jueves, 12 de enero de 2012

Novedades

Eres nueva. Lo nuevo tiene el mágico efecto de llamar la atención. Pero también tiene el riesgo de que sólo pueden darse dos opciones: o caes bien a la primera o tendrás que luchar mucho para ello. Es difícil elegir de qué lado quieres estar y la verdad es que no es a ti a quien le corresponde dicha decisión. Tú sólo eres como eres y como no sabes ser de otra manera, pues no hay otra salida.

Lo único que puedes hacer es intentar ser  íntegra en la medida en la que el entorno te lo permite. Cuando empezaste el instituto, allá en la época del acné y los cambios de voz, tenías que llevar ropa guay y hacer unas cuantas tonterías. Claro que en ese momento de tu vida prácticamente se trataba de sobrevivir y ahora ya sabes que nadie se muere por caerle mal a otro alguien… Pero este juego ahora tiene otras reglas.  No te sirve el truco de la ropa y tampoco el del peinado. Fumar ya no es políticamente correcto y según dónde te metas tampoco  es un acto social. Te quedan la conversación y los modales. Por conversación se entiende que cuando alguien te habla seas capaz de contestarle de manera fluida y que pasados cuatro días ya no se te salten los colores para iniciar tú un intercambio lingüístico. Por modales quedan descritos el tono, la velocidad y el registro idiomático que usas. Vamos, que si un jefe te pregunta qué tal el fin de semana, no le digas pues me agarré un tajadón de la hostia y no veas  qué manera de echar la pota el sábado.  Puedes adorarlo con una sonrisa, encogerte de hombros y limitarte a decir bien, con los amigos un rato, a ponernos al día, que ahora ya no nos vemos tanto.

Luego, cuando llegues a casa, pensarás pero quién me mandaría a mí ser tan seca, joder, si él sólo estaba intentando ser simpático. Pero al día siguiente te haces la simpática tú y parece que tampoco estaba bien hecho. Plan B: el magnánimo silencio que precede al bueno, yo es que soy nueva. Así un día y otro, donde fueres haz lo que vieres y qué pensará esta gente de mí, yo que voy más perdida que un pulpo en un garaje y no se hacer la O con un canuto. Y como cada vez que empiezas algo nuevo, la suma de los días se te sale de la cuenta y a lo que te quieres enterar ya no te sirve este recurso. Más bien, es que ni siquiera quieres usarlo.

Porque un día te levantas y no es a ti a quien le dan las collejas en el pasillo, sino que eres tú quien reparte el bacalao. Lo malo es que a eso también hay que aprender, pero por algún diabólico motivo, es mucho más fácil. Será porque ya sabes lo que se siente, y te das cuenta de que, realmente, no era para tanto. Miras al nuevo y piensas ahhh, así que era así como me veían a mí. Quizá te sorprenda el descubrimiento. Ahora deja de mirarte el ombligo, anda, que a los nuevos tampoco se les da tanta importancia.

Natalia Pérez Cameo, Zaragoza, enero de 2012



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