domingo, 6 de noviembre de 2011

Eternidades


La eternidad se puede romper en un segundo.


Te ves a ti mismo caminando por lugares en los que no habrías soñado estar. Mirando las cosas de una manera tan distinta a lo que se suponía que tenías que mirar. Habías aprendido a mirar desde arriba, por encima del hombro, a ser el mejor, a no soñar, a ni tan si quiera caminar. Habías aprendido a intentar volar, te había dicho que al cielo se llegaba por arriba, subiendo.
Pero estás ahí.


Y el tiempo fluye y lo entiendes.


“Nada es estático, todo se destruye”


Porque para estar ahí, para encontrar aquello que te prometiste a ti mismo hace tanto tiempo. Para llegar a encontrarte, para llegar a ser la persona que eres y no la que deberías ser. Para todo eso arriba es abajo, solo cuando te sucede eso, tus pies pisan el cielo.


Pero estás ahí.


Y no sientes el peso que deberías sentir y lo entiendes.


“No eres aquello que haces, haces aquello que eres”


Todo aquello que los demás han llamado desperdicio o pérdida de tiempo, es en realidad el tiempo que merece la pena. El tiempo que de verdad has trabajado, el tiempo que de verdad has vivido. Habías aprendido a ser competitivo a mirar a los demás con desdén, a luchar y a tratar de construir.


Pero estás ahí.


Y aprendes y lo entiendes.


“Para crear hay que destruir”


Ahí estás tú, mirándote a ti mismo. Con los pies en el cielo sin pisar el suelo que los demás pisan. Tan abajo que ellos te miran desde arriba. Tan lejos que todo parece estar cerca. Tan solo que estás rodeado de gente.


Pero te reconoces.


Cuando, como todas las mañanas anteriores, te miras en el espejo. Ves al gato de Cheshire que te devuelve una sonrisa que es la tuya. Siendo lo que ves algo real, no la tierra que te prometieron. Ni el mundo que habita en las bibliotecas o las universidades. Ni tan si quiera el mundo que habías aprendido que era real.


Pero estás ahí.


Y recuerdas todas las lecciones y lo entiendes.


“No haces preguntas”


Te sientes dueño de una eternidad acumulada de sueños y señor de un lugar extraño. El más torpe de los artistas y el más bajo de los poetas. Habiendo estado tan fuera que has vuelto a entrar en casa. Pudiendo sentir la brisa de un lugar que te habías aprendido de memoria que no existía, que te negabas a mirar. Un paisaje lunar que te rodea, pero es la simple familiaridad la que no lo hace extraño. Cuando el frio se siente cálido y las verdades no tienen más sentido que las mentiras.


Estás ahí.


Y sonríes y lo entiendes.

Gabriel Jiménez Andreu, Berlin, 2011


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