domingo, 18 de agosto de 2013

The Dillinger Escape Plan – Ire Works (2007) II (*)



(*) Segunda parte relacionada con el álbum del anterior mes: Kyuss – Blues for a Red Sun


– ¿Holaholahola? Los ecos defectuosos de las gotas de agua sólo detienen su rebote ante la parálisis, gestos de la garganta ahogada. Lo inmóvil muda la piel en cortezas de cristales quebrados que embaldosan un suelo por el que debo comenzar a correr. ¿Quién ha dicho eso? Espirales cambiando de sentido para despistar mis recortes y zigzags sin orientación o pistas que me indiquen cuántas veces llevo atravesando la misma puerta blanca de fondo negro absoluto. Sin sombreros o conejos que perseguir, él se mentía a sí mismo con nanas cantadas por gente ya muerta. Evitando prestar atención a las sombras que aguardaban en los rincones de su visión. Presencias que sabían demasiado. ¡Largaros! Puedo sentir la viscosidad de las paredes cuando golpeo al aire, el calambre en los músculos fofos, la descarga del rayo atormentando a la jaqueca. Y lo peor, el silencio. ¿Quién está hablando por mí? Rodando dentro de una caja por una cuesta cultivada con clavos, no se podía despegar, ni siquiera controlar con fallos y vacíos a un narrador con el que compartía la palabra “yo” pero al mismo tiempo ajeno y cruel. Mientras describa el ambiente de manera insana estaba condenado a sufrir eternamente, pudiendo ver el final del techo alargándose como una sonrisa con pintalabios excesivamente rojo y falta de dientes. Debo encontrar la manera de retornar del viaje. Se equivocaba, habían pasado años desde su último acid trip; ahora se encontraba en otro lugar. ¡Mientes! Estás intentando volverme loco, esto no es real. Su voz se desgarraba al no encontrar un oído cualquiera que mantuviera compacto el mensaje. Finalmente, tras agotar sus uñas rasgando una salida que siempre acababa topando con su propia piel, se dio cuenta de que su situación poco tenía que ver con revelaciones astrales en escenarios que nunca visitó. Todo era demasiado… familiar; incluso el salto temporal. Una sombra retorciéndose sinuosamente se acercó hasta mí.

¡Por fin! Bienbi nbien ya tenía ganas de hablar contigo tío. Me ha costado encontrarte, pero sabía ¡lo sabía! que terminaría por hallar un portal hasta ti… o mí. Paró de hablar justo cu ndo sus labios sugerían palabras inscritas más allá de todo lo que pudiera verbalizar. En su impaciencia se esc ndía un cierto orden o, al menos, premeditación.

– ¿Quién eres? Resultaba difícil atrapar con la mirada su cuerpo con ritmo de jazz lascivo, como si fuera un ser amamantado por un lagarto

– ¡No te pases! Que rás decir: Se movía con la elegancia de la música de sofá mientras daba tiempo a su interlocutor a que intentara adiv nar su identidad. Ignoró el comentario.

– Sería inexacto decir que pasó tiempo hasta que dije algo. Ya me acuerdo de ti. De repente, el tipo que tenía enfrente comenzó a patalear, negando la cabeza con desesperación.

– Una cámara con tembleque aproximando y alejando el zo m caprichosamente expresaba la personalidad de su interlocutor. Vamos a ver, sí, yo te conozco, no sé si tan bien c mo presumo, pero es totalmente imposible que me recuerdes. A menos que se pueda viajar al futuro y se demu stre más o menos la falta de libertad. Continuó dando vueltas a ese problema, inútil. Su voz se mantenía firme mientras salt ba por las palabras, manteniendo una cierta suavidad, como un sexo d ro y húmedo.

