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miércoles, 16 de enero de 2013

Bolsas


Bolsas.

En realidad todo se podría reducir a las bolsas. Como en American Beuty, en una reflexión pseudo-profunda sobre el sentido de la vida. Mientras una bolsa baila con el aire en medio de una grabación. En este texto sólo se habla de bolsas, de sus bailes y sus obviedades, si alguien quiere hacer alguna reflexión más profunda queda a su discreción.

La siguiente asociación de ideas es simple. Sólo hay que pensar en bolsas.

Si el lector lee la palabra que he escrito al final de la frase rápidamente hará una simple unión: Navidad. Un salto entre la temática y es fácil imaginar por donde van a ir los tiros. Es aún más simple hacer una crítica de eso, de consumo y en las terribles personas que nos hemos convertido por transformar a un gordo de rojo en consumismo puro y duro. Pero esto va de diseño, bueno y de bolsas.

Ese consumismo, representado por las bolsas, es sintomático dentro del diseño que se ejerce hoy en día. Tenemos una obsesión en llenar y vaciar bolsas [como en navidades], que pasan a ser una especie de contador de lo que acontece, del éxito de lo diseñado, nuestra valía para con la sociedad y representativo de nuestro crecimiento personal como diseñadores.

No tanta gente reflexiona sobre las bolsas, aunque por supuesto mucha lo haga sobre el consumismo y aún más lo haga sobre las navidades y en navidades. Aquí tampoco vamos a hablar bien del consumismo, pero lo haremos pensando en las bolsas y en diseñadores.

Otras personas hacen apología de un consumo y diseño diferente, más cercano parecido a la artesanía propio de la pequeña empresa, que apuesta por un diseño de los servicios y en un análisis del modelo de negocio. Sigue siendo consumo, pero es uno que tiene su más firme defensor y exponente en algunos de esos emprendedores de los que tan fácil es echar pestes [algo que me gusta mucho hacer]. Pero estos diseñadores llenan sus bolsas con cierto componente nostálgico[1] y basado en una mirada a una época en la que todo iba mejor. Una mirada que la intenta emular atrasando o avanzando el tiempo con sus bolsas de tela, trabajos que se asemejan a lo artesanal o esos embalajes tan cuidados y más en navidades… Mientras seguimos pensando en bolsas.

Pero las fechas vuelven a ser buenas para reflexionar sobre que tipo de diseño estamos produciendo ahora que nos encontramos en esa otra época que va tras las navidades. Esa misma que tras escribir la palabra es muy sencillo para el lector hacer un poco de introspección y relacionarlo todo con el consumo: Rebajas. [O exámenes si eres estudiante]. Las bolsas volverán a bailar delante de nosotros, con diferentes dibujos, más detalles, distintos diseños.

Otra idea fácil sería relacionar esos temas con un tercero que está muy en boca de todos. Ese mismo que hace que hoy en día se nos llame a muchos generación perdida y que nos sea casi imposible aspirar a algo parecido a un trabajo. No mencionaré el elefante en la habitación, porque esto va de bolsas. Aunque ahora nos hagan pagar las bolsas con la excusa de ser sostenibles, reutilicemos las bolsas y todos tengamos un poco más de consciencia. El elefante al menos sirve para eso.

Bolsas que llevan un más o menos un mes vaciándose, llenándose, siendo intercambiadas y maltratadas. Diferentes manos hasta que han llegado a las adecuadas, las manos de algún diseñador o diseñadora. Mes en el que los diseñadores hemos hecho alguno de esos ejercicios en los que alardeamos de empatía y nos ponemos en el lugar del consumidor y apuntamos cosas para diseñarlas. En el que pasamos cada minuto reflexionando sobre posibles mejoras, cada segundo analizando las cosas, anotando, pensando en el examen que representa la vida o en los exámenes que tienen los estudiantes.

Sumando y moviendo el contador de bolsas, midiéndonos en ellas.
Parece que sólo somos capaces de pensar en un mundo en el que todo tiene que caber en bolsas. Mientras el resultado es que muchas veces cuando diseñamos se nos olvida que todo aquello que merece la pena no se vende, ni cabe en una bolsa.


Gabriel Jiménez Andreu, En algún lugar indeterminado lejos de allí, Enero 2013







[1] Esto no me lo he inventado yo: p.23, Haaf, M., Dejad de lloriquear; Sobre una generación y sus problemas superfluos.

domingo, 29 de enero de 2012

Febrero, cada día te odio más


Febrero es uno de los tres meses más odiados por cualquier universitario que se precie, en los que siempre, siempre y siempre se te ocurren mil y una cosas más interesantes que hacer antes que estudiar (véase este artículo).

Tal y como yo entiendo que “debería” de ser, hemos elegido cursar una carrera que nos gusta, nos atrae, nos motiva. Y ahora es uno de esos meses en los que tenemos que demostrar lo “aprendido” durante este curso. ¿Si es época de estudiar lo que realmente me gusta, me atrae y me motiva, porque le tengo tanto asco al segundo mes del año?

Mi respuesta es la siguiente. Nos equivocamos en el objeto a odiar. No odiamos febrero. Ni tampoco los exámenes. Odiamos la evaluación.
Odio que un “ser superior” tenga que evaluar continuamente mis conocimientos adquiridos por medio de sus ridículos métodos con el único fin de despersonalizarme y redefinirme con un número, una nota. Para ellos eso es lo que soy. Una nota que sirve para establecer un método comparativo entre seres humanos que se han sometido a sistemas de evaluación. Un método para saber quien es el listo y quién el tonto. Un método discriminatorio. Un método estúpido.

Entonces ¿por qué no identificamos la evaluación como algo absurdo y ridículo? Porque hemos sido educados para asumir nuestra constante sumisión ante una evaluación ejercida por un ser superior. Siempre superior (¿por qué no inferior?).
A lo largo de toda nuestra vida nos encontramos con situaciones en las que alguien valora numéricamente tu capacidad para realizar algo.

Oposiciones. Un tribunal te valora numéricamente tu capacidad para ejercer un determinado trabajo.

Puntos del carnet de conducir. Tu capacidad para la conducción dependerá de que tu carnet de puntos no se quede a cero.

Selectividad. Una serie de profesores te pondrán una nota en función de los conocimientos “aprendidos”. Dicha nota te limitará la elección de tu carrera universitaria. Tu futuro.

Seamos críticos. No asumamos la sumisión como modo de vida.  El pensamiento es lo único que nos hace libres. Y como el eterno diría, no dejemos que nos insulten con sus notas.


Isabel Jiménez, Zaragoza, "febrero" de 2012