonista pueda descansar; de hecho, las mismas imágenes en movimiento no se esfuerzan mucho por subrayar lo que ya es obvio: Estamos ante un espacio de infelicidad, falsedad, depredación, etc. En cualquier caso, tampoco quieren que se quede. Tanto se ha abierto, o deconstruido, esta familia cosmopolita, que se rechaza a sus miembros; no se les pide promesas pero tampoco confía en ellos –¿acaso nuestro momento?–. Familia mínima, de supervivencia y malestar, nada parecida a la de la secta o a la familia rural unida hasta su destrucción de Take Shelter, pero que, de todas formas, no deja de mantener el ideal familiar[v].
Llegamos entonces a la pregunta clave, ¿por qué vuelve? Cuestión que lleva a fijarnos en otra particularidad impensada hasta el momento: La relación entre los dos mundos traspasados por la protagonista. Tensión que podría pasar por un conflicto dialéctico, con la inicial “M” como el puente capaz de resolver el problema en su viaje en espiral[vi]. Sin embargo, si atendemos a las veces que se verbaliza el nombre “Martha” frente a las de “Marcy May” –treinta y cuatro frente a cinco– y la estructuración de un montaje que rompe la linealidad temporal, nos damos cuenta que éste no es el camino interpretativo más jugoso. El peso de un nombre frente al otro marca la jerarquía de los mundos; jugada brillante en tanto el film se centra más en el breve fragmento vital de la comunidad y tan sólo traza a grandes rasgos el capitalismo burgués. Si estas comunidades son capaces de sobrevivir se debe a que son meramente un vertedero que ni puede ni busca revelarse contra el supuesto amo, pues ya fue saqueado por la paranoia panóptica nixoniana y olvidada por la sonrisa reganiana[vii].
Así, la pregunta inicial se reformula interrogándonos por qué Martha ha ido a parar a tal basurero, por qué la película se centra en ese particular instante. La protagonista actúa como heredera del gesto libre de aquellos hombres que, tras su victoria en la segunda guerra mundial, entendieron la libertad como movimiento indomable no sujeto ni a horarios ni a residencias. Sin embargo, Martha recoge la huida y desecha los otros tipos de acción asociadas[viii]. De esta manera, la comunidad pasa por constituir una etapa más de la que, cuando se sienta incómoda, partir y olvidar sus leyes –tan sólo un dejarse caer por allí–. Pero esta actitud rebelde e intratable le impide al mismo tiempo el, por ejemplo, luchar por un cambio dentro de la propia comunidad o intentar forjar otras alternativas[ix]. Entonces, la historia de la comunidad natural que visionamos no tendría mayor importancia si no fuera porque coincide con el momento en el que se da el agotamiento crítico de nuestra protagonista –de hecho, es probable que Martha haya tenido más experiencias similares o incluso peores–, dejándose caer por inercia en una casa de su hermana que no pasa por constituir un punto de partida o de llegada, sino mera red de seguridad; temporal en tanto ésta se demuestra incapaz de reformarla/cuidarla o, más bien, no tiene ni interés ni fuerzas para ello –como mucho utiliza los mecanismos decimonónicos del encierro; en este caso el manicomio–. Por ello, Martha llama por teléfono a la comunidad; de la misma manera que lo evita a toda costa desea que, en su propia falta de energía para continuar vagando, alguien sea capaz al menos de retenerla. Como hemos visto, el último vertedero existe en la medida que no tiene ningún tipo de poder exterior, así que a Martha no le queda otra salida que imaginarlo, desarrollando una paranoia fruto de la convergencia del agotamiento de la huida –de esa esquizofrenia del nombre– tras su última aventura y el deseo indeseado de un lugar lo suficientemente potente como para descansar[x]. Estamos muy lejos ya de Milestones (1975) pero también de la aparentemente cercana The Village (2004).