– Sus frases cortantes faltas de armonía modificaron un espacio que hasta entonces había pasado desapercibido, inexistente. Una vez más, lo miedos, los soplidos fríos, los susurros que te conocen, el tirón en la ropa junto a los chillidos. Lloró sin poder salir. La sangre azul que colgaba de sus iris aclaró la imagen del misterioso personaje. Te pareces a mí… salvo que más joven. No exactamente mi hijo. Alguien más mayor que yo. Con algún retoque quizás o mejor vida no sé. Su frente sudaba al ritmo del tic tac que producía la imagen reflejada en sus retinas, muy nervioso. Qué más da he terminado con los puzles no pienso desenmascarar un hipotético significado oculto que me lleve al sentido trascendente final no existe lo sé lo sé he acabado con mi empecinamiento y mis excesos en busca dedde solamente problemas. Hasta llegar a semejante conclusión debieron pasar siglos, superar la misma barrera que separa el interior y el exterior del tiempo. El otro golpeaba las palmas siguiendo algo inalcanzable.

– Aplaudí; no t nto celebrando como dando por zanjado el asunto. He tenido unos días muy malos, con un m lestar agudo carcomiéndome sin saber de dónde venía a p sar de su exactitud… hasta que me di cu nta que eras tú. Por algún asunto sin res lver que desconocía. Intenté acc der a ti mediante golp s de voluntad, de memoria, pero no funcionó así que decidí escuchar ese disc de Kyuss que tanto te gustaba, me gust ba, por aquel entonces. Esc cha, me tengo que ir porque he quedado y llego tarde, p ro no me fio de d jarte aquí sólo otra vez, puede que r caigas y produzcas un efecto d minó. Si te inv de de nuevo el m edo o las ganas de av ntura no busques, crea. Cr a un signif cado oculto tras el que se h lle la verd d. Emparan iate, obsesiónate con enc ntrar lo que hay d trás, desc bre conspiraciones d trás de cada esquina. Es lo que t do el m ndo hace. Mira, p r allí. Si t enes pr bl mas sol ción los c n tu pasad , p r  p r f vo  o

– Se perdió entre interferencias. Ante él, un pasillo deformado con luces demasiado blancas como para ser un color, intermitentes, según intuía, a pesar de que fueran acompasadas con sus parpadeos. Lo intentó traspasar mientras la superficie se curvaba, inalcanzable. Sonidos de móviles y escaleras mecánicas.

