domingo, 7 de abril de 2013

La mística (del/sin) WASP. Revolutionary Road


Con Take Shelter (2011) y Martha Marcy May Marlene (2011) se ha marcado el mapa de la enfermedad. Carteles de advertencia que eviten el contagio en el viaje que se lleva a cabo con Savages (2012), allí donde la entrada de “extranjeros” al paraíso yanqui se experimenta como algo violento, capaz de provocar la fuga –no sin antes luchar y dejar bien claro quién sigue mandando– de aquellos nativos WASP interrumpidos de su sueño edénico, los cuales se mueven a lugares periféricos donde seguir reinando sin molestias contaminantes –los reyes del mundo de la globalización– o a extinguirse en paz. Elección que depende de la buena fe del/a espectador/a.

Sin embargo, con Revolutionary Road (2008) nos enfrentamos ante un panorama distinto. Así, cabría preguntarse acerca del porqué de la adaptación cinematográfica de esta obra literaria 47 años después de su publicación. La primera opción señalaría que la resurrección de esta narración del “género suburbial”, crítico con la cotidianidad hipócrita y carcelaria del American Dream, plagado de puntos ciegos y muerte, vendría a complementar el tríptico anterior recordándonos que no debemos mirar con nostalgia a un pasado atestado por los fantasmas, en el que la locura ya era la única opción viable. Aquella cadencia que ha provocado los tics nerviosos analizados los anteriores meses.

Pero hay algo más oculto en esta actualización capaz de rescatar algo de valor sólo atisbado tras una serie asimétrica de rodeos; una mínima y tímida potencialidad o, si se prefiere, virtualidad, latente y olvidada en la tradición usamericana e, incluso, patriarcal. Una vía por desenterrar que ofrece una afirmación, eso sí, dubitativa, frente a los devaneos (auto)destructivos que hemos recorrido hasta ahora: –acaso– un proyecto de feminidad sin géneros.

When I hear that whistle blowin'

Como se ha comentado, el film Revolutionary Road nos sitúa ante la triada que proporcionó la base del American Dream durante la segunda mitad del siglo XX; esto es, el relato situado en los felices años 50, momento de esplendor de la potencia americana, a través del cuerpo del buen WASP joven, rubio, de ojos azules, buena complexión física, rasgos amables, liberal[1], suburbial marido y padre modélico; el cual, desde la base de la sociedad en tanto simple man –soldado, estibador, cajero de noche, empleado de white collar– es capaz de alcanzar todos y cada uno de sus sueños; un sendero revolucionario nunca antes viable. Sin embargo, en esta película la astenia de este último eje va a tirar del segundo y, por ello, del primero, derribando los cimientos del mito USA.



Así, Frank Wheeler, nuestro co-protagonista –o, como se verá, antagonista–, posee todos los atributos positivos para alcanzar una felicidad que, si nos atenemos al entrecruzamiento de los planos, se parece demasiado a aquellos síntomas denunciados como alienación moderna –el tren repleto de corderos semejantes, intercambiables, que van al matadero; el trabajo de color losa mediocridad que obliga al alcoholismo; el hogar asfixiante en su blanco impoluto[2]–; a los cuales este Estados Unidos añade un factor fundamental de su propia cosecha: La gran oferta en serie de estereotipos, el juego de disfraces o, en palabras de April, de mentiras[3] –poder ser el amante, el individuo libre, el soñador, el líder, el trabajador pusilánime, el padre de familia...[4]– recorriendo así el rango de lo posible que marca la misma publicidad. Entonces, este sistema produce un personaje, el de Frank, en el cual el deseo no tiene contenido, donde el placer que experimenta no viene determinado por un salto cualitativo hacia otra personalidad, sino que consiste en el movimiento mismo entre estados impostados –ahora amante, ahora soñador, etc.–. Sueño americano que no tiene nada de tal[5] y que codifica lo “especial” o “excepcional” de Frank[6] en su capacidad para moverse a más estados estereotípicos y reversibles en un ritmo más rápido que el resto.

