domingo, 13 de mayo de 2012

Libido y banalidad


Celibato y ladillas


La palabra. La palabra como excusa, como antifaz. Fría y banal la mayor de las veces. Aleja de lo fisiológico. Acerca a la mentira. Sin embargo guía hacia el calor, resguarda. 


Estaba anocheciendo y se sentía ingrávito. Gran sensación cuando la plomada de los pies se transforma en corcho y sales a superficie. Hoy, ahora, con la espalda apoyada en la ladera sureste del iceberg. Borbotones de sangre asmática abonada con corticoide  le regaban el cerebro, acelerándole el alma. 


Cruzo el umbral de la puerta de la calle, rumbo al bar, con la libido desorbitada. Parece que por fin la primavera surge efecto. Ojos pardos se cruzan con los suyos por la acera, huidizos, temerosos de un contacto directo con otros ojos, temerosos de un contacto sin esterilizar.


Y en el bar los camaradas. ¿Qué tal, como va? Camarera un pacharan. Vamos a quemar hasta el último gramo de lo que tengo en bolsillo.

Con los dedos aun pegajosos de hachís se rasco graciosamente los pelillos del bigote.
Se sentía extraño entre tanta gente. Los miraba, ajeno, como desde detrás de una pantalla de cine.
Veía sus bocas en constante abrir y cerrar, dientes, mandíbulas desencajadas, lenguas subiendo y bajando enfrascadas en conversaciones vacías, tapaderas para evitar el silencio incomodo. Mejor callar que caer en la banalidad, pensó. En fin. Camarera, un pacharan.


Las luces follando con el aire enrarecido del bar creaban cintas gelatinosas, como tiras de confeti. Cambiaban de color y se desvanecían seduciendo las pupilas dilatadas del observador. Pero no solos las luces seducían esas pupilas de ratón. Curvas perfumadas apuñalaban sus retinas. Piernas, cinturas, bocas rojas llamando a la acción. Sus risas, sus bailes. Toda la libido empezó a concentrarse en el mismo punto de su cuerpo, haciéndose notar.


Camarera un pacharan.


Apoyo la espalda en la barra y empezó a seguir las siluetas que bailaban ante el. Cuencas llenas de ojos vacíos en medio de todas esas caras, demasiado grotescas. Demasiado sobrio para bailar, demasiado tímido para entablar conversación. A la mierda, mas vale celibato que ladillas.


Camarera otro pacharan. Se dio cuenta de que tenia que dejar de repetir la misma frase una y otra vez. Empezó a reírse de la situación. 


Poco a poco sus pies iban perdiendo densidad, como si estuviese danzando sobre una piscina de canicas de zinc. Ahora su boca estaba desatada, contagiada de verborrea, y empezaba a escupir todas las palabras que guardaba dentro desde hacia tiempo. El, hombre de poca prosa y menos verso,  iba acumulándolo palabras durante el día, para soltarlas todas juntas en el momento indicado.


Todos traemos un pesar desde la cuna,  como dedos apretándonos la sien. Es la marca de Caín en nuestra frente. Sin embargo estos dedos habían perdido su fuerza por hoy y le dejaban respirar ensanchando bien la espalda.


Y ahí estaba ella, con esos ojos vivarachos, sin dobles fondos. Con esos hoyuelos en las mejillas, esos que se marcan cuando ríes de verdad.
De repente la nariz contra su sien, muy cerquita, que le oiga respirar, que le queme con aliento. Palabras entrecortadas. Manos furtivas. Humo denso en las dos bocas, limón y sal. Besos en el portal. Bragas rosas y lunares escondidos. Libido, mucha libido. 


Mas vale ladillas que celibato.


El sol de las cuatro de la tarde lo despertó, con un dolor de cabeza menos malo que el vació del otro lado del colchón. Ya no era ayer, sino mañana. Solo quedaba de ayer su olor en la almohada, un despertar con meada desviada hacia la tapa del váter y la cortina de la bañera y 12 gramos menos de amor en el cuerpo.


Y después, nada.




Mr. Brown, Zaragoza, Mayo 2012






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