domingo, 11 de agosto de 2013

ESPACIOS HABITADOS. Agosto. –Entre tantas otras, una tetralogía posible sobre el exceso–


Empezaría por el final, negándolo todo, rechazando que se trate de algo inasible, fe, esperanza, trascendencia, Sentido; pero de esta manera lo estaría relacionando con la falta o sería criticado como algo innecesario, al menos para una “razón normal”, perdiéndose la sobrecarga inherente a su propia realización con una facilidad que la expulsa inmediatamente de los márgenes utópicos y los halos de aquello extirpado que se extraña a pesar de nunca haberlo tenido, que huyó sin llegar a ser exactamente, cercano a la espectral fisicidad del sordo equilibro que circula por el reproche-resentimiento; debido a su más que posible realización, deseo de corto alcance que algún crítico denominaría capado y, por ello, en cierta medida estéril, y a 

el vínculo con un futuro del que su contenido insignificante y sin valor para la sociedad e incluso para otra tercera persona se convierte sin embargo en algo vital capaz de emanar  

la impertinencia de su disfrute o no en la medida que su materialización no tiene

puentes excitantes del tránsito presente, involucrándose activamente en él sin que sea necesaria la promesa del progreso o siquiera el cumplimiento posterior de un sueño banal cuya

la mínima importancia, el placer proyectado se difiere hacia algo que está pasando;
 
labor pasa por ser continuamente desplazado, permitiendo así continuar con un presente que tiende a evadirse, ahora encerrado en su misma difuminación que señala a ese futuro

o dicho de otra manera que sobrepasa este trazo 

procastinado; engaño por el cual el ahora se encarna como acumulación de una ausencia artificial detenida en los puntos donde la totalidad, lo uno, impide los excesos: una ciudad sólo peatonal, demasiado lenta al tenerlo todo y no necesitar huecos, presente ralentizado confundido con el pasado; una postmetrópolis sin aceras, llena de vacíos, a una velocidad que impide un presente siempre pospuesto por ese futuro imperialista que pretende llamarse presente e invalida igualmente la experiencia hacia la que se dirigen estas líneas,
  un       fin       de       semana       para       alguien      que     no       trabaja
a ojos de hacienda y que, ahora sí, tras las debidas advertencias, puede afirmar su distanciamiento de los dos anteriores mundos, el exceso de algo dañino que permite tolerar un mal que, a menor nivel, resulta insoportable / el exceso creador de una fantasía de poder alrededor de uno mismo ajeno a cualquier limitación seguro en su refugio sin interferencias.

Sandra Martínez, Zaragoza, Agosto 2013




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