En este sentido, es pertinente señalar que Frank es un personaje entendido como exterioridad pura trascendente, pues en ningún momento existe una potencia interna que le lleve a tomar decisiones propias, sino que se ve zarandeado por los acontecimientos exteriores –el aumento del salario, la ilusión de la mujer, la paternidad, la mediocridad de su padre...–. Su planicie le lleva a transitar una miríada de posiciones sin que haga suya ninguna, siéndole impuesto cada giro dramático. No obstante, en este movimiento infinito existe un rasero último que establece una jerarquía capaz de anclarle en una imagen clara del éxito y provocar la tragedia en el film: el Hombre WASP, la necesidad de ganar el respeto de sus semejantes[7], de los que depende el dinero, la familia y los bienes de consumo –y no al contrario, aunque pueda parecer lo más lógico–.

Desde allí se puede afirmar que existe una evolución en Frank, la podredumbre de un progreso  en el que sí hay diferencia y, como hemos visto, movimiento especial; de estibador a pieza importante en una gran empresa de computadoras. Por el contrario, donde no hay cambio es en el progreso individual ya que no existe una persona con un núcleo interno. De esta manera, podría decirse que la mueca de Frank al final del film es un sollozo de incomprensión[8] pues para él no tiene sentido un adelante y un atrás como cortes insuperables. Situación sintetizada en el memorándum que susurra, pausadamente, “saber lo que tenemos, saber lo que necesitamos, saber de lo que podemos prescindir: Eso es control de existencias”. En el cual su existencia –o, más bien, existencia bajo control– se resume en un ejercicio de suma cero en el que al presente (lo que tenemos) se le efectúa una adición (lo que necesitamos) para inmediatamente ejercerle una sustracción (lo que podemos prescindir), devolviéndole al punto inicial, sin arriesgarse a una vida salvaje de adicciones, al acto radical de disolución resistente o, incluso, al esfuerzo por el disfrute de un presente estable; eligiendo, por contra, la reversibilidad absoluta[9]. Frank no es nadie o, mejor dicho, nada, pues todo le viene de fuera, habitando estereotipos cuyas preferencias están regladas por la ley del WASP.




Sin embargo, cual juego de muñecas rusas, Frank todavía posee más dimensiones que exigen continuar con el análisis. Si hasta ahora tan sólo lo teníamos como un mero estereotipo –o como una serie de ellos–, es en la cotidianidad del hogar donde adquiere el rasgo arquetípico, transformando al buen WASP en el mal amante[10]. Introduciendo, como vemos, el concepto de “maldad”, aquél que convierte la vida de su mujer en un infierno a través, básicamente, de dos estrategias: Machacar sus sueños más allá del Hogar[11] y hacer de menos su papel dentro del Hogar[12]. Conduciendo ambas hacia la locura, virtual y actual, de su mujer[13] y, con ello, al rasgo más sobresaliente de este personaje mediocre que se acaba de revelar como antagonista del film, oponiéndose al desarrollo de April. Desde esta perspectiva se podría señalar cómo al final del film gana el mal entendido como sufrimiento, pero no el malo –pues no lo es deliberadamente, no actúa con mala fe sino que se comporta de manera racional–; siendo la historia de uno o varios fracasos que se dan a modo de un naipe derrumbándose. Es decir, nos encontramos ante una problemática no psicológica sino estructural en la medida en que la resolución de los problemas están determinados por la organización social y no por la psicología individual, metáfora literal bajo ese final en el que se reinicia la historia con nuevos vecinos, como si de una haunted mansion movie se tratase[14].




Pero a todo lo dicho, aún hay que añadir una nueva faceta al personaje de Frank que lo hace cuasi-trascender de la categoría de arquetipo, tendiendo hacia el límite del prototipo, del personaje único, sin alcanzarlo nunca. Personalidad oculta tras unos rasgos de infantilismo[15] que, no obstante, en su misma dinámica producen un chirrido señalando algo averiado. Esto es, la tradición americana del adulto-infante –con El guardián entre el centeno como buque insignia atravesando a Pynchon, Updike, DeLillo, etc.– define unos personajes generalmente violentos que se caracterizan por su hacer, por ese fuego interior rugiendo libertad. Al contrario, Frank, sin llegar a la etapa mentalmente adulta, parece paralizado, incapaz de realizar un movimiento centrífugo que, aunque no tenga éxito, ponga en marcha desde sí mismo una maquinaria contestataria sólo visible en ese echarse a correr tras la llegada de lo irreversible debido a la muerte de una April mucho más cerca de esta caracterización –quizás por ello es la protagonista–.

Entonces, debemos atender a aquello que también se da y hace que este rasgo señalado no se desarrolle sin achacarlo simplemente a la cuestión vista anteriormente del deseo sin contenido, evitando finalizar la discusión con un mero “es uno más”. Frank posee una cierta feminidad o sensibilidad, liberación sin violencia, latente en un cuerpo, el del hombre, con la libertad suficiente para desarrollarla; excepcionalidad que no llega a desplegarse pero que quizás y sólo quizás sea lo que en algún momento April vio realmente; aquella verdad sepultada entre mentiras, desbordándose por las frecuentes y extrañas lágrimas de Frank[16] y ese “yo no encajo en el papel de marido de las afueras bobo e insensible” que parece empeñado en refutar a lo largo de los minutos. Todo ello sin que este ápice de feminidad resulte paradójico puesto que, como se ha señalado, Frank es un mal amante pero no es malo.

Tradición muda, incapaz de explotar en el suelo americano que yace sobre la superficie del plano final de Frank, en la que sus lágrimas retenidas sólo nos permiten especular su posibilidad, sugerirla sin poder mostrarla –como el film ha hecho a lo largo de su metraje–. Juego de muñecas rusas en las que, como se ha visto, la elección de una no implica la exclusión de las demás. Ahí donde la presencia de la última muñeca que, como tal, se define por su ausencia, por ser el límite invisible que marca el fin del juego, susurra toda una línea oculta y abandonada –como lo será otra algo diferente pero nada invisible, la de la contracultura de los 60– en favor de la mística del WASP, lógica que ha llegado hasta nuestros días independientemente de la forma y del color del cuerpo.



