domingo, 17 de febrero de 2013

ESPACIOS HABITADOS Febrero Cambios (cambios) [cambios] ca


Me escapo por los tejados de los edificios de los demás sin “mientras ques”, esperando que esta ignorancia sobre lo que otros hagan me evite caer en los cepos de trampero y las verjas que se agolpan unas tras otras, evitando toda entrada o, en este caso, salto, a los hogares-intentos-de-urbanizaciones que progresivamente han transformado la geometría del distrito –al menos su área más holgada– en grupos de átomos o mónadas paranoicas rechazadoras de todo cuerpo extraño hacia una calle sin lugares de refugio que no exijan un pago, donde incluso el semi-público centro comercial homicida ha sido enterrado por la compra online, dando como resultado una serie paradójica en la que la calle pasa a ser sinónimo de espacio no cubierto, sin techo, vagabundo sin posibilidad de errar capaz de certificar los cambios de este barrio que comenzó a encarcelarse durante la segunda guerra del golfo, cuando los comercios se actualizaron principalmente desde cuatro ejes –comida rápida, frutos secos, “todo a 100” y, el último temporalmente, tienda de ropa– con la peculiaridad de que, frente a la Era McDonalds, la del ya citado centro comercial, esta vez, bajo la difuminación del modelo franquicia, el negocio provenía de inmigrantes-esclavos manteniendo 24/7 el flujo constante monetario en perfil low cost, canalizando el excedente de deseo de los “grandes momentos”, los movimientos importantes, rellenando los huecos de un pop ahora dignificado; todo mediante una imitación refinada del Imperio en tanto ya no se necesitaba molestarnos –poder trabajar allí, mezclarnos con los trabajadores, preocuparse por los derechos laborales…– y, por ello, las vallas de los edificios no tenían que ver con una amenaza física sino, más bien, con un intento de no confundirse con lowers, asemejándose a un capitalismo como transacción constante en los hitos y no en sus sevenelevenslaves; a pesar de situarse en zonas “obreras” cortaban el acceso y lo convertían en algo selectivo de manera temporal y no espacial, esto es, del mismo modo que si antes alguien del barrio podía comprar dos Bs y tenía que esperar un tiempo para afrontar un A, ahora alguien podía comprar inmediatamente diez Cs provocando que este “tiempo espacial” se redujera drásticamente, desplazando el status quo anterior aunque fuera de manera artificial en la medida que no se aumentaba la capacidad adquisitiva; así también el bloque seguía siendo el mismo, incluso conservando idénticas fachadas, pero ahora se necesitaba más tiempo para acceder a éste, sedimentando los primeros ladrillos de nuestra actual situación, en la cual los espacios de exceso son ahora de cotidianidad –las Cs se convierten en Bs no por otro desplazamiento sino por un corte, una mutilación que disminuye la cadena– y el motor pasa a otros cuatro ejes principales –peluquerías étnicas, supermercados/fruterías/panaderías, compra de oro y casas de apuestas– que marcan la degradación del ritmo capitalista al instaurar una estructura de supervivencia en la que el flujo principal es exclusivamente de salida (vender las joyas, el lujo) y los nuevos espacios son de consumo básico (pan y agua) o están cifrados en la lógica del circuito cerrado (la peluquería, la belleza sin lujos, como retención del capital en nudos identitarios cuando no se puede derrochar), donde los únicos excesos dejan de ser directos para seguir una lógica trascendente (no se gasta en un coche sino en apostar por, acaso, poder comprarlo), de la misma manera que las verjas de los edificios ya no jerarquizan la calle, más bien nos dicen desde sus células de supervivencia que hay que dar un salto para que, quizás, la distancia entre unas y otras pueda volver a ser medida en pasos.

Sandra Martinez, Zaragoza, Febrero 2013




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