A la comunidad rural del buen WASP que provoca su autodestrucción –exceso de actuación heroica siguiendo las propias reglas del capitalismo, produciendo paranoia– se le han sumado la comunidad natural dejada a su suerte –la salida del capitalismo como “medievo” o secta sin resultar ninguna amenaza–, la familia mínima del capitalismo cosmopolita sin interés o capacidad para educar/cuidar a nadie y la/el rebelde que se muestra incapaz de responder a los problemas de su época –su cansancio unido a la falta de actuación provocan su paranoia[xi]–. En cualquier caso inquietud, sentimiento de acoso o de exceso de carga habitando mundos pesadillescos que no necesitan caer en el terror, en lo surreal o en lo onírico. Como alguien diría, estamos ante un miedo superficial pues descansa en la más absoluta inmediatez.  

Nowhere to run, baby. Al menos por algunas de las más visibles alternativas de la cultura americana. Ante este panorama mapeado gruesamente y sincrónico a nuestra actual crisis-no-sólo-económica, ha llegado el momento de zambullirse por los recovecos del cine hollywoodiense y explorar de manera más o menos azarosa varios espacios-tiempos que nos han propuesto una amplia gama de modos de vida, emociones, rebeliones… sin que partamos con ninguna meta presupuesta.

Nos vemos en los siguientes meses.

Sergio, United States Minor Outlying Islands, Febrero 2012





[i] Esta confianza ciega se muestra en el caminar por la oscuridad de la protagonista provocado por unas escenas enlazadas no mediante una cadena causal sino por el sonido discordante que se adelanta a la imagen –frente al rayo–, golpe que llega antes de que pueda verlo.
[ii] Por supuesto, el primer e inmediato fracaso de toda comunidad utópica es basarlo en una supuesta naturaleza legitimadora de la división sexual. De la misma manera, la indispensable violación no es un acto para romper la propiedad privada. Primero porque no sirve para anular las parejas sino que es tan sólo un botín del jefe, el cual, posteriormente, empareja a la susodicha a un hombre de la camada, a un mortal. Segundo porque no se viola a los hombres, no se produce una ruptura del ano como propiedad privada.
[iii] “Sabes que la muerte… es la parte más hermosa de la vida, ¿verdad? La muerte es hermosa porque le tenemos miedo. Y el miedo es la emoción más maravillosa porque crea un estado de conciencia absoluta. Te lleva al ahora, y eso te hace alcanzar el presente. Y alcanzar el presente es llegar al nirvana, al amor en estado puro. Así que la muerte es puro amor”, le dice Patrick a Marcy May tras el intento de robo con asesinato –robo que por otra parte rompe toda ilusión de autosuficiencia–.
[iv] Existen, no obstante, puntos de contacto. Por ejemplo, ambos modelos de libertad están orientados hacia el aislamiento. En este capitalismo, la libertad más perfecta pasa por un aislamiento individual –Ted, el marido de su hermana, quiere disfrutar de sus vacaciones, de la libertad del sistema, en soledad; esto no implica no consumir, sino que quiere hacerlo por todo lo grande, en una casa al lado del lago, etc.–. En esta comunidad la libertad tiene que ver con un aislamiento grupal –toda llamada del exterior es contestada por una Marlene Lewis o un Michael Lewis–.
[v] Así, el mayor miedo de Lucy, la hermana, es ser una mala madre.
[vi] Quizás podría apelarse a una dialéctica historicista en la que la familia WASP rompe en los 60/70 con el padre llevando a las comunidades hippies para retornar a una familia reconstruida con un capitalismo reforzado –una mejor calidad de vida–. Reducción que aquí no nos interesa.
[vii] Podríamos alegrarnos de que el capitalismo nos deje a nuestra suerte debido a alguna especie de carácter pacífico, pero esto sólo pasa –en el caso de que se dé– cuando no es posible sacar más beneficio y/o no representamos un peligro ni se nos puede pasar por tal –así, poco importaría que hubiera más Charles Manson, estos ya cumplieron su función terrorífica; el asesinato en la casa será útil tanto asesinato en sí, como peligro sin rostro que debe ser subsanado poniendo rejas y comprando armas–.
[viii] Sería pertinente pensar, y dedicarle toda una sección a ello, sobre la misma carretera que sugiere este movimiento sin acción: Si en la comunidad se planteaba una libertad basada en una supuesta naturaleza que se desenmascara como artificio impuesto por el Líder, en el capitalismo se da también una libertad natural, la del libre mercado mezclada con la artificialidad de la casa de diseño, del bote o de las normas que no permiten el desnudo o irrumpir en una habitación donde una pareja está teniendo sexo –el capitalismo, en su absorción sin límites, no parece interesado en soportas estas cuestiones asociadas al cuerpo en tanto se perdería una gran cantidad de negocio deseante–. En ambos casos el malestar de nuestra protagonista es como si descansara en una hipotética separación entre lo natural y lo artificial bajo el problema de lo normal –“porque es privado y no normal”, dice en casa de su hermana–. Esto es, su constante movimiento centrífugo a veces quiere justificarse en la incapacidad para hallar, o producir, eso que sería normal. Al menos si lo entendemos en su trayectoria de bajada, en su falta, y no en su esplendor inmanente.
¿Estamos entonces ante lo que sostiene el tema de la tan cacareada autenticidad en el simulacro americano?
[ix] No es de extrañar que esto enlace con la crítica a un sector filosófico del siglo pasado de exaltación a la producción por la producción, esto es, movimiento, como alternativa al concepto de acción clásico y a su inversión moderna como sistema de producción. Para una reflexión más lúcida consultar el ensayo Esto no es música (2007).
[x] Posición que se incluye dentro de la problemática fundamental que recoge la pregunta “¿por qué deseamos el fascismo?”.
[xi] La falta de los conocimientos pertinentes en psicología dejan en un standby tentativo el uso de la misma palabra para señalar, como se ha analizado, dos estados mentales muy diferentes –véase el final de ambas películas y su relación con el encierro, la familia y el camino fabricado–. Sin embargo, es cierto que la paranoia como obsesión parece ser un sentimiento común aunque con direcciones distintas.

