domingo, 16 de diciembre de 2012

Diciembre. Fachadas


Antes del salto hacia otros tiempos, otros intereses, en mi vida como estudiante tuve tres revoluciones surgidas desde la institución, acaso lo único que realmente aprendí en tanto modificó los nexos y relaciones en las que habito a pesar de las resistencias que todavía permanecen atrincheradas buscando el contacto brusco para alzarse bajo banderas y lemas tramposos: Las mentiras del realismo y sus alianzas con el sentido común; la ausencia del sujeto, la multiplicidad de los cuerpos y, por último, la curiosidad placentera por el carácter cualitativo de los espacios, cifrada en su momento con la palabra “arquitectura”, capaz de transformar posturas acostumbradas a lidiar con marcas de calzado en una época donde la generalizada clausura de la calle –a pesar de que aún haya milagrosas excepciones, como la exuberancia de los barrios obreros que han dejado paso a la inmigración y a la vejez– diseña corredores diáfanos en los que hasta la extravagancia más severa torna mudez, tópico, aceleración y normalidad con el fin de transmitir la misma historia que las corporaciones de noticias y sus modas comerciales de las que, por el contrario y a través del dolor inicial de la mirada en contrapicado, parecen libres unas fachadas a priori indiferentes que, por supuesto, también mantienen sus propias y cambiantes reglas de estilo –en sintonía con sus conversaciones, sus secretos, sus vergüenzas– pero que, en su propuesta de duración infinita sin pretender eternidad, conserva una cierta independencia capaz de desplazar a un costado o a la parte inferior los slogans publicitarios y los espacios de comercio –salvo, quizás, alguna peluquería deslocalizada cuya presencia marca más un elemento estético desgarrador, sorprendente, que un reclamo capitalista para la desconocida–, añadiéndose el hecho fundamental de que, frente al arte, expulsa radicalmente el deseo factible –aquel que trabaja a modo de falta– de posesión, no sólo por la casi-imposibilidad de comprar todas las fachadas sino porque vienen con un pack detrás, con una vivienda –como si para comprar un objeto artístico debieras llevarte con él el mismo museo– y, sobre todo, sólo funcionan en movimiento, en un continuo juego propuesto por nosotras, entre perspectivas, vacíos, repeticiones en lógicas diferentes, suspensiones, retornos hacia delante, giros inesperados… sin que se produzca el tiempo necesario para forjarnos una narración, invirtiendo la lógica móvil de un cine que a través de los saltos imperceptibles forma una historia, a la vez que se desentiende por completo de los relatos acerca de lo que hay detrás, de lo interior, escapándose toda vinculación legal o trato para llegar al terreno de la promesa; aquella que te lanza a través del tiempo sin buscar beneficios ni contener largas cadenas causales aprisionadoras y nos desvía por momentos a y más allá de los grandes conceptos –Amor, Libertad, Xxxx…–, vaciados e inalcanzables,  creándose la oportunidad de habitar lo que antes ocupaban y ahora las llaman vías muertas, abandonadas, sin apreciar lo que se ha abierto, ese desconocido que no precisa de final. promesa, sensaciones maravillosas

Sandra Martinez, Zaragoza, Diciembre 2012 


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