La eternidad se puede romper en
un segundo.
Te ves a ti mismo caminando por
lugares en los que no habrías soñado estar. Mirando las cosas de una manera tan
distinta a lo que se suponía que tenías que mirar. Habías aprendido a mirar
desde arriba, por encima del hombro, a ser el mejor, a no soñar, a ni tan si quiera caminar. Habías
aprendido a intentar volar, te había dicho que al cielo se llegaba por arriba,
subiendo.
Pero estás ahí.
Y el tiempo fluye y lo entiendes.
“Nada es estático, todo se
destruye”
Porque para estar ahí, para
encontrar aquello que te prometiste a ti mismo hace tanto tiempo. Para llegar a
encontrarte, para llegar a ser la persona que eres y no la que deberías ser.
Para todo eso arriba es abajo, solo cuando te sucede eso, tus pies pisan el cielo.
Pero estás ahí.
Y no sientes el peso que deberías
sentir y lo entiendes.
“No eres aquello que haces, haces
aquello que eres”
Todo aquello que los demás han
llamado desperdicio o pérdida de tiempo, es en realidad el tiempo que merece la
pena. El tiempo que de verdad has trabajado, el tiempo que de verdad has
vivido. Habías aprendido a ser competitivo a mirar a los demás con desdén, a
luchar y a tratar de construir.
Pero estás ahí.
Y aprendes y lo entiendes.
“Para crear hay que destruir”
Ahí estás tú, mirándote a ti
mismo. Con los pies en el cielo sin pisar el suelo que los demás pisan. Tan
abajo que ellos te miran desde arriba. Tan lejos que todo parece estar cerca.
Tan solo que estás rodeado de gente.
Pero te reconoces.
Cuando, como todas las mañanas
anteriores, te miras en el espejo. Ves al gato de Cheshire que te devuelve una
sonrisa que es la tuya. Siendo lo que ves algo real, no la tierra que te
prometieron. Ni el mundo que habita en las bibliotecas o las universidades. Ni
tan si quiera el mundo que habías aprendido que era real.
Pero estás ahí.
Y recuerdas todas las lecciones y
lo entiendes.
“No haces preguntas”
Te sientes dueño de una eternidad
acumulada de sueños y señor de un lugar extraño. El más torpe de los artistas y
el más bajo de los poetas. Habiendo estado tan fuera que has vuelto a entrar en
casa. Pudiendo sentir la brisa de un lugar que te habías aprendido de memoria
que no existía, que te negabas a mirar. Un paisaje lunar que te rodea, pero es
la simple familiaridad la que no lo hace extraño. Cuando el frio se siente
cálido y las verdades no tienen más sentido que las mentiras.
Estás ahí.
Y sonríes y lo entiendes.
Gabriel Jiménez Andreu, Berlin, 2011
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