viernes, 22 de febrero de 2013

Álbumes. Biffy Clyro - Opposites CD1 (2013)


Álbumes
           
A través de esta palabra de sonoridad sensual y grafía extraña se abre una sección cuya fuerza radica en su carácter anacrónico y desubicado. Anacronía debido a que se propondrá la escucha de un Álbum (*) en un momento en el que su concepto ha dejado de tener sentido en favor de la composición personal de canciones sueltas, sencillos, que no tienen por qué ser escuchados de manera completa para pasar al siguiente tema. Donde la estructura auditiva se desplaza desde la voluntad más o menos teleológica de los creadores hasta el capricho del oyente y sus listas en continuo cambio.
Desubicado porque si bien nos situamos en lo que plantea un álbum como totalidad, ésta no puede ser más que abierta; es decir, una propuesta cuyas huellas desaparecen en la medida en que camina. Así, durante el recorrido sonoro, surge un microrrelato que  establece otro tipo de álbum; aquel compuesto de retazos que no tienen ninguna relación necesaria ni con éste ni entre sí, pero que en su movimiento susurran algo así como una posible historia, siempre breve e inconclusa (con una temporalidad diferente y menor de lo acontecido), a la que ya no se puede volver mediante la repetición que supone abrir el porfolio de nuevo. Por ello, en estas líneas no se expone una contextualización o explicación de los pasajes musicales; mucho menos la búsqueda de su verdad, significado o Ser. Tan sólo duran hebras escritas como secreción simultánea de un viaje placentero, de una aventura microscópica.

(*) Con su correspondiente enlace en streaming al principio del texto siempre que sea posible.



Un número desconocido de fantasmas parpadeaban aleatoriamente transformando porciones de sus halos en carne. Dubitativamente, por temor a caer al vacío tras un impulso demasiado entusiasta, en aquellos precisos intervalos intentaban confluir con otros tactos, capaces en el encuentro de producir movimientos acompasados; salidas.
El último pedazo de cuerpo, corpúsculo, pudo rodar por un campo de sol sin comprender qué o quién le cegaba cuando el cielo absorbía todos los colores. Pero éste era tramposo pues a él no le admitía.
Gritó. Como si las lágrimas pudieran crear un núcleo con la densidad suficiente.

