domingo, 28 de julio de 2013

Brevísima e imprecisa digresión a propósito de Spring Breakers. La lentitud de la derrota

Como compensación a la ausencia del mes pasado he pensado en ofreceros esta pequeña reflexión sobre Spring Breakers (2012) que será publicada dentro de un tiempo en otra revista con un formato aún más breve y en el idioma de J. J. Cole. Pero aquí es donde se encuentra el director’s cut, con una temática cercana a la sección de Los límites del control.

Antes de nada debo admitir mi perplejidad y las dificultades que tuve a la hora de intentar comprender una película en la que concentración y aburrimiento, clichés y “otras cosas”, juego y olvido, se confunden. En este sentido, tengo que dar las gracias al magnífico libro La facción caníbal (2012) por reencontrarme con viejos conceptos casi olvidados sin los cuales me hubiera sido más complicado aproximarme a esta película debido a mi amplio desconocimiento sobre cuestiones estéticas. También quiero dar gracias al cancionero Noches de tránsito (2009) del que tomo prestada de su contraportada la maravillosa expresión “la lentitud de la derrota”. Quién sabe si seguiría elidida sin sus encuentros con el señor Kozelek.

Aunque si topé con ambos libros fue debido a las recomendaciones de dos de las pocas personas –más– mayores que yo a las que les tengo ese afecto que torna palabras y gestos en revelaciones. Gracias de nuevo.

Ah, dirrty, filthy, nasty oh, you nasty, yeah, too dirrty to clean my act up. If you ain't dirrty, you ain't here to party.

Cualquier pequeña introducción a Spring Breakers resulta más larga que la exposición de una trama que puede resumirse exhaustivamente en tan sólo tres líneas repetidas hasta la saciedad; cubriendo el resto del espacio con los últimos éxitos musicales. Así, la lógica que parece dirigir el film es la de expandir hasta el límite la tendencia de los videoclips a crear mini-películas, invirtiendo el resultado y dando lugar a un macro-videoclip que, en su dilatación, provoca relieves en la superficialidad.

Pero precisamente estos relieves son los que impiden el movimiento que permite decidir si estamos ante una crítica o una apología, cinismo o risa franca. Entrando por ello en el terreno de la estética y traspasando –que no necesariamente transgrediendo– las barreras del imperio de lo políticamente correcto que dificulta la reflexión autónoma. Sin embargo, esto plantea un problema mayor puesto que de repente nos situamos en un terreno inhóspito, rodeados por tres grandes conceptos que nos sirven para aproximarnos a otras tres grandes tradiciones del cine estadounidense. Por un lado, tenemos lo siniestro –ejemplificado en cierto cine de David Lynch–, aquella experiencia resumida por Freud entre otros, en la que algo mínimo falla en lo cotidiano, apareciendo el horror. Sí, podría decirse que en Spring Breakers el día a día, esas niñas, se ha transformado en otra cosa, algo horripilante; no obstante, falta algo, la obviedad de las imágenes impide el balbuceo de un subconsciente que se rebela.

Por otro lado, llegamos al concepto de lo sublime. Desde su aproximación kantiana lo sublime es aquello que alude a una informidad e ilimitación que nos supera. Esta definición bien podría servir para explicar parte del cine de Terrence Malick pero aquí, en el simulacro de unas imágenes digitalizadas donde en ningún plano es imposible de separar lo natural de lo artificial –desde la iluminación hasta los cuerpos–, pierde sentido. Sin embargo, existe otra definición de lo sublime anterior a Kant menos utilizada: Aquella formulada por Burke en donde lo sublime proviene del terror, de un objeto que, en su terror encuentra la belleza. Como vemos, aquí entran grandes tradiciones cinematográficas como el Slasher y sus asesinatos. Volvemos a estar cerca, pero no lo suficiente, como para afirmar que lo que estamos viendo se corresponde a eso. La película que nos ocupa no embellece lo feo, pues no deja en ningún momento espacio para éste, ni siquiera para convertir la tortura o la sangre en un arte.

De hecho, incluso habría que tener cuidado en afirmar que se produce lo contrario, afeándose lo bello. La niñez inmaculada no logra mancharse a lo largo de unas escenas en la que las que el cuerpo no se convierte en aparato de liberación sino de represión y control –salvo una Rachel Korine cuyo apellido no es casual, el resto no enseñan sus partes impúdicas más de lo que se vería en un recatado concurso de misses, tampoco hay más que un coito, pues el cuerpo es un arma que sólo se debe utilizar como última opción–, el mito de Scarface se da sin Scarface –el personaje no deja de ser un blanco famoso– e incluso los sonidos electrónicos de ese personaje que es la banda sonora han sustituido al satanismo del rock, al barbarismo del rap. Es decir, no estamos ante una película de iniciación donde, como se suele repetir, las jóvenes artistas Disney se hacen mayores y se desmadran, sino, por el contrario, nos topamos con la última adquisición del emporio Disney, trasladando el juego, la reversibilidad y el parque de atracciones a géneros que anteriormente no eran de su propiedad –véase asimismo el caso LucasArts. Su trama, simple, convencional, como un capítulo del canal del ratón, se lanza a la conquista del mercado que representan aquellas chicas más difíciles, dejando por el camino a esas que ya son fieles a su logo –la santa y la que se asusta con la violencia– sin perder por ello sus valores.

Entendemos    así la confusión a la hora de señalar dónde se inscribe exactamente este film. La transgresión de un director de culto como Korine no se encuentra en el terreno moral sino en el estético, al imitar el gesto de las vanguardias del siglo pasado e intentar hacernos creer que un capítulo comercial de Disney puede ser considerado Arte o, mejor dicho y tras su muerte, “otra cosa”. Irrumpiendo, ahora sí, lo Feo en el ámbito de lo Bello mediante el cambio en la recepción de lo cotidiano –un cambio que tras la “generación móvil” ya no es espacial sino mental.
Quizás –quizás– burla trazada aquí con el signo de la derrota.       

Sergio, United States Minor Outlying Islands, Julio? 2013 

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