Hace un tiempo, una tarde como
cualquier otra, estaba yo sentada frente a mi ordenador y se abrió de repente
una ventana de chat: era mi compañera de piso, desde su habitación, a menos de
diez metros de distancia, preguntándome si hacía falta comprar algo. Me reí. Me
hizo gracia que fuese tan vaga como para no levantarse de la silla, y que
prefiriese utilizar las tecnologías para saber si necesitábamos papel
higiénico. El problema surgió cuando se empezó a convertir en una costumbre.
Así, había días que ni siquiera cruzábamos palabra cuando coincidíamos en la
cocina, pero después nos contábamos nuestras batallitas diarias por chat.
No sé en qué momento empezó la
deshumanización en las relaciones sociales. Cuando yo me di cuenta, estaba tan
arraigado que no había posibilidad de vuelta atrás. No sé cuándo un “ya
hablaremos” comenzó a significar “te mandaré un WhatsApp” en lugar de “te llamo
un día de estos”. Ni cuándo felicitar a alguien por su cumpleaños comenzó a ser
sinónimo de “escribir en su Muro”. Tengo amigos cuya voz hace meses que no
escucho. No hablemos ya, de ver sus
caras.
No nos engañemos: las nuevas
tecnologías no acercan a las personas. Más bien establecen una relación entre
nuestros mini-yos, nuestros avatares cibernéticos, dentro de ese incierto y
extraño mundo que es Internet. Cualquiera que piense que Yo equivale a Mi
Perfil de X Red Social insulta gravemente a la inteligencia de cualquiera y
pone de manifiesto su completa ignorancia sobre lo que constituye el ser
humano. Yo no soy un nombre falso, ni una cita de cierto poeta famoso, ni una
foto de perfil, ni un enlace a una canción de Nirvana. Yo soy un gesto
inseguro, una muletilla al hablar, una forma determinada de apartar el pelo de
mi cara. La curva de unos labios. El caminar parsimonioso. Yo soy eso, y soy
mucho más.
Pero aquí seguimos, empeñados en
relacionarnos de manera ficticia. Mandamos solicitudes de amistad, degradando
completamente el significado de la palabra amistad. Seguimos a personas cuyas
opiniones nos parecen interesantes, cuando en realidad no solo no las
conocemos, sino que no conocemos la realidad de sus opiniones. Estamos tan
atentos a todo lo que sucede dentro de nuestro teléfono móvil que nos perdemos
lo fundamental: todo lo que pasa fuera de él. Es decir, la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario