domingo, 3 de noviembre de 2013

Brothers (II). The Master

    Continuamos este mes con la sección Brothers allí donde las huellas de Frank todavía calientan el asfalto, como si el shock de las dos guerras –la II Guerra Mundial y la de Vietnam– propiciaran un suelo liso capaz de situar The Master (2012) a modo de continuación o, al menos en sus paralelismos, deformación de la historia de The Indian Runner (1991) bajo los pies de Freddie Quell[1]. Aberración morfológica que, en este caso, deja el pueblecito para inmiscuirse en el mundo de las sectas y los alienígenas propio de una subtrama pynchoniana; marcando el paso de una película con temática contracultural –la belleza del outsider– a una, en cierta medida, punk –la indiferencia de éste a quedar aprisionado ante la belleza de los planos.

    Debido a alguna sugerencia y a la falta de tiempo propia del otoño, este texto va a intentar ser lo más sintético posible[2], aun a riesgo de dejarse una importante cantidad de matices durante el camino. Y más en una película que funciona con el lenguaje del enigma. Así, la aproximación a ésta se hará de manera lineal, siguiendo la estructura clásica de los actos, incluso sabiendo que las trayectorias que dibujan los personajes de esta película harían palidecer los sueños de un geómetra[3], dejando a Frank a la altura de principiante o, como se sugirió, de un niño. Por los mismos motivos, las siguientes líneas pasarán de puntillas por aquellas cuestiones que trasciendan nuestro tema principal, dejando así de lado reflexiones sobre las sectas, el papel de la religión y su relación con la comunidad, etc.


All shadow gray, and moonbeam white. And you lie alone tonight, as alone as I.
The night has gone so gray, I'd lose the way, and it's dark inside. No, I must lie alone.


    La primera secuencia, con unos gigantescos planos que aúnan la belleza de la naturaleza paradisiaca con el dominio humano de ésta mediante la tecnología, a ritmo de cuerda, deberían transmitirnos paz, calma, incluso un cierto éxtasis místico, trascendente. Pero algo falla, la música torna en un golpeo molesto y repetitivo que apunta hacia algo insano, una podredumbre a juego con los tics de aquellos que pasan desapercibidos en el juego dialéctico entre naturaleza y tecnología; las personas.

    Qué ha fallado, qué ha fallado, qué ha… dónde nos hemos metido para acabar en una isla de locos. 1945. Cuando los actos van más allá de lo esperable y el chiste se sobrepasa a sí mismo dejando de hacer gracia o acabando en una carcajada histérica; lo mismo es –el relato de cómo deshacerse de los piojos y el encuentro sexual con la mujer de arena que comienza como broma y acaba como descontrol[4]. No es casual que su contraplano sólo pueda ser las entrañas del acorazado, donde los cuerpos maman de su vientre, embriagados por la química que recorre el interior de los misiles. No hay rastro de nada humano en el pulular de unos primates producidos por la tecnología.

    En teoría, este desmembramiento de la vida en animalidad y técnica se daría exclusivamente en el estado de excepción que es la guerra. Una vez acabada, el ejército tomaría la tutela de los licenciados, velando por su higiene y seguridad –en un momento donde la salud mental ya forma parte de este programa, pues la mente también se ha tecnologizado[5]. Por supuesto esto no es más que una pantomima, a sabiendas de que el modelo que se va a exportar a los civiles va a ser el de los militares y no a la inversa, aquel que en la cotidianidad de Freddie provoca que la voz se retuerza imitando a un cuerpo que funciona por espasmos; sacudiéndose los intentos de ser reducido a un folletín audiovisual hollywoodiense de la época. Por ejemplo, la relación de Freddie con la pelirroja del centro comercial nos recuerda a una comedia romántica. Pero esta ilusión se rompe en el momento en el que comparten la “bebida química”, se besan y ella se quita el sostén enseñando sus pechos. Quizás, la pelea con el cliente fotografiado que lo lanza a vagar por el corazón de estados unidos nos dirija a una película con matices hipster. Tampoco; la huida provocada por el envenenamiento de un anciano del campamento frustra la realización de ese género. Cada uno de los personajes que va dejando atrás no vuelve a aparecer.

    Freddie corre como Frank; y lo hace en soledad. Aunque ya no vemos la infantilidad del segundo en los trazos del primero, acaso porque al alcohol y la violencia se hayan adherido el sexo –obsesión de la que Frank, como niño, no participaba, inscrito todavía en la monogamia. Pero… ¿existe alguna historia que pueda frenarle o estamos ante el movimiento esquizofrénico de Frank una vez que no puede volver al pueblecito? El barco zarpando con la bandera de Estados Unidos ondeada, recordando al navío de guerra, nos hace sospechar que ya no hay lugar en tierra para él[6].



    Entonces Freddie topa con Lancaster Dodd[7], el nuevo renacentista: Escritor, doctor, físico nuclear, filósofo teórico… pero, como dice, por encima de todo un “hombre”. La primera sospecha de que estamos ante un vendehúmos, pues Freddie y sus brazos cruzados saben bien que ese Hombre ya no puede darse. Mucho menos cuando viene envuelto en galones de poder, autodenominándose como comandante del barco ante el que Freddie, mero marinero, debe responder. Dodd se da cuenta del fracaso de su órdago e inicia otra táctica, la de la persona cercana, infrahumana. Primero señalando que son parecidos, luego con un cumplido que lo sitúa por detrás de Freddie[8], después metiéndole un poco de caña al llamarle sinvergüenza con un tono festivo, capaz de hacer reír a su interlocutor. Por último le pregunta por la bebida que fabrica, otorgándole el bastón del conocimiento. Por fin alguien le valora; es la primera vez que vemos a Freddie –relativamente– desactivado.

    La táctica ha parecido funcionar y bajo la apariencia de una gran familia que se puede encargar de aquello de lo que el Ejército no ha sabido cuidar –y por lo tanto, siguiendo una lógica perversa, el Gobierno y, por ello, la Sociedad–, las sectas florecen en tiempos revueltos[9]. En ese punto donde lo racional y lo irracional –una vez más lo animal y la tecnología (alienígena en este caso)– se entremezclan en una era en la que optar por uno de los extremos significa seguir estando dentro; tal será el motivo del psicoanálisis aplicado, la publicidad[10]. Así, una nueva película se muestra ante nuestros ojos, la de la historia del ascenso de La Causa, una organización “ético-metafísica”, a través de la visión de uno de sus adeptos, un individuo débil en su desarraigo reconvertido en un mero matón al servicio de una estructura familiar vertical[11].

    Esto es lo que nos sugieren los primeros minutos de metraje, cuando Peggy –la mujer de Dodd, el poder en la sombra– le dice a Freddie que inspira él a Dod, con un tono que no parece nada casual sino, más bien, causal –como la secta–, provocando que Freddie se relaje. De la misma manera que la arenga que da Dodd sobre un dragón al que le va a echar el lazo y educar para que se tumbe boca arriba, parece referirse directamente al destino de Freddie, un futuro peón más de la estructura. Aunque para ello se le exigirá una condición –como le exhortan al convidarle a la boda de la hija introduciéndole instantáneamente en la familia: Sus recuerdos no están invitados. Nada de un pasado lo suficientemente rebelde, sólo un presente moldeable, sin sustentos.

    Hasta aquí la relación de la película con esta sección resulta algo confusa, ¿será Dodd el hermano mayor que, como dice, intenta curarlo?, ¿o funciona más bien como un padre que cuida de su rebaño? Si seguimos lo dicho en The Indian Runner, ambas opciones son similares dentro de un pueblecito en el que también parecen habitar los personajes de The Master siempre que Dodd educa como un perro a Freddie, haciéndolo sujeto de unos experimentos que no difieren de los testados en animales de laboratorio. Por ejemplo, el primer experimento mentalo “terapia” que debe realizar Freddie sin parpadear no pasa por curar, ni por un primer ocultamiento de las causas de sus problemas sino por un apresamiento que define y, en cierta medida crea, una personalidad más o menos fija. El flujo resistente y esquizofrénico de Freddie queda envuelto entre la distancia que separa a un de un no, proponiendo una imagen del yo estable y, por ello, controlable[12] –de ahí que ahora sí le haga evocar el pasado, pero éste ya no será autónomo sino que ha sido atado al presente, al entramado que constituye el resto de las preguntas.

    Claro, hay algo más. Se capta en ese vínculo que hace que la pregunta de Dodd a Freddie acerca de dónde se conocieron deje de ser simplemente táctica o retórica, cobrando posteriormente una importancia crucial. También en las risas ante la pregunta de si forma parte de alguna asociación comunista o marciana. Freddie queda prendado de un Dodd como cuentacuentos; de la imaginación sin límites más que del contenido mismo de unas historias que toma a broma para esquivar el aburrimiento que supone seguirlas al pie de la letra. Dodd es un creador, un inventor, que comparte una vitalidad semejante a la de Freddie pero situada en otros desplazamientos. Porque, como sabe Freddie, Dodd no es otro ciudadano Kane que desea el poder aun a costa del aislamiento. Él no puede desvincularse de su rol de predicador y sus gestos seductores, pues es un creador verbal, al que, en el fondo, tampoco le interesa lo más mínimo el ascenso de La Causa –su segundo libro es desenterrado de tiempos más prolíficos y no escrito bajo la inspiración que supuestamente le proporciona Freddie. Dodd desea hacer gala de su imaginación en público, no construir otro entramado teórico que le alce en una nueva Institución retomando el imposible camino de las que cayeron ante él.



    De esta manera se separa La Causa del Dodd vitalista. La primera se retrotrae a una Gran Familia, llena de redes de primos e hijos, en la que Peggy debe mantener la disciplina de un cabeza de familia que no puede perderse en divagaciones, de unos hijos que deben mostrarse sumisos a los designios de la Institución. Todos los miembros deben velar por la unidad, estigmatizando a aquel que no se dobla a la voluntad general: My way or the highway –metaforizado en el peligro del espía, la paranoia recurrente de la época–; Freddie proscrito de la bebida, golpeando una y otra vez la pared y la ventana –su carne y su mente– mediante unas técnicas que, como bien sabemos en el Siglo XXI, pasarán de liberar el ser a encerrarlo –Peggy no consigue que Freddie pueda cambiar el color de los ojos con la mente, sino por sus órdenes. Dando lugar a un personaje que hablará por la radio con normalidad y podrá trabajar sin excesivos problemas como repartidor de flyers, llegando hasta el punto de volver a la profesión de fotógrafo, aquella que acabó en violencia y carretera, está vez sin cobrar siquiera. Aquí adquiere sentido la escena en la que Peggy masturba a Dodd; la paja más allá de una mera cuestión “sexual” –entendiéndose de la manera común– funciona como anulación de la fantasía, restablecedora del orden –que Dodd pueda hacer lo que quiera mientras que nadie se entere significa que sólo lo puede hacer en su imaginación, pero ésta va a quedar descargada cuando se corra. Como se ha dicho, el mismo proceso va a tener lugar con Freddie y su mundo de mujeres desnudas –no es arbitrario que ambas escenas estén ligadas– a través de la “fisicalización” de la imaginación, de su conversión en una cosa –una habitación, una estatua, etc.

    Pero de igual modo que el contacto de Freddie con su pasado durante la terapia, utilizando el recuerdo obsesivo no como condena sino como liberación del presente, ya nos hace sospechar que no va a quedar encadenado[13]; Dodd también mantiene sus propias resistencias que se explicitan en la relación con Freddie. No meramente los ruegos para que no le hagan daño a éste, también la mirada triste y no triunfal al contemplar sus progresos en el proceso de educación y, sobre todo, el brillo de los ojos ante sus rebeliones, haciendo que nos preguntemos si un maestro sin aprendiz es realmente tal, si quizás el vínculo que existe entre ambos es exterior a La Causa a pesar de que, en familia, Dodd tenga que utilizar el lenguaje adecuado, insistiendo en la ayuda a Freddie. La escena en la que ambos retozan en el suelo recuerda curiosamente al juego de los dos hermanos de The Indian Runner entre los maizales, cobrando un sentido especial al enlazarla con la anterior secuencia, aquella que tiene lugar en las dos celdas limítrofes, la cual, en lugar de interpretarla desde los ejes de la animalidad a educar y la razón del maestro, resulta más productiva verla como la expresión de dos potencias distintas que, a pesar de que terminen en dos planos distintos –el horizontal para Freddie y el vertical girado en Dodd–, no pueden escapar de su contigüidad radical, de la imposibilidad de que Dodd pueda situarse por encima de Freddie. Como tampoco de su radical soledad[14].

    Tras este descubrimiento, que su relación horizontal –sea cuál sea ésta– es exterior a la verticalidad de la secta, algo sorprendente acontece. Sin embargo, esto se da en el salto de una escena a otra lejana y no en una escena en concreto o una secuencia encadenada[15]. Del desierto y la velocidad sin obstáculos –esa que irónicamente hace más difícil que nos perdamos– a la escena final. En la primera Dodd crea otro experimento para dar rienda suelta a su necesitad de velocidad, simulación de escape, queriendo compartirlo con Freddie –y no con su hija y su yerno, familiares. Dodd se alegra de la temeridad de su compañero (He’s going very fast. Good boy) mientras se aleja        se aleja              ni siquiera la aceleración de los gritos podrá alcanzar a Freddie, el único capaz de ir más allá del horizonte, de desaparecer; la única opción de mantener un mínimo de vida en un mundo fantasmal, que ya no es posible, aunque las llagas siempre le supuren: El Maestro, Freddie, no de conocimientos –nunca han estado presentes. De saber vivir. El hermano mayor que, saltando directamente a las últimas escenas de la película, Dodd necesita para poder sobrevivir, contarle sus ocurrencias y pelear en el jardín. Ese que se pegará por él si hace falta aunque el pequeño sepa que con ello sólo meterá a ambos en más líos.

    El problema de esta interpretación es que se deja en el tintero un detalle importante: Que la llamada de Dodd rogando que vuelva ha sido un sueño de Freddie. Esto es, que la imaginación ha tenido un papel importante en la reunión y, por lo tanto, Dodd también tiene algo que decir. En cualquier caso, lo que ha quedado claro respecto al anhelo de Frank en The Indian Runner es que Freddie lo ha cortado de raíz; no necesita de ningún hermano mayor. Esto va a ser importante de recordar una vez que entre las puertas de la Gran Institución que es ahora La Causa Dodd sea considerado el Maestro y los niños corren alrededor mientras se empapan de su ética.

    Tan fuerte será ese santuario que el mismo Freddie se postrará ante él, suplicando un hueco. Ahí, precisamente ahí, es donde podemos comprender la relación entre Freddie y Dodd, siempre esquiva, situada en dos niveles ante el temor de que se explicite la horizontalidad de su relación. Algo incomprensible para Peggy, presente incluso en su ausencia de la sala –pues el espacio en el que se encuentran no difiere de ella–, la cual exige a Freddie la sumisión a La Causa, al mundo que a pesar de haber implosionado sigue de alguna manera funcionando con mayor salud que nunca, y que obliga a Dodd a cifrar la última conversación con éste. Ésta, expresada en una de las más hermosas escenas del cine de los últimos años, necesita decir lo contrario para conseguir lo que pretende: Freddie debe huir. Ambos son aquellos que viven en un momento sitiado, cruel y sin esperanzas pero capaces de alguna manera de hacer volar mensajes –“marinero de los cielos”– que, a pesar de estar encriptados, llegarán la mayoría con éxito, aunque no sepan a dónde. Quizás a ellos mismos. Pero deben aceptarlo, no habrá un mañana para ellos; únicamente una suave canción sobre unos eternos perdedores que, a pesar de todo, continuarán con la cabeza alta[16]. Freddie va en busca de suplantar su pasado –el símbolo 1945, la isla de los locos– por otro recuerdo, pero Dodd sólo le puede dar una imaginación que, solidificada, se transforma en verdad; encerrarle todavía más, en ningún caso liberarlo. Debe vagar, como Dodd imaginar, para ser libre dentro de unas cadenas cada vez más apretadas. Para mantener esa relación especial que, más allá de momentos crípticos e inesperados, es inimaginable en tanto no puede ser reducida a meros parámetros de poder –ni siquiera como aprendizaje, puesto que al final de la película ninguno de los dos habrá modificado las trayectorias que mantenían antes de conocerse[17]. Exterioridad. Un amigo en la distancia, al que nunca conocí.

    La conservación de esta amistad necesita que nunca más se vuelva a actualizar, aunque cada uno la mantenga en su particular manera –Freddie y el interrogatorio creado por Dodd a la mujer con la que está teniendo sexo. Así, en la indiferencia del vagabundeo de Freddie se corporaliza el cortocircuito de la tolerancia con un mundo en el que ya no se pueden abrazar con las mismas articulaciones los tres ejes que atrás funcionaron como la salvación para el ser humano: El amor –ahora reducido a intermitencias incapaces de poseer o conectar líneas fijas–, la amistad –sin ninguna garantía, en una cuerda floja esquiva de todo paternalismo– y la madre –inmaterializable, recuerdo no representativo (mujer de arena) de un momento de calma, esto es, la cuestión de cómo poder recordar algo positivo en semejante presente; o, dicho de otra forma, el modo de apresar el desvanecimiento de los dos ejes anteriores teniendo en cuenta que en ese mismo acto estas experiencias se transformarán en otra cosa. Tres estadios, cada cual más importante, cuya pureza es ya indesligable de las drogas y del sexo. En la resistencia de la soledad del que ya no puede buscar nada; a pesar del infierno.





Sergio, United States Minor Outlying Islands, Noviembre 2013



[1] Apellido de origen inglés relacionado con la palabra kill.
[2] Este número que pertenece a Octubre pero que se sitúa a principios de Noviembre quizás abarque a ambos meses, a pesar de que mi voluntad sea la contraria.
[3] Si en algún momento dispongo del tiempo necesario las intentaré trazar de manera gráfica, con sus agujeros. Aunque esto no sucederá en un futuro cercano.
[4] Estos primeros minutos constituyen toda una impresionante reformulación desde la óptica (us)americana de la duda europea acerca de la imposibilidad de volver a escribir tras Auschwitz.
[5] De eso se quejara Freddie al psicólogo del ejército cuando le diga que a él no le puede tratar porque no le conoce, pues su ciencia aplicada nunca dará las razones suficientes para calmarle. Como tampoco lo harán los triángulos edípicos.
[6] “Estás a salvo, estás en altamar”, le dirá una mujer cuando lo despierte al día siguiente.
[7] Uno de los apellidos más antiguos anglosajones, el cual se refería en primera instancia a alguien rechoncho. Éste se relacionó con la región de Lancashire que, curiosamente, es donde aparece el nombre de Lancaster. Como vemos, todo su nombre recalca una rancia genealogía –muchas vidas– con la que se las verán las luchas internas de Dodd.
[8] Al autodenominarse como hombre inquisitivo, igual que tú, invierte la presentación anterior y sugiere en su orden gramatical, que si alguien podría considerarse digno de elogio éste sería Freddie.
[9] A pesar de las connotaciones negativas de la palabra “secta”, éstas –para algunos modelos interpretativos de la Historia– no serían sino aquellas opciones éticas que se abren en periodos en los que la opción mayoritaria se vuelve obsoleta y debe ser sustituida. Lo mismo sucedería con el lenguaje, lo literal tan sólo sería una metáfora que se han solidificado por el uso.
    Otra forma de verlo pasaría por negar el caos y afirmar que lo característico de las sociedades abiertas propias de las democracias liberales es que estas sectas puedan coexistir sin la necesidad de que se constituyan en un nuevo metarrelato que rija como única visión del mundo. El problema de esta postura es que en muchos casos obvia otras dimensiones del poder que funcionan con una salud envidiable –como la económica, la paternal, etc.
[10] Un eje que no me da tiempo a desarrollar más pasa por el análisis de esta red en la que la tecnología extrema –o progreso– del discurso de la secta convive con la animalidad más básica –los reproches ante todo intento de explicación racional. En otras palabras, no existe ninguna separación entre Naturaleza y Hombre, ambos han sido borrados del mapa.
[11] Interpretación que, por lo que he podido observar, muchos/as mantienen como la principal, otorgando al juego entre lo animal y lo humano, lo profano y lo elevado, el título de leitmotiv explicativo. Juego que, como comento en la anterior nota a pie, considero superado –o exterminado– y que en este film funciona a modo de (una de las muchas) trampa(s). Entonces, la paja de Peggy a Dodd o las salidas de tono de este último dejan de centrarse tanto en reflexiones sobre qué es el Hombre como en captar unas relaciones de poder y huida. Preocupaciones muy propias del tiempo americanizado que se crea tras la Segunda Guerra Mundial.
[12] Desde esta perspectiva conviene llamar la atención a ciertas reflexiones contemporáneas que han recogido la esquizofrenia como la condición de posibilidad para que se dé el individuo en el capitalismo posmoderno. Esta interpretación parcial recuperada de los análisis propuestos desde la postguerra hasta la década de los setenta, elimina toda posibilidad de resistencia al capitalismo mediante la esquizofrenia pues la entiende como sinónimo del sujeto consumista o, más ampliamente, del sujeto roto anhelante de novedades. Con ello lo que están haciendo precisamente es ir directamente al Freddie de después del tratamiento de shock por medio de la “psicología tecnologizada”, obviando al Otro.
[13] Tema muy interesante que queda simplemente señalado y que debería abordarse junto a la relación entre la desaparición de las fantasías de Dodd y los intentos de anular el pasado de Freddie, dentro del contexto de la ruptura temporal de la posguerra. Como si las exigencias que demanda la secta fueran también las condiciones de nuestro tiempo, reflejando cierta problemática del mundo actual en la que tanto Dodd como Freddie –como se dejará entrever en las siguientes líneas– intentaran escapar a través de una reutilización de estas categorías aun a sabiendas de que toda réplica de lo anterior será fallida.
[14] La secuencia que mejor muestra su total exterioridad respecto a La Causa es la que tiene lugar durante la presentación del segundo libro en Phoenix. En su día más grande, Dodd acabará perdiendo los nervios ante la propia indiferencia por sus teorías y Freddie, que parece absolutamente integrado, golpeará al editor del libro, manifestando su propia huida.
[15] Otro de los placeres de este film pasa por extender la aparente linealidad hacia otras estructuras como las de los engarces entre varias escenas aisladas y la de los juegos, ya comentados, entre el pasado y la imaginación.
[16] Esta canción llamada “(I'd Like to Get You on a) Slow Boat to China” (1948) podría confundirse con una mera canción de amor –una vez más unas palabras que siguen dos direcciones diferentes– pero, como dice la hija del creador de este tema: “I'd like to get you on a slow boat to China was a well-known phrase among poker players, referring to a person who lost steadily and handsomely. My father turned it into a romantic song”. No obstante, la proximidad de las fechas parece sugerir que ambos todavía podrían comprender el primer sentido.
[17] La ausencia de un Maestro, o de un hermano mayor siquiera, viene reforzada por el apartado visual. En la última escena juntos dentro de ese gran santuario el aspecto de Freddie es tan lastimoso que aparenta, como poco, tener la misma edad que Dodd; impidiendo así comprender la relación como una cuestión de edades, paterno-filial.

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