  –No sé si sabría contarte más sobre mi pasado… –dijo con la sinceridad de una lengua sin necesidad de dientes ahora que los golpes se los habían arrancado y su vida de espectro disolvió partes antes inflexibles. Esto es, con aquellas palabras que tras todo el bagaje, por una u otra razón sólo podían ser francas.
  –Nos acabamos de conocer y ya estamos cansados de todos los fracasos previos. Ni siquiera en la ilusión del inicio somos capaces de soportar algo de lo que tampoco tenemos mucho más que decir.
  –Sí. Es una buena señal, ¿no crees? Nuestra fatiga nos obliga a alcanzar el fin mucho antes de tomar la velocidad normal.
   –Quieres decir… ¿que de alguna manera hemos liberado al tiempo?
  –Exacto. Podemos inventarnos nuestro propio pasado. Será más real que cualquier recuerdo olvidado.
  –Aunque no creyera en el amor, no quiero perder el momento en el que tu voz perdida y mis ganas de gritar se reunieron en el karaoke.
  –¿500 días juntos?, ¿en serio? Que cutre. Prefiero un encuentro casual en un mercado neoyorkino. Primer punto de una espiral de autodestrucción y placer que nos duró nueve semanas y media… 
  –¿Y Tokio con nuestras diferencias insalvables? Entre la amistad surgida a través de encuentros casuales intermitentemente. Debido al intento de alquilar el mismo apartamento. En un viaje en tren por Europa con una noche vienesa bien exprimida intelectualmente. Por favor, no me hables de cartas que viajan en el tiempo.
  –Y más allá aún. Hemos reído hasta quedarnos sin oxígeno dentro de castillos hinchables en fiestas playeras crepusculares; hecho el amor en el intermedio de una de tus entrevistas de trabajo; atracado la tienda familiar para gastarnos todo el dinero en el casino disfrazados de personajes de Futurama; viajado a
  –Espera, espera; ¿y el drama?, ¿y cuando te jugaste la vida en una carrera de motos tras nuestra discusión?, ¿y si llegas a morir? ¿Dónde están las lágrimas? Nada parece irreversible ni inevitable.
  –Jajajaj; está bien. Mmm… un momento crítico fue cuando me rencontré con mi ex e intentamos, durante un instante, volver a ser amigos, sentir cariño.
  –Eso ha sido un golpe bajo. No sé ahora mismo dónde te encuentras, ni siquiera si esto es necesario. No es justo que filtres otros relatos envenenando éste. Tus propias historias, no puedo volver a oírte hablar sobre la importancia de tu ex… Pero yo creía… Casi matas lo único que nos queda; la imaginación. El único tiempo radicalmente abierto, que nos permite respirar sin necesidad de que estemos acuerdo, de armonía o coherencia. El único lugar absolutamente cerrado, al margen de miradas, visitas de ex con sus historias, planes de futuro y todo eso. Nunca al revés; si se invirtiera el orden entrarían las disputas y los celos. Podemos hacer lo que queramos el resto del día, fuera de nuestro relato. Allá  donde no nos creemos ningún cuento. Sin reproches.
  –Entonces, ¿para qué me necesitas?, ¿por qué no vuelves a tu soledad y lo haces sin mí?
  –Me estaría mintiendo. Toda palabra se desvanecería salpicando gotas de órganos directamente al alcantarillado, sin ecos o gruñidos.
  –No lo entiendo… Fuera no tenemos problemas… Sí… Dentro debemos crearlos… Sí… No pueden venir de otro lugar… Claro… Es nuestra alternativa. Las relaciones con un pasado impuesto son escasas, y las pocas que restan aguantan su desgaste mediante planes de futuro. No tienen presente. Pero sin pasado nuestro presente no resistiría a los ataques cotidianos. Lo abandonaríamos.
  –Jajaja, nuestra primera discusión será demasiado retorcida. Ni siquiera sé de qué película la sacamos.
 –¿Europea, Asiática? Me tranquiliza saber que todavía queda mucho hasta que la suframos, y tras haber pasado todo lo que hemos pasado es muy probable que la superemos.