Sergio, United States Minor Outlying Islands, Marzo 2013






[1] Véase la secuencia inicial en la fiesta en la que Frank y April se conocen, donde, cosa inusual, aparecen negros bailando, disfrutando la fiesta junto con unos WASP que coquetean con la universidad y el arte.
[2] No es entonces casualidad que durante mucho tiempo, quizás hasta Blade Runner, gran parte de la ciencia ficción distópica mas comercial se situara en espacios blancos (por ejemplo, THX 1138 o Logan’s Run).
[3] “Nadie olvida qué es la verdad, Frank. Sólo nos volvemos más diestros mintiendo”.
[4] En este carácter serial habría que plantearse si el artículo determinado “el” no debe más bien sustituirse por el indeterminado “un”.
[5] Frente a la cuestión de su mujer April que se inscribe en coordenadas muy diferentes. Así, la frase que pronuncia April a Frank (“Por primera vez en la vida tendrás tiempo para averiguar lo que realmente quieres hacer”), debe entenderse como dirigida hacia sí misma, hacia un deseo muy diferente al de Frank que no necesita rellenar nada.
[6] Una correcta formulación sería “de Frank y April”, pero este segundo término sólo existe en tanto unidad subsumida al primero, a Frank, al marido.
[7] Ya en la primera secuencia con el jefe, Bart Pollock, se escenifica cómo a pesar de sus planes de fuga, Frank se muestra nervioso ante la opinión que pueda tener el “gran WASP”. En la segunda secuencia, durante el almuerzo, se observa cómo Frank no odiaba tanto el trabajo de su padre por lo que hacía o por el dinero que ganaba sino porque no era reconocido por los suyos: “-¿No te acordarás de un tal Earl Wheeler, de Yonkers? -La verdad es que no.¿Un familiar tuyo? -Mi padre. Trabajó como vendedor en Knox durante casi 20 años. -Earl Wheeler... Earl Wheeler. -Es normal que no lo recuerdes”. En este sentido, no debe entenderse su satisfacción tanto como una superación a su padre –entonces habría luchado por ese ascenso y no habría sido una casualidad- como porque él es reconocido por el gran jefe blanco.
Asimismo, el embarazo de April como motivo para quedarse es solamente una excusa que intenta enmascarar su satisfacción mundana, poco especial, por el ascenso.
[8] Interpretación que será discutida en posteriores líneas.
[9] Esto se expresa claramente en la imposibilidad de su silencio, en la necesidad de arreglar al instante siguiente peleas y discusiones, enterrar con buenas palabras los malos gestos, no aceptando la amenaza de la ruptura irreversible en ningún aspecto de su existencia. Del primer “April, cariño, vamos a hablarlo, ¿vale?” a la explosión en la discusión final que April intenta zanjar con un “¿No hay forma humana de hacerte callar?”.
[10] En este caso sería el mal marido, pero considero conveniente introducir un rango superior, el del amante que lo abarca, permitiendo reunir en él todas esas actitudes visualizadas a través de un feminismo que tiene, en esos años, a Betty Friedan como una de las críticas destacadas del white-american way of life.
[11] Esto ya se da en la primera conversación mutua en “tiempo presente” de la película –“Bueno, creo que no ha sido un triunfo ni nada parecido”. Por supuesto, la negativa final a mudarse a Paris –desviada en la cuestión del aborto– es el ejemplo más claro.
[12]  El ejemplo por excelencia se da al principio del tercer acto en el idílico almuerzo entre Frank y April. Él, al explicar la superioridad y excepcionalidad de su nuevo trabajo –subrayado por ella con un tono que se encuentra entre la ironía y el automatismo de aquella que agoniza–, dibuja sus bocetos en una servilleta que después la mujer tendrá que limpiar, como si esto no requiriera trabajo alguno.
[13] El siguiente monólogo resume esto: “April, una mujer normal, una madre sana normal, no compra un tubo de goma para abortar y poder así vivir una maldita fantasía. Mira, yo sólo digo que no pareces razonar como es debido en todo este asunto. Y creo que debemos buscar a alguien que te arregle a recobrar el juicio [...] April, si necesitar un loquero se pagará, obviamente”. No es de extrañar entonces que, en esta difuminación entre realidad y fantasía, en las escenas finales donde ella corre por el pequeño bosque junto a su casa, la cámara nos devuelva unas secuencias cercanas al onirismo, como si estuviéramos en una película sobre brujería.
[14] Así la casa aparece como algo mayor, que dirige la vida de las personas que la habitan; la maldad parece efluir desde allí.
[15] Desde una aproximación a la II G.M. más propia del camping que de la pesadilla –cuestión que recuerda a otros films ambientados en aquella época como Un extraño en mi vida–, a la incapacidad para controlar sus nervios –véase la secuencia del coche o con John, el hijo loco de los vecinos– pasando por la forma en la que lo trata su mujer/madre –“Eres lo más hermoso y maravilloso del mundo. Eres un hombre”; “¡Eres un crío patético y un pobre iluso!”; etc. siempre manteniendo esa anunciación acusativa con la que se educa a los niños– o incluso la confesión de la infidelidad como chiquillada sin importancia.
[16] Frente a la dificultad de April para llorar, pues elige la vía WASP, la de la acción, irreversibilidad que acaba en violencia –aquí automutilación y suicidio-, los planos de Frank sollozando, con lágrimas en los ojos o a punto de llorar se apilan a través de los minutos. Véase, por ejemplo: 00:25:15, 00:29:29, 01:25:55...

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