miércoles, 14 de diciembre de 2011

Redes Sociales


Hace un tiempo, una tarde como cualquier otra, estaba yo sentada frente a mi ordenador y se abrió de repente una ventana de chat: era mi compañera de piso, desde su habitación, a menos de diez metros de distancia, preguntándome si hacía falta comprar algo. Me reí. Me hizo gracia que fuese tan vaga como para no levantarse de la silla, y que prefiriese utilizar las tecnologías para saber si necesitábamos papel higiénico. El problema surgió cuando se empezó a convertir en una costumbre. Así, había días que ni siquiera cruzábamos palabra cuando coincidíamos en la cocina, pero después nos contábamos nuestras batallitas diarias por chat.

No sé en qué momento empezó la deshumanización en las relaciones sociales. Cuando yo me di cuenta, estaba tan arraigado que no había posibilidad de vuelta atrás. No sé cuándo un “ya hablaremos” comenzó a significar “te mandaré un WhatsApp” en lugar de “te llamo un día de estos”. Ni cuándo felicitar a alguien por su cumpleaños comenzó a ser sinónimo de “escribir en su Muro”. Tengo amigos cuya voz hace meses que no escucho. No hablemos ya, de ver sus caras.

No nos engañemos: las nuevas tecnologías no acercan a las personas. Más bien establecen una relación entre nuestros mini-yos, nuestros avatares cibernéticos, dentro de ese incierto y extraño mundo que es Internet. Cualquiera que piense que Yo equivale a Mi Perfil de X Red Social insulta gravemente a la inteligencia de cualquiera y pone de manifiesto su completa ignorancia sobre lo que constituye el ser humano. Yo no soy un nombre falso, ni una cita de cierto poeta famoso, ni una foto de perfil, ni un enlace a una canción de Nirvana. Yo soy un gesto inseguro, una muletilla al hablar, una forma determinada de apartar el pelo de mi cara. La curva de unos labios. El caminar parsimonioso. Yo soy eso, y soy mucho más.

Pero aquí seguimos, empeñados en relacionarnos de manera ficticia. Mandamos solicitudes de amistad, degradando completamente el significado de la palabra amistad. Seguimos a personas cuyas opiniones nos parecen interesantes, cuando en realidad no solo no las conocemos, sino que no conocemos la realidad de sus opiniones. Estamos tan atentos a todo lo que sucede dentro de nuestro teléfono móvil que nos perdemos lo fundamental: todo lo que pasa fuera de él. Es decir, la vida.





No hay comentarios:

Publicar un comentario