domingo, 12 de mayo de 2013

Álbumes. Marilyn Manson – Mechanical Animals (1998)




            Lo he visto claro. En la cabeza apresado. Pero no sé dibujarlo. Un retrato de un hombre y una mujer que por dentro están absolutamente podridos. Ni siquiera puedo saber que son tales porque me han dicho que allí no vale la visión para nada. En el interior.
Y no hay rastro de ningún alma.
¿Podré expresar algo sobre algo sin perder la referencia, mi pie de apoyo?
Mi obsesión.
            Sueño ignoto de matices en blanco y negro. Y sus rincones, en donde las leyes se esconden. Haciéndome sospechar que nunca se comportan de la misma forma en la que habitualmente las conocemos. Teniendo su propia y compleja vida de la que sólo somos un efecto. Justo en medio de ese proceso en el que el sol dador de vida marchita y desdibuja las fotografías de nuestro pasado cuerpo.
Pero quiero dibujarles. Necesito ir. Debo.

            Su cuerpo estaba cruzado por distintos grados de disparates, por ires y venires de un tiempo cuyo promedio se estabilizaba en torno a los treinta y pico años, produciendo en sus convergencias y divergencias diferentes interacciones con la graduación del alcohol, el rastro tímido del speed, la música que ya no suena, la literatura del móvil o el sexo de los dildos. Semiaperturas esquivas ante los agujeros que expulsan hacia la superficie a la acidez, la mierda, la halitosis… de cualquier ciudadano atiborrado de automedicación estética o comida sintética para velar el cadáver de la televisión. Dibujados por el pulso de Thatcher y Reagan.
            Adulto solitario y niño, siempre se interesó por El chip prodigioso y Pinocho. Hasta que un día, amputado el hilo capaz de soportar el mundo, decidió buscar aquellos resquicios que ya no fueran meramente lagos derramados reptando sobre las rendijas de una más que probable alcantarillan. Que además succionaran.

            Su paso renqueante por el miedo de dirigirse hacia un poro, uno de los puntos de acceso a lo más profundo de sí. Aquel silencio que permite la voz al que sólo puede llegar como extranjero. Pero no. No era ni la duda acerca de la imposibilidad de encontrar esa verdad fundamental, ni las consecuencias de afrontar sus afirmaciones, lo que de verdad le asusta. El problema no pasa por perderse sino por no poder dirimir el punto de salida. De hecho, la misma escafandra que lleva no le hace más hermético, mejor observador. Forma un nuevo interior, intuyendo que la dirección elegida es en balde. El mapa ha cambiado y su soledad también.
            Camina. Camina. Camina y corre entre parajes de moco y sangre. Su figura, un alimento más a digerir, se resiste a la fricción de las laberínticas paredes. A sus cambios de temperatura.
Pero a pesar de la absoluta diferencia el interior es exactamente igual que el exterior del que parte. Más cansancio, como mucho. Experiencias salvajes, quizás, en el caso de no estar en otra cosa. Irritado por la estafa.

            Los fantasmas no me atraparán. Agotado por una búsqueda basada en un error, acabará por detenerse. Necesito un descanso. Todavía encerrado en un poro, se construirá una casita en la oscuridad bañada por intermitentes onzas de luz. No quiero que nadie me moleste nunca más y me recuerde el fracaso. Y, en el zaguán que atardece, se preguntará incesantemente si llegó o no a su objetivo, repasando de manera minuciosa sus experiencias, intentando descubrir una en particular, o un cúmulo de ellas con una lógica interna que proporcione un régimen organizativo, que le sirvan para explicar al resto. Debo irme a dormir antes de que anochezca y la brisa arrecie. Intentará, con otras estrategias, iniciar el viaje de nuevo.


Úrsula, Barcelona.

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