lunes, 16 de enero de 2012

Ruido

La voz se escapa entre las líneas.

Voces que deberían hablar de algo se encuentran ocupadas en callar. Las hemos ocupado en no hablar de aquello que no se quiere escuchar. Aquellas voces que querían vivir la vida en lugar de ganársela. Voces que leían entre las líneas en lugar de huir de aquellas bocas que callan.

Vergüenzas que se avergüenzan.

Hombres calvos que solo tienen que pasarse el peine a la cartera. Carteras que dictan discursos desde dentro de párrafos que se encuentran escritos por todas partes. Escritos con tinta de capricho y de supervivencia allá donde los ojos puedan leer. Para que sea menester de todos leerlos y aspirarlos.

Primeras planas a todas horas.

Excesos de trabajo que exudan plusvalías.

Discursos que escuchados justifican lo injustificable, cualquier modo vale te repiten. Sálvese quien pueda, hasta machacarte la ilusión. Parafernalias en las que se perdieron las entrañas de la voz.

Escritos que trabajan desde el cinismo monetario. Defensores de una razón que suprime el pensar y devasta la esperanza y lo convierte en paramos de trabajo. Donde sembrar pensamientos que huelen a verdad. Los mismos que te llamaran pornógrafo por creer en lo que haces, serán los que no dudarán en engañar a sus parejas. Las agallas del valor y la vida real las disolvieron en esas tintas que promulgan un silencio sempiterno.

Silencio que no tolera emociones ni heroísmos.

¿Vas a creerte ese silencio?

Levanta las cejas de incredulidad.

Alza esa voz que se te ha olvidado que puedes tener.

Una voz que no cree en los guardianes de la verdad. Que encuentra anatemas esos discursos.

Voces que no habitan en ningún lugar concreto, pero que se atreven a huir de la esclavitud de esos discursos atreviéndose a denunciarlos. Que se atreven a fallar, que buscan encontrarse a sí mismas, que disfrutan de sus raíces, voces que tienen principios, voces que ríen a carcajadas, y que se atreven a pelear.

Esas voces torpes, como solo el contexto y la sinceridad saben serlo.

No es el ruido el que domestica el silencio. Porque al final son las palabras que dices las que se oyen. No dejes que sea su silencio el que se apodere de ti. Las masas ruidosas son peligrosas para los que perdieron el pelo en sus estreses. Más peligrosas para todos son las muchedumbres silenciosas que defienden el silencio de otros.

Hace falta muy poco para romper el silencio.

Tan sólo una voz.

La que se te ha olvidado que tienes. La que han intentado domesticar a base de “bien” de dogmas y trabajo duro. Acallada a través de tantas promesas para que ese silencio que tanto trabajo les ha costado construir, no lo puedas destruir.

Te intentarán tirar al suelo.

Que no puedan impedir que te levantes.

No dejes que te callen.


Gabriel Jiménez Andreu, Zaragoza, 2012



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