– Hola.
– Dijo una voz imberbe tímida, o eso pensé. Le sonreí al reconocerle, esperando que estuviera orgulloso de mi aspecto. El niño echó a correr, furioso, hasta que lo arrinconé en un armario lleno de disfraces.
– ¡Te odio! ¡Me mataste!  
– Pero… eras un tipo solitario, siempre encerrado en tus propios mundos sin necesidad de comunicarte con nadie, sin empatía alguna. ¡Eras un psicópata en potencia! ¡Te salvé!
– Pero yo estoy bien así. Puedo mirar alrededor sin que le importe a nadie. Sin la presión ni la inseguridad de ser siempre perfecto, caer bien a todo el mundo y estar pendiente sobre qué pensarán los demás de mí. No le importo a nadie, no rindo cuentas a nadie, no le importo a nadie, soy libre. Y mira ahora, mira… tu nerviosismo mezquino, incapaz de sentirte a gusto contigo mismo.
– Los ojos de aquella criatura se aproximaron hasta mí, acelerando la velocidad de sus quejidos. No es justo, porque yo sea el último cuchillo en clavársete no implica que yo sea la causa de la muerte… La cicatriz de su garganta se abrió expulsando algo demasiado pegajoso como para no evitar su contacto y correr hasta que una pierna sin dueño me hizo la zancadilla y caí. Caí hasta que unos suaves brazos me retuvieron y me condujeron hacia su calmado seno.
– Chssttt… Tranquilo, yo te comprendo.    ¿Cómo te encuentras?              No tengas miedo, articula los modos discursivos de tu decepción                     ¿Tienes miedo?            ¿Qué te aflige?                  Ábrete                  Llorar es gratificante                   ¿Por qué no me dices nada?   ¿Te pasa algo conmigo?                 ¿Te he hecho algo?                      ¿Es por eso por lo que me abandonaste?                  Es normal sentirte culpable tras fallar en tus intentos de ser una mejor persona                          ¿No te importa nada de lo que te estoy diciendo verdad?
Por favor, no dejes de tomarlo               Sus efectos colaterales nos ayudan           
No te convenzas a ti mismo que eres como eres debido a tu naturaleza    Que siempre has sido así        y todo cuadra                          Trucos de la imaginación  
Queremos dejar de odiar     ¡Crees que no sé que me estás echando en cara todos los sacrificios que tengo que realizar en contra de tus ambiciones, de tu testosterona, para respetar a los otros de la manera que se merecen!     ¡No! No hables de injusticia. Deja el tema del cuerpo, déjalo, sólo son… ¡calla! ¡calla! ¡CALLA!
– Los brazos me dejaron caer de nuevo, libre de su asfixia, hasta que me di cuenta de que podía mover las piernas. Probé a levantarme y lo conseguí. Mire alrededor. Me encontraba en una habitación empapelada por posters demasiado borrosos. Enseguida reconocí la nuca que sobresalía de la silla. Me alegré. Por fin.
– ¡Tú!
– Fui a chocarle mientras se giraba lentamente. Su cara me aterrorizó, algo indescriptible recorrió mi cuerpo a pesar de que no lograra ver nada fuera de lo común más allá de que su rostro se asimilaba a un tablero de ajedrez despojado del romanticismo de la foto en blanco y negro. Su oponente lo sabía, hizo la mueca del que va a soltar una reprimenda porque se da por ganador. De repente comencé a balbucear intentando justificarme.  
– Mírate gilipollas. Eres un puto traidor, un usurpador. Y lo sabes. ¿Qué ropa llevas? ¿Otra vez? ¿En serio? No has aprendido nada.
– Te lo puedo explicar tío. He sufrido mucho, vi la salida gracias a esto. Me salvó la vida.
– ¡Vuelves a ser un pringado! Un puto friki  que lleva mi nombre sin ningún derecho. ¿Dónde está el ansia, la potencia, la depredación? Me has suplantado macho. Eres un jodido usurpador.
– Me apuntó con el dedo de la amenaza de muerte. Escúchame por favor. Si lo piensas ese volver a mis orígenes hace que yo sea más real que tú, ¿no? En esa época salvo por las pintas creo que tampoco cambié tanto con ese salto…
– Blablabla. Eres un mierda. Es una regresión cobarde.
– Dijo tajantemente. Pero ha sido la única forma de cambiar, de superar todo. El otro aproximó todavía más su dedo a mi cuerpo. Perdona perdona perdona. Me encogí buscando algo que no llegaba. Hasta que lo encontré. No tienes derecho a reprocharme nada, eres un niñato consumista. Su contrincante apretó los puños unos segundos y se relajó. Calmado, se giró y abrió la puerta recién pintada que ahora se encontraba enfrente de mí, dejando pasar a un cuerpo desenfocado. No podía más. La tortura iba a ser interminable. Recordaba cientos de ilusiones, experiencias, estados de ánimos, proyectos… Me eché en cara no haber tenido una personalidad más definida. Volví a repasar todas las anécdotas que pude hasta que me di cuenta de que precisamente estaba haciendo lo que mi “yo” del futuro o, dicho de otra forma, del presente, me había obligado a aceptar: Caminar por la paranoia. Y, lo peor de todo, es que lo hacía porque lo deseaba, seleccionando aquellas aristas especialmente agónicas para que se clavaran al traspasarlas. Las verdades que le echaban en cara nunca eran sinceras del todo, ni existía una verdad inamovible sin el factor tiempo. Comenzó a perderse en sus pensamientos.

– El terreno desértico presuponía la existencia de una antigua ciudad que hace tiempo que dejó de ser una ciudad desértica. Una risa infinita alargándose entre las partículas de viento se agarraba al brillo desigual de la luz del ¿sol? Sus pies sin piernas, sus brazos abiertos como si llevara una capa forzaban a su cuerpo a adquirir la forma de una V invertida. Toda esa velocidad ignorante de los agujeros de la calzada dejando tras de sí a una cabeza a la que le habían robado la mirada. A punto de cometer un error imprevisible, fatal.



Úrsula, Barcelona.

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