Úrsula, Barcelona.

domingo, 17 de febrero de 2013

ESPACIOS HABITADOS Febrero Cambios (cambios) [cambios] ca


Me escapo por los tejados de los edificios de los demás sin “mientras ques”, esperando que esta ignorancia sobre lo que otros hagan me evite caer en los cepos de trampero y las verjas que se agolpan unas tras otras, evitando toda entrada o, en este caso, salto, a los hogares-intentos-de-urbanizaciones que progresivamente han transformado la geometría del distrito –al menos su área más holgada– en grupos de átomos o mónadas paranoicas rechazadoras de todo cuerpo extraño hacia una calle sin lugares de refugio que no exijan un pago, donde incluso el semi-público centro comercial homicida ha sido enterrado por la compra online, dando como resultado una serie paradójica en la que la calle pasa a ser sinónimo de espacio no cubierto, sin techo, vagabundo sin posibilidad de errar capaz de certificar los cambios de este barrio que comenzó a encarcelarse durante la segunda guerra del golfo, cuando los comercios se actualizaron principalmente desde cuatro ejes –comida rápida, frutos secos, “todo a 100” y, el último temporalmente, tienda de ropa– con la peculiaridad de que, frente a la Era McDonalds, la del ya citado centro comercial, esta vez, bajo la difuminación del modelo franquicia, el negocio provenía de inmigrantes-esclavos manteniendo 24/7 el flujo constante monetario en perfil low cost, canalizando el excedente de deseo de los “grandes momentos”, los movimientos importantes, rellenando los huecos de un pop ahora dignificado; todo mediante una imitación refinada del Imperio en tanto ya no se necesitaba molestarnos –poder trabajar allí, mezclarnos con los trabajadores, preocuparse por los derechos laborales…– y, por ello, las vallas de los edificios no tenían que ver con una amenaza física sino, más bien, con un intento de no confundirse con lowers, asemejándose a un capitalismo como transacción constante en los hitos y no en sus sevenelevenslaves; a pesar de situarse en zonas “obreras” cortaban el acceso y lo convertían en algo selectivo de manera temporal y no espacial, esto es, del mismo modo que si antes alguien del barrio podía comprar dos Bs y tenía que esperar un tiempo para afrontar un A, ahora alguien podía comprar inmediatamente diez Cs provocando que este “tiempo espacial” se redujera drásticamente, desplazando el status quo anterior aunque fuera de manera artificial en la medida que no se aumentaba la capacidad adquisitiva; así también el bloque seguía siendo el mismo, incluso conservando idénticas fachadas, pero ahora se necesitaba más tiempo para acceder a éste, sedimentando los primeros ladrillos de nuestra actual situación, en la cual los espacios de exceso son ahora de cotidianidad –las Cs se convierten en Bs no por otro desplazamiento sino por un corte, una mutilación que disminuye la cadena– y el motor pasa a otros cuatro ejes principales –peluquerías étnicas, supermercados/fruterías/panaderías, compra de oro y casas de apuestas– que marcan la degradación del ritmo capitalista al instaurar una estructura de supervivencia en la que el flujo principal es exclusivamente de salida (vender las joyas, el lujo) y los nuevos espacios son de consumo básico (pan y agua) o están cifrados en la lógica del circuito cerrado (la peluquería, la belleza sin lujos, como retención del capital en nudos identitarios cuando no se puede derrochar), donde los únicos excesos dejan de ser directos para seguir una lógica trascendente (no se gasta en un coche sino en apostar por, acaso, poder comprarlo), de la misma manera que las verjas de los edificios ya no jerarquizan la calle, más bien nos dicen desde sus células de supervivencia que hay que dar un salto para que, quizás, la distancia entre unas y otras pueda volver a ser medida en pasos.

Sandra Martinez, Zaragoza, Febrero 2013