domingo, 12 de febrero de 2012

La voz


Estabas a lo tuyo, trabajando, concentrada en ti misma y en nadie más. Uno de esos momentos en los que no hay más mundo más allá de tus auriculares, el ritmo que marcas con el pie y el tamborileo de los dedos de la mano izquierda sobre la mesa. En la derecha, el ratón, de aquí para allá como una centella. Esto un milímetro más allá, aquello bloqueado, lo otro delante de lo último, capa activa, capa bloqueada, y un montón de comandos que te sabes de memoria y no sabes cómo.

De pronto, si lo hayas oído venir, ni siquiera en lo más remoto de tu imaginación, escuchas una voz a tu izquierda.

-¿Qué estás haciendo?-la voz es áspera y seria, pero aunque suena dura quieres pensar que es por imposición de galones, por contrato. Una de esas voces que si te la cruzaras en el ascensor te preguntaría por el tiempo con una sonrisa. Crees que realmente no quiere ser duro contigo, pero su condición social se lo impide. Ante ti se encuentra, en persona, el director general. O el presidente. O lo que sea. La denominación nobiliaria te da un poco igual. Es el que más manda, vaya. Lo demás, sobra.

No te ha dado ni los buenos días. ¿Para qué, si es un semidiós? Eso es para pútridos y ruines mortales. Tampoco se ha molestado en carraspear antes de interrumpirte. No le hace falta.

-Ehhhhh......-de todos los vocablos, te sale un eh. Con la E muy larga, claro. Como si fueras una oveja acojonada. Podrías haber dicho nada, como si se lo dijeras a tu padre cuando sabes que te va a caer una bronca. Pero has dicho EH. ¿Es acaso decente? te preguntas. ¿Cuatro años de formación para acabar diciendo eeh?

Cuatro pares de ojos se clavan en ti y tú rememoras un clásico.

¿Acaso si me pincháis no sangro?

-Estoy haciendo ESTO-y escupes la frase y la explicación con la misma voz con la que presentaste el proyecto final de carrera. Los cuatro pares de ojos se retiran de tu nuca y ya no sientes que te tiemblen las rodillas.

Uf.

Va a ser verdad, es mortal.

Por debajo del tupé atisbas que la frente se le arruga, igual que el bajo del pantalón de traje. ¿Una mueca? Para empezar, el señor director general, que vive y domina el tercer piso, no suele bajar a galeras a ver cómo reman los esclavos. Él es un señor de corbata y no mancharse. Tú acabas de llegar y no te esperabas esto. Quizá es normal, piensas, una bromilla de novatos. Lo de presentarse así y hacer "¡buh!". Por la cara que han puesto los demás. No, no lo es. Resulta que va en serio, alguien se ha fijado en tu trabajo y se ha parado a preguntarte por él.

Cuando el señor del traje se marcha escaleras arriba y mientras escuchas el eco de sus suelas retumbando por el edificio, sientes que has estado a la altura, que no solo de novatadas se vive y que, desde luego, ahora no puedes echarte a dormir.

Natalia Pérez Cameo, Zaragoza, Febrero